Reportajes y crónicas

El Festival Internacional de Teatro ¿Clásico? de Mérida 2020

Me parece bien que se celebre la 66ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, aunque sea de forma reducida, por las circunstancias de la nueva realidad que impone la pandemia, y que en su arriesgada organización se haya reconocido la imposibilidad de programarlo desde los primeros días de julio. No obstante, me decepciona que la participación extremeña no haya sido mayormente apoyada (lo contrario a como se ha hecho de forma especial en el también reducido Festival Grec 2020 de Barcelona, que mantiene su presupuesto de 3,3 millones de euros con el que únicamente ayudará a sus artistas y compañías locales).

 

En la rueda de prensa de presentación de la programación, por Fernández Vara, Jesús Cimarro y Rodríguez Osuna (con la consejera de cultura Nuria Flores de convidada de piedra), saltó a la vista que en el Festival de Mérida sigue habiendo puntos oscuros en la explotación del presupuesto público, desde la anómala organización de sus responsables culturales, cuestionables por estar llenos de incertidumbres y despropósitos que levantan más desconfianzas, tanto culturales como económicas, teniendo en cuenta que estamos ante un caso universal de pandemia vírica que se debe tratar en primer lugar y por encima de todas las demás consideraciones.

Investigado el asunto, ¿qué decir de estos responsables culturales extremeños que, en este planteamiento organizativo tácitamente forzado y sin poner en valor nuevas ideas y orientaciones, repiten en lo fundamental convertir el evento en un hecho más mercantil que cultural? Tratando a última hora de sacar de la chistera mágica una programación del evento, tanto el presidente de la Junta como el director vasco/madrileño del Festival sólo han mostrado en sus campanudas declaraciones una utilización embaucadora y tramposa del provecho primordial de la Cultura, con faroles, embustes y demagogias en el terreno de juego teatral.

Y por parte del alcalde emeritense, en declaración en los medios -desde una ignorancia deprimente-, la demostración de unos tufos empresariales interesados, enfatizados en la creación de empleos y otros subterfugios que, aunque cada año ya se dan coyunturalmente, no se corresponde con el valor absoluto de la cultura. Mientras, la consejera de Cultura que tendría mucho que decir de esta situación viciada de enredos, sólo aparece muda y olvidada, en el rincón de un ángulo oscuro, como el arpa de los versos de Gustavo Adolfo.

1º.- De “heroicidad”, nada

La programación de Jesús Cimarro de 5 espectáculos para el Teatro Romano, del 22 de julio al 23 de agosto, no está sacada adelante con “heroicidad” (como declara públicamente en EFE y HOY, 20/6/20) o con la frase tonta de que su gestión ha sido “una de las más bestias que he vivido” (HOY y EXTREMADURA, 13/6/20), sino que está hecha con tozuda precipitación y con la inseguridad de no poder responder con la calidad cultural que por anticipado presume. Ello se advierte desde la primera obra, que apenas tiene tiempo para ensayar, pues está realizándose con un elenco de artistas de Madrid, Extremadura y México, sin haber podido reunirse debidamente por las restricciones sanitarias. El embrollo, para quienes conocemos los paradigmas de los montajes de espectáculos en el Teatro Romano, da que pensar que este manejo de colar -a la trágala- este espectáculo en julio, es porque quiere beneficiarse con un huevo de oro más de la gallina. O sea, sacar tajada de un presupuesto que se suponía que costase la mitad para hacer el Festival sólo en agosto. Toda una gestión de oscura matemática con la suma simple de un espectáculo más en julio que supone un aumento hasta el 76% del dinero que había disponible para los dos meses (según se desprende de las declaraciones).

2º.- Sólo una obra clásica

El repertorio de los cinco espectáculos seleccionados por el director para el espacio romano no refleja atractivo desde una mirada del genuino teatro clásico. El apresurado cartel está carente de las grandes tragedias y comedias de autores grecolatinos. Sólo hay una obra de Plauto. Las cuatro restantes, aunque basadas en temas grecolatinos, son de autores de otras épocas –Gaitán, Moliere, Muñoz Sanz y Mira– que despistan en una programación clásica. Es decir, el 80 % de la programación no tiene nada que ver con los autores clásicos grecolatinos. Y, por otra parte, falta a la verdad afirmando que todos son estrenos absolutos (la obra del mexicano David Gaitán, aunque no sea descartable, se estrenó en 2015 y se repuso varias veces con éxito en otros festivales). Pero además, Jesús Cimarro, que nunca muestra del presupuesto que dispone lo que reciben las compañías, tanto las extremeñas -que sabemos que siempre han sido las menos favorecidas- como las foráneas, trata de engañar exagerando la participación, con el trucaje rumboso y demagógico de que en el Festival serán 26 compañías extremeñas las que tendrán trabajo, sin aclarar que en el Teatro Romano las actuaciones serán de dos producciones extremeñas y tres de fuera, participando en ellas 13 artistas extremeños y 34 foráneos. A las otras 24 compañías extremeñas, cuya participación ha sumado, sólo les reparte unas pocas migajas del presupuesto para la animación de actividades paralelas (4 compañías) y para que impartan un indiscriminado cursillito teatral en los pueblos (20 compañías), comprando así su silencio sobre la manipulación foránea del Festival. Un silencio miserable -suscrito por algunos de los mediocres mercachifles de siempre y de turno- que resulta la expresión de un sonoro desprecio a la cultura de calidad dignamente organizada.

3º.- Riesgo económico

Que los argumentos de Vara, Cimarro y Osuna son todo un paripé de decisiones que no contienen otra cosa que lo que atañe directamente al negocio y no al disfrute de la verdadera cultura. En los tres responsables se ve su juego de intereses empeñado en considerar las artes escénicas como una industria del entretenimiento que debe obtener una rentabilidad igual que los eventos turísticos de vacaciones donde todo aparece planeado y controlado. Por lo que tratan de llevar la crisis cultural desde lo económico, lo laboral -cosa que es inherente y que no discuto- pero disimulando con justificaciones poco convincentes que, en ocasiones, sólo evidencian despropósitos. Tan es así, que Vara -que pondrá más dinero de la Junta para compensar la caída de ingresos- llegó a decir que la celebración del Festival ha de servir como “un buen laboratorio” para el conjunto del sector cultural del país, sin caer en la cuenta del “cachondeo” que supondría utilizar como cobayas a los artistas participantes y a los espectadores asistentes; o que Cimarro sin venir a cuento haya dicho con sobrada retórica demagógica que la puesta en marcha del Festival celebra “la vida y la cultura”, y por ello también “se convierte en un homenaje público” a los valientes sanitarios y a esas personas fallecidas de la pandemia; o que Osuna loco también por que se haga el evento -para que llene bares y hoteles de Mérida- salte diciendo “Yo prefiero 800, 100 o 1.200 espectadores a ninguno” y quiera fantasmalmente cubrir el déficit de la reducción de aforo con fondos del erario municipal. Toda una burrada supina del alcalde que no entiende que sólo con 100 espectadores no supondría para el Festival un rendimiento cultural, considerando el enorme gasto que se invierte en su organización. Parece que no sabe que matemáticamente cada espectador de los 100 asistentes costaría un ojo de la cara.

4º.- Riesgo sanitario

Lo más controvertible de esta oferta de Festival es la falta de claridad sobre la protección del público y de cómo se harán concretamente las representaciones. Se quiere ocupar cada representación del Teatro Romano con un aforo mínimo de 1.500 espectadores (el 50% de lo que permite el teatro), algo que es problemático de cuadrar en la angostura de las caveas romanas, si realmente se quieren aplicar las normas sanitarias previstas de mantener la distancias -de metro y medio- y el cuidado al peligro que supone un lugar de aglomeración que puede ser foco de contagio (aunque todo el público lleve mascarillas). La gran dificultad está en la disposición fija de los asientos que no admiten tanta gente, ya que en su aforo usual para 3.000 espectadores la separación entre cada uno -por delante, por detrás y por los lados- es de medio metro.

En lo segundo, las dudas están en el inconveniente de que la representación teatral es incompatible con el distanciamiento social que impone la recomendación sanitaria. Según la guía que recoge las medidas que deberían establecerse, es probable que en las artes escénicas los espectáculos van a sufrir en su puesta en escena cambios en las acciones, contactos físicos -de abrazos, besos, luchas…- con su repercusión directa en la naturalidad de los movimientos, la lisura estética y en la verdad de ciertos mensajes, que ponen en azar la perfección de los espectáculos. En el Festival el riesgo de la calidad será mucho mayor dado escaso tiempo que se dispone para unos ensayos complicados de bastante personal artístico, que requieren -acaso cada día- los reconocimientos médicos obligatorios.

5º.- Supuestos agravios

En la programación, se ha colocado astutamente a la productora Pentación en los últimos días de las representaciones en agosto, lo que le permite una mejor organización de su espectáculo estrella “Penélope” -con actores del “famoseo patrio” y algunos “pecholatas”- y de realizar con más tiempo los ensayos. Tal asunto resulta un agravio, si diferenciamos que ha tenido que ser la compañía extremeña El desván, del actor Domingo Cruz, la que ha tenido que asumir ese encargo envenenado de representar en julio (quizás porque le agobian los números rojos de la situación que padecen los artistas).

En este sentido tengo que insistir que las compañías extremeñas han seguido sufriendo en la región la falta de una eficaz protección institucional de la Junta. La gestión de sus responsables culturales -en estos casi 4 meses de crisis- ha estado fatalmente retardada, dejando a muchos artistas hundidos en la impotencia. En las últimas semanas, sé de dos espectáculos que -con valentía, pero con cierto riesgo- han podido representar en la provincia de Badajoz. Uno, con el título de “Super aplauso” dedicado a las conductas ejemplares habidas durante la pandemia, montado por Teatrapo de José F. Delgado, al que asistí en Villanueva de la Serena. Se celebró en un auditorio al aire libre, bien organizado por el ayuntamiento. Fue un monólogo de teatro-circo interpretado con imaginación y simpatía por José Carlos Valadés, dirigido a un público familiar. La representación, al ser realizada por un solo actor, no tuvo problemas de distancias de seguridad entre intérpretes. El otro, “La isla de los esclavos”, producida por Las 4 Esquinas, del destacado actor Esteban G. Ballesteros -del que sé que andaba apurado económicamente por la crisis- fue representada en Oliva de la Frontera, en una sala (preparada para acoger 110 espectadores, de los que sólo fueron 20). La función -que pude ver en un video- con cinco actores, haciendo un gran esfuerzo por mantener en el escenario las distancias sanitarias, me pareció bastante chunga. No trasmitía la imagen de la obra con aptitud teatral. Y esa sensación de ver generadas estéticas forzadas -en las que no están claras todavía las cuestiones artísticas y técnicas-, obstaculizadas por los decretos ley sanitarios, es lo que me hace pensar que si las representaciones en precario de Mérida no funcionan, con el enorme presupuesto público gastado en sus montajes del Festival, inequívocamente se estaría utilizando fraudulentamente la cultura.

6º.- Silencio cómplice

Visto lo que hay, que deja mucho que desear, me llama la atención el papel de silencio cómplice de la consejera de cultura Nuria Flores y de la directora de las Artes Escénicas Toni Álvarez, que son miembros del Patronato del Festival. Me importaría saber qué han opinado de la forzada celebración del Festival. Se supone que, como no hay un cuerpo de asesores teatrales en el Patronato, ellas son las únicas responsables culturales de la institución que deberían -pues es de su competencia- ser capaces de orientar y enriquecer el panorama del evento en sus programaciones. Recuerdo que cuando fui director del Centro Dramático y asesor del Patronato -en la etapa de Pepe Higuero, Jaime Naranjo, Juan C. Rodríguez Ibarra– existían esos asesores solventes que en las reuniones cuestionaban los temas del Festival y rechazaban aquellas obras improcedentes que no debían ser programadas. Asesores que en las etapas de Monago y Vara como presidentes de la Junta de Extremadura no han tenido en 9 años, que son los que lleva Jesús Cimarro de director -cinco a dedo- y que, como es el único “entendido” de teatro, se ve que maneja a sus anchas y a su favor los presupuestos y la programación del Festival.

Y todo con el consentimiento pasmoso de las responsables culturales y del presidente de la Junta, de los que sabemos su incompetencia en los asuntos culturales que en esta crisis de la pandemia y su aniquilador silencio en estos meses, sin implicarse en las posibilidades de desarrollar acciones con realidades que resuelvan la angustiosa situación de los artistas. Situación que también ha sido denunciada por quienes no conciben la actitud de no hacer nada, como hemos visto en un artículo del cacereño Marce Solís, diciendo: “en este espantoso y trágico parón, observamos por desgracia cómo creadores, artistas, grupos, instituciones y sus responsables (que cobran para ello), eventos y administraciones, se han quedado literalmente paralizados, cómodamente atascados y apoltronados viéndolas venir y esperando. ¡¿Esperando a qué?!” (HOY, 2-6-20). Escrito sorprendente, por ser este actor/gestor el más afín colaborador de Toni Álvarez en la Muestra Ibérica.

José Manuel Villafaina


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