El éxtasis de los insaciables/Stanislaw Ignacy Witkiewicz/Réplika Teatro
Una revisión ácida del imaginario de Witkiewicz
Tras el reciente montaje de El casamiento de Witold Gombrowicz dirigido por Jaroslaw Bielski en Réplika Teatro de Madrid, ahora es su hijo Mikolaj quien se enfrenta a otro de los autores míticos de Polonia, Stanislaw Ignacy Witkiewicz, con una recopilación de sus textos que, al partir del sujeto de su novela Insaciabilidad (Nienasycenie, 1930), ha dramatizado con el título de El éxtasis de los insaciables. Un encomiable esfuerzo éste que llevan a cabo padre e hijo por introducir en nuestro país, con la colaboración del Instituto Polaco de Cultura, la obra de autores centroeuropeos mal o totalmente desconocidos en nuestra escena siendo, como lo son, esenciales dentro de la dramaturgia europea. Baste decir que, entre otros muchos, el teatro de Witkiewicz fascinó al joven Kantor quien, aparte de montar numerosas piezas de este autor, las dio a conocer internacionalmente.
Polifacético creador (pintor, fotógrafo, escritor, novelista, dramaturgo y filósofo), Witkiewicz fue uno más de los cientos de artistas de la Europa nororiental cuya vida se vio profundamente perturbada, además de, en su caso, por una tragedia personal (el suicidio de su prometida Jadwiga Janczewska), por el estallido de ambas guerras mundiales. Aunque nacido en Varsovia en 1885 y educado en la casa familiar de Zakopane en el extremo meridional del país, sus padres eran de origen lituano, lo que llevó al joven Stanislaw a enrolarse como oficial en el ejército imperial del zar al comenzar la primera de las contiendas. Destinado en San Petersburgo, fue testigo directo de la revolución de los «soviets» llegando a ser nombrado comisario político de su regimiento. Ello no obstó para que regresase a Zakopane recién terminada la guerra e hiciese toda su carrera en su país convencido de que éste sería el «sándwich» que la URSS y Alemania querrían devorar. Ésa fue precisamente la situación que se dio al iniciarse la segunda guerra mundial cuando, en septiembre de 1939, el ejército alemán invadió Polonia por el oeste causando que el soviético lo hiciera por el este el 17 del mismo mes. Witkiewicz, que se había refugiado en la localidad fronteriza de Jeziory, se suicidó al día siguiente.
No es de extrañar, por tanto, que, aunque nunca perdiera su sentido burlón, basado en la ironía y en la sátira, Witkiewicz no dejara de ser un catastrofista. Con el absoluto descalabro que produjo en Europa, la guerra del 14 le enseñó cómo se derrumbaba por entero una civilización que, años atrás, se daba por perenne. Y su experiencia de la revolución del 17 le hizo temer por siempre las convulsiones y levantamientos de las masas. Así, creada durante el periodo de entreguerras, su producción artística reflejó la inestabilidad y desenfreno de una época que, olvidando la individualidad y el humanismo del artista, se mecanizaba cada vez más hasta convertirse íntegramente en una máquina de guerra servida por robots intercambiables.
Decidido a adoptar la pintura como su principal medio de vida y tras pasar por la Academia de Bellas Artes de Cracovia, Witkiewicz se une en 1919 al grupo expresionista de los «formistas», con quienes lleva a cabo varias exposiciones. Publica por entonces un primer ensayo, Las nuevas formas en pintura y los malentendidos a los que dan lugar, en el que se recogen sus ideas estéticas sobre las artes plásticas que se podrían resumir en la lucha del artista por conseguir la «forma pura», esto es, una manera de pintar que fuera capaz de revelar, simbólicamente y por analogía, la estructura del Universo y, consecuentemente, el misterio de la Existencia. Prácticamente en paralelo, el autor desarrolla a partir de los años 20 la mayor parte de su obra dramática, unas treinta piezas teatrales entre las que destacan Los pragmáticos (1919), La nueva liberación (1920), Ellos (1920), En los desfiladeros del absurdo, un drama no euclideano en cuatro actos (1921), La gallina acuática (1922), El loco y la monja (1923), La locomotora loca (1923), La madre (1924), Sonata de Belcebú (1925), Los zapateros (1934) o La humanidad en delirio (1938), esta última hoy desaparecida. Como ya hizo con el arte pictórico, Witkiewicz publica un segundo tratado sobre la dramaturgia, Introducción a la teoría de la forma pura en el teatro, en el que, manteniendo su teoría sobre la «forma absoluta», excluye la mimesis del arte teatral. Y es que no hay ninguna razón para representar la realidad, la apariencia y la psicología de los personajes ni incluso los aconteceres del mundo natural. Constituida por un sinfín de elementos formales, la obra tan sólo debe responder a las leyes que dicte su composición interna. El hombre es insaciable frente a una vida que, en lo que se refiere al arte, la cultura y lo espiritual, cada vez le da menos cuando él le pide más. De una forma obsesiva, el autor va mostrando en sus dramas la desaparición de la metafísica y el declive de la humanidad hasta el punto de ser considerado un precursor del teatro del absurdo y de las teorías de Artaud. En su libro sobre El teatro postdramático (1999), Hans-Thies Lehmann cita una observación de Witkiewicz sobre sus propios dramas: «Se debe salir del teatro con la impresión de despertar de una somnolencia inusual en la que hasta las cosas más ordinarias hubiesen adquirido ese encanto extraño, impenetrable, que es característico del sueño y no se compara a nada más».
Witkiewicz escribió tres novelas: Las 622 caídas de Bungo o La mujer diabólica (1911), Adiós al Otoño (1927) e Insaciabilidad (1930) por la que recibió en 1935 el Laurel de Oro de la Academia Polaca de Literatura. A partir de 1925 y como una respuesta al materialismo que se iba imponiendo en la sociedad, el autor decide vivir de sus retratos convirtiéndolos en productos comerciales a gusto del consumidor, quien podrá elegir entre los convencionales, los rabiosamente expresionistas o aquellos que serán pintados bajo el influjo de toda clase de narcóticos, siendo éste de las drogas un tema que le obsesionará al final de su vida. Es a partir de entonces cuando empezará a firmar sus cuadros con varios seudónimos entre los que destaca el hoy tan conocido de Witkacy. Por entonces, Witkiewicz se considera ante todo filósofo, reuniendo sus pensamientos en Conceptos y consideraciones implicadas por la idea de la Existencia (1935).
Enfrentado a una obra tan copiosa y compleja como es la de Witkiewicz, la recopilación textual llevada a cabo por Mikolaj Bielski es excelente y nos da una idea muy completa de cuáles fueron las principales preocupaciones del autor. Cuatro personajes en escena que, en cierta manera, se asemejan a los de El casamiento, de donde se deduce la influencia de Witkacy sobre sus sucesores: León, un intelectual de pacotilla que, aunque quisiera trabajar (y no lo quiere), consume su tiempo en meditar y depende enteramente de la fortuna de su madre; ésta, la baronesa Zerduski, que se dedica a beber vodka, coleccionar amantes y darse a toda clase de placeres; Sofía, una fulana de tercera pero aún de buen ver, que se acaba de comprometer con León y es tan perezosa como él; y un friki de color que, ostentosamente vestido con su capa, más bien que parecer un Conde como dicta el guión, parece venir de Transilvania. Para el espectador que traspasa la puerta de la sala, es como penetrar en un cabaret modernista de aquellos que, entre centelleos y paillettes, se llevaban en los años veinte. Una breve orquestina se encarga de la música ambiental en un rincón mientras, subida en un columpio en que se balancea, Sofía exhibe sus encantos sobre la audiencia. La madre está sentada, imperturbable. Y mientras se pasea de un lado a otro de la escena, el Conde se ríe de León mientras éste intenta defenderse: «Mi idea es simple y clara como el día. La humanidad camina hacia su ruina cada vez con más rapidez, el arte está agonizando, la religión muerta y el individuo sacrificado en el altar de la sociedad. Constataciones banales, lo sé. Pero el problema es: ¿cómo invertir el proceso aparentemente irreversible de la absorción del individuo por la masa? (…) El falaz periodo de seudolibertades democráticas tiende a su fin. El concepto de democracia ha sido la última máscara para unos antiguos valores moribundos y en estado de descomposición». Y es cuando el texto preparado por Mikolaj Bielski engancha con las principales tesis de Wietkiewicz cuando nos damos cuenta de su modernidad y de la actualidad de sus preocupaciones en un momento que empieza a asemejarse al que vivimos hoy: «A medida que la humanidad se socializa, que la mecanización avanza y que la vida apremia, el artista, en tanto que individuo especializado en la rama de la expresión directa de los sentimientos metafísicos, se ha visto obligado a alejarse de la base social, de la que, desde el punto de vista vital, no es más que una función. De ahí procede la creciente disonancia entre los artistas auténticos y la sociedad. En Europa, los sentimientos metafísicos en extinción molestan como una piedrecilla atascada entre los engranajes de una máquina de precisión. El capitalismo es un tumor maligno que ha empezado a pudrirse y a comerse el organismo de donde surgió. Esta es la estructura social de hoy». Pero no sólo de filosofías pesimistas vive el hombre y así asistimos, espléndidamente manejadas por Mikolaj Bielski, a una serie de escenas que nos muestran, entre cantos y danzas y siempre de manera satírica, lo que podría ser el romance entre los dos enamorados, la irrupción de las drogas que reparte el Conde con profusión o una alocada cena de compromiso matrimonial que, alentada por el alcohol y los narcóticos, pareciera que no tuviera fin… y (última sorpresa de Mikolaj) no lo tiene.
Como el espacio escénico, gestos y movimientos están muy cuidados y todos los intérpretes dominan la expresión y la pantomima con desenvoltura y gran facilidad. En definitiva, un espectáculo francamente atractivo que no sólo divierte al personal sino que, gracias a la versión y dirección del joven Bielski, le hace pensar.
Diciembre 2016
David Ladra
Título: El éxtasis de los insaciables – Textos y material dramático: Stanislaw Ignacy Witkiewicz – Dirección, dramaturgia, diseño de escenografía, iluminación y vestuario: Mikolaj Bielski – Intérpretes: Socorro Anadón, Raúl Chacón, Malcolm Sittté, Eeva Karoliina – Diseño del cartel y programa: Natalia Kabanow – Fotografía: Emilio Gómez – Espacio sonoro en directo: ErRor Humano – Producción: Réplika Teatro c on la colaboración del Instituto Polaco de Cultura de Madrid – Réplika Teatro, del 11 de noviembre al 17 de diciembre 2016