El eunuco/Jordi Sánchez/Pep Antón Gómez/60 Festival de Teatro Clásico de Mérida
Un «eunuco» banalizado
¿Puede existir un evento saludable cuando cierta ansiedad e ignorancia de sus responsables tienen el Teatro Romano esclerosado con una labia publicitaria interesada, que no permite ver la realidad de determinados espectáculos comerciales de estilos que -aunque tengan «éxito»- despojan al Festival de auténtica personalidad grecolatina y engañan o desconciertan al público?
Hago esta reflexión convencido de que muchos de los amantes del teatro grecolatino se han decepcionado al ver que «El eunuco» y su autor Terencio estaban ausentes (con el Teatro Romano incluido) en un espectáculo que había sustituido el valioso melodrama fársico original de su composición dramática por otro del género de la revista vodevilesca banalizada, más propio del Teatro La Latina de Lina Morgan. Es decir, se han decepcionado con algo que muy poco tiene que ver con los procesos de creación, expresión, comunicación y recepción del Festival grecolatino.
Se sabe que la comedia latina tiene mucho de ese puro juego escénico de gracias y gags sin pretensiones moralistas, pero en Terencio y en esta obra concreta los diálogos agudos, además de constituir un estudio admirable de la creación de caracteres, sorprenden por la humanidad de sus personajes, evidenciada en actos de amor, perdón y conmiseración. También se sabe que el autor latino, que tomó de la comedia griega de Menandro el argumento del Eunuco, se acercó aquí a la vis cómica y a la manera del teatro popular de Plauto, introduciendo personajes nuevos, como el soldado fanfarrón (que este autor también había tomado de Menandro), logrando con esa mixtura una de sus mejores comedias, representada en su época con éxito.
Sin embargo, la versión libre que realizan Jordi Sánchez y Pep Antón Gómez (que también dirige el espectáculo) se olvida de resaltar esa reflexión sobre lo incomprensible e ineluctable de la pasión amorosa (puesta en boca de los protagonistas) que tiene un valor universal y eterno. Sólo aprovecha la manera de cómo se hilvanan y desenvuelven las situaciones del argumento con el uso de la sorpresa y cierto suspense, recursos dramáticos con los que construyen una versión frívola, muy alterada en las caracterizaciones de los personajes (reducidos de 18 a 9) que funciona espléndidamente con espectadores que sólo buscan entretenimiento. Una versión que parece reproducir aquella comedia latina proyectada sobre la masa ignorante y amorfa que llenaba los teatros de Roma los días festivos, a la que había que divertir apelando a todo tipo de recursos.
El montaje de Gómez es, por otra parte, un producto teatral muy incongruente. La escenografía, un gran cubo desplegable sin puertas, es el clásico pegote al que nos tienen acostumbrados algunos de los espectáculos pensados para hacer bolos. El vestuario que marca distintas épocas resulta extravagante, sin ton ni son en el escenario romano. En las coreografías, poco vistosas, se ve las dificultades de expresión corporal que tienen algunos actores. La luminotecnia nada creativa. Las canciones, algo simplonas, funcionan bien cuando son parodiadas. Lo mejor, el ritmo trepidante con ciertos detalles ingeniosos que logran los actores henchidos no de humor sino de comicidad celtibérica en bruto, como la hacen en la tele.
En general, el elenco cumple bien los roles propuestos aunque por momentos fuercen el juego de ese lenguaje grueso y con resabio de frases y gestos que «hacen» gracia. Destacaron María Ordoñez (Pánfila) genial en su personaje neurótico hablando hasta por los codos. Pepón Nieto (Fanfa) mostrando la solvencia escénica característica del buen histrión, en ese famoso personaje del militar fanfarrón de indudable donosura en la comedia latina (en el teatro Romano lo bordaron Santiago Ramos en 1983 y Pepe Viyuela en 2008). Aquí apunta un final rosita: el centurión que sale del armario y se lía con su ayudante Pelotus, que puede especularse -por su escena de erotismo- desde una mariconada a un episodio sublime en pro de la tolerancia homoxesual. Anabel Alonso (Thais) que se implica con presencia, organicidad y excelente voz encarnando a la dueña de un prostíbulo. Y Jorge Vidal (Pelotus) que canta y es el más cercano a la línea de melodrama fársico, alabando al presumido e inepto Fanfa.
La función fue muy aplaudida por ese espectador que le gusta ver a los artistas televisivos en persona (su entrada en escena, sin hacer nada, ya era aplaudida). Pero el espectáculo, fútil divertimento, no es más que otra muestra del teatro agarbanzado, que es lo que solía decir Valle Inclán del teatro comercial.