El Festival de lo otro
Emocionan muchas cosas del PNRM (Panorama) de Olot: el formato, la singularidad de las propuestas, el riesgo en la programación, el entorno natural… Pero lo que más me emociona es la entrega, la cooperación y el compromiso de los vecinos y vecinas con el festival. Ya me pareció intuirlo el año pasado, con la propuesta del performer Nilo Gallego, y este año lo he podido comprobar otra vez, lo cual indica que no se trataba de una anécdota, sino de algo más profundo. A esta gente de Olot le pasa algo raro: colaboran, apoyan, se mojan … en definitiva, están ahí. Igual que en muchos otros festivales, la gente responde, pero en este caso, con una presencia más que notable. No puede decir lo mismo la Generalitat de Catalunya que el año pasado calificó la muestra de «estratégica», y este año le ha retirado el 100% de la ayuda, retratándose de una forma indignante, y a su vez, dejando el festival en pelotas. Lo mismo ha hecho el Ministerio que ha retirado la totalidad de la subvención. Lo calificaban de estratégico, pero eran incapaces de hacer ningún tipo de convenio a largo plazo que permitiera a los organizadores poder planificar un poco más. Año tras año, hasta el último minuto, la organización nunca sabía los recursos externos que iba a tener. La realidad de los recortes está siendo un auténtico vía crucis para muchos. Pero es aún más triste ver de qué modo acaban ciertas iniciativas culturales, y sobretodo, constatar la imposibilidad de algunos para que tengan una mirada con un mínimo de recorrido. ¿Cómo se puede decir que hoy eres estratégico y mañana dejas de serlo? Parece que no habrá más ediciones de Panorama, pero por suerte, con lo que seguro que no acabarán, es con ese intangible tan poderoso que han demostrado tener los organizadores y los ciudadanos.
Olot es la capital de la Garrotxa, una comarca volcánica. Desde el Montsacopa se aprecia una hermosa vista de la ciudad. A lo largo del perímetro de este volcán se reunieron, la noche del pasado 4 de junio, varios centenares de personas para presenciar 60 acciones simultáneas que se desarrollaron durante una hora en distintas calles de la ciudad, en los tejados, en el campo de fútbol, en la plaza de toros… Con previo aviso, la organización aconsejaba llevar unos artilugios poco habituales en los festivales de artes escénicas: unos prismáticos, una manta, un paraguas y una radio. Llovió, y a uno le faltaban manos. Sintonizando la frecuencia local 90, se oía una locución en directo que iba contando cosas sobre las distintas acciones que se veían a lo lejos. Entre el público había quien llevaba transistores de los antiguos, con pilas, lo cual recreaba una estampa magnífica, parecida a la que aún se puede ver los domingos en los campos de fútbol de barrio. Abajo, en la ciudad, pasaba de todo: un diálogo musical entre dos campanarios, una partida de billar con bolas gigantes, bailarinas en los tejados, un coro en la plaza de toros, un globo aerostático, unos coches aparcados que encendían y apagaban las luces e intermitentes al ritmo de Strauss… y así hasta 60 acciones artísticas. Entre los intérpretes, había artistas reconocidos invitados en anteriores ediciones del festival, y sobretodo multitud de vecinos, un total de 500 personas, que voluntariamente y agrupadas en clubes deportivos, asociaciones de vecinos o escuelas de música no quisieron perderse el evento. La tipología del acto era parecida a la que propuso el leonés Nilo Gallego el año pasado, cuando convocó a las 5 de la mañana a 170 personas para presenciar la salida del sol desde la ladera de otro volcán, el Montolivet. En su acción, también participaron diferentes colectivos de la ciudad, con los cuales había ensayado pequeñas piezas, creando un espectáculo lleno de sorpresas increíbles. Fue algo sencillamente mágico. Este año el esfuerzo del espectador era mayor, puesto que todo era más disperso y había el peligro de volverse loco pretendiendo verlo todo. Dentro de unos días, en la página web del festival se colgará un vídeo-montaje del resultado.
La traca final, y nunca mejor dicho, la puso el maestro Carles Santos, todo un especialista cuando se trata de tocar fuera de los escenarios convencionales (auditorios, salas de concierto, teatros). Carles Santos tocó piezas propias de antiguos espectáculos, sentado ante un piano de cola pintado de rojo, situado en el cráter del volcán Montsacopa. El marco incomparable, la fuerza brutal de la música de Santos y la lluvia que caía, convirtieron aquella media hora en algo casi místico.
«Panorama no és un altre festival, és el festival d’allò altre» (Panomara no es otro festival, sino el festival de lo otro). En sus diez años de historia ha habido muchos aciertos, empezando por este lema, que sintetiza a la perfección el espíritu de la muestra. Un festival que sobretodo investiga lo fronterizo, la relación del espectáculo con el paisaje, el género del site specific, lo irrepetible, etc. Otro de los aciertos destacados ha sido la coherencia del discurso, y cómo éste, ha sido comprendido e integrado por la colectividad (ciudad, público, vecinos). En otras palabras, las que usaría el conseller de cultura, se ha creado un «relato», un discurso que ha sido bien entendido por el conjunto. Sr. Mascarell, vuelva a Olot (sabemos que estuvo allí hace poco) y tómase un café (o mejor, una ratafía que es lo típico de allí) con Tena Busquets, la directora de Panorama. ¿Reclama relatos, conseller? Pues escuche bien porque ahí tiene uno y muy bien trabado, cosa nada fácil de encontrar, sobretodo en el entorno de las artes escénicas performáticas, que a menudo se pierden en universos ininteligibles.
Panorama hoy está jodido, no tiene apoyos. Pero cualquier iniciativa nueva de la ciudad que sepa aprovechar el enorme y experimentado capital humano, junto al valor paisajístico del entorno, tendrá buena parte del camino hecho. Suerte.