El fin del mundo
Hay temas inevitables, no porque en todas partes se esté hablando de ellos, sino porque son inducidos para crear confusión y dependencia, y evitar que el pensamiento ordene las causas de las crisis que se viven, y por eso cuando hay crisis surgen temas cuya esencia influye severamente en los miedos ancestrales del ser humano, y cuya estimulación producen desvíos en la razón cuando ésta intenta ocuparse de hallar explicaciones.
Nadie, por más orgullo que tenga, estará en capacidad total de negar el limbo emocional vivido por el mundo, durante largos y angustiosos días, caracterizados por inminentes actos de propósito de la enmienda, de arrepentimientos, de balances, de insatisfacciones por lo no hecho, etc., desde cuando los más importantes medios de comunicación y de alienación filtraron la noticia de una supuesta profecía maya anunciando su final, porque si hay algo a lo cual teme con visceralidad el ser humano es a la expresión fin cuando ésta compromete su existencia personal.
A algunos de quienes, por haberlas confrontado durante años, estamos en condiciones de seguirle el rastro al flujo de las emociones, porque ya comprendemos que todo cuanto empieza acaba, el anuncio del fin del mundo nos abrió la esperanza de crear un nuevo conocimiento sobre la conducta humana, cuando entendimos que dicha amenaza nos abría un escenario de enormes posibilidades para el estudio de las reacciones del ser humano, y por eso decidimos ir en busca de aquellas que van más allá de lo simplemente visceral, para tratar de entender las manera como estas emociones comprometen el pensamiento y la historia, y ponen en evidencia el deseo del ser humano de sobrevivir, sin importar si tiene o no planes para desarrollar mientras vive, pero se truncó nuestra esperanza porque, como todo el mundo ya lo sabe, el fin del mundo no sucedió, y por eso debimos contentarnos con estudiar las reacciones preliminares, es decir, las surgidas con el solo anuncio del hecho.
La principal reacción que hemos descubierto, y que nos parece insólita desde todo punto de vista de la lógica del pensamiento, es el estado de inestabilidad analítica en que entra quien está siendo víctima de un susto prolongado, como el generado por la perspectiva del fin del mundo, porque pierde consciencia de sus antecedentes ideológicos y comienza a creer, sin explicarse cómo, en lo que nunca ha creído, por haberlo tomado siempre como una ficción, o por considerarlo como poco digno de ser estudiado o tenido en cuenta.
No nos explicamos las razones por las cuales el avance de la ciencia, y el desarrollo tecnológico, a pesar de ser cada día más cambiante y apurado, y por ende estar en capacidad de conectar al ser humano con su circunstancia terrenal, no esté siendo capaz de sustraerlo de sus dependencias relacionadas con sus miedos primitivos, por lo que consideramos importante plantear preguntas acerca de si la ciencia y la tecnología están al servicio de la humanidad, o son los soportes de una élite para mantener su influencia y sometimiento sobre los demás.
De este nuevo fin del mundo, que debemos aceptar como una promesa más, incumplida, quedan pendientes algunas observaciones acerca de cómo será nuestro comportamiento mientras el fenómeno se está produciendo; sin embargo, en relación con el mismo tema, algo sobre lo cual sí podemos hacer afirmaciones, sin temor a incurrir en aventuras teóricas, es que la amenaza se mantendrá en reposo, porque mientras estemos en crisis, no habrá un procedimiento más universal y efectivo para mantener inactivo el discernimiento que profetizar, de cuando en cuando, el fin del mundo