El estreno de ‘Yo soy Don Quijote de la Mancha’ inaugura el Festival de Almagro
El próximo día 5 de julio y tras la entrega del Premio Corral de Comedias que este año le será entregado a la Compañía Nacional de Teatro Clasico, dará comienzo la 35. edición del estival de Teatro Clásico de Almagro con el estreno de ‘Yo soy Don Quijote de la Mancha’, un montaje producido por Metrópolis teatro sobre una dramaturgia realizada por José Ramón Fernández sobre la obra de Cervantes, con puesta en escena de Luis Bermejo y el aliciente de poder ver a José Sacristán de nuevo en el papel del ingenioso caballero.
Esta pieza que se representa del 5 al 8 de julio, quiere volver a mostrar la esencia del personaje y sus momentos más significativos y para que Don Quijote pueda decir «Yo sé quien soy» Fernández ha optado por mostrarlo en compañía de Sancho y de su hija Sanchica, dos personas sin maldad, capaces de ver tanto la locura como la bondad del protagonista y de entender el mundo que necesita el hidalgo caballero. Ante los momentos actuales de desencanto, desmoronamiento social, pérdida de valores morales, injusticias, descreimiento, depresión, recesión, de perplejidad ciudadana… esta producción presentada por Metrópolis Teatro pero nacida en La Mancha y de los pensamientos de Natalia Menéndez, lanza un esperanzador mensaje justificado por Fernández en la necesidad de creer en la existencia de «locos capaces de soñar que pueden ayudar a los otros y que eso vale la pena; que hay cuerdos tan limpios que son capaces de ayudar a esos locos y de acabar soñando como ellos».
Para el director, además, resulta necesario «llamar a nuestro héroe para que nos devuelva la honra y nos ayude a desenmascarar a los mercaderes de sueños que nos oprimen con sus deseos de codicia». Del viaje que propone el alucinado Alonso Quijano, encarnado por un José Sacristán que según Bermejo «habla desde el nivel exacto del hombre», la producción pretende extraer aspectos que emocionan y obsesionan a los creadores de este espectáculo y que no son otros que «el deseo de bondad, de justicia, de solidaridad, para elevar el amor por encima de los hombres». Para conseguirlo el director utiliza como mecanismo dramático un juego metateatral como si se tratase de «un asidero para entrar en la realidad y la ficción y salir de ellas», haciendo que el espectador sea testigo de los incidentes y de la elaboración de la pieza.