El hombre del palo
Las personas que corren maratones conocen bien al hombre del palo. Suele aparecerse cuando ya está recorrido más de medio camino, es decir, más de 21,75 Km. No suele importarle si estás corriendo la Maratón de Nueva York con 40.000 personas pateando asfalto junto a ti y otras tantas jaleando: «Go, Carmen, Go» o el Nocturno de Bilbao. Eso no es importante. Lo que cuenta es que el hombre del palo te conoce bien y siempre se dirige a ti por tu nombre.
Has traspasado el tercer puente, quedan menos kilómetros por recorrer de los que ya has realizado, llevas meses entrenándote, has viajado hasta Nueva York, estás corriendo su famosa Marathon, tienes a tus 4 compañeros sudando a tu lado y, entonces, al atravesar una zona sombría y tristona, donde no hay gente animando…: «Toc, toc, toc», suena dentro tu cabeza y una voz con un palo en la mano te dice: «Pero: ¿Qué haces? ¿Tú te has visto bien? Para ya, ¿no? Ya has hecho el indio bastante. ¿No ves que estás roto? Mírate, si no puedes ni con tu alma… Además: ¿Para qué? ¿Para qué corres? ¿No ves que no hay ningún incendio detrás ni vas a salvarle la vida a nadie…?
El hombre del palo y las carreras de fondo van de la mano. No existen el uno sin el otro, como no hay día sin sol ni noche sin luna. Las visitas del hombre del palo forman parte del recorrido de quien se decide por los proyectos a larga distancia. Habita en los recodos de las aventuras vitales de aquellos exploradores que recorren kilómetros movidos por una necesidad absolutamente esencial, pero que no casa con los cánones habitualmente establecidos, comúnmente aceptados y protegidos, que son las razones por las que esta sociedad nos otorga el pleno derecho a actuar, bregar, luchar y avanzar.
El hombre del palo es una buena noticia. Es el ojo de la aguja por donde hay que pasar para llegar a ver con toda claridad un paisaje ancho de amplios horizontes, con la meta clara y la mente despejada. Lo que ocurre es que los seres inquietos, las personas de corazón generoso y los artistas convierten sus vidas en un maratón de maratones con hombres del palo agazapados por las esquinas más inverosímiles, esperando al momento más bajo para lanzar la pregunta de las preguntas.
¿Por qué haces lo que haces? ¿Por qué vives como vives?
La respuesta que le demos a este Pepito Grillo punzante no tiene por qué ser siempre la misma ni provenir de la misma fuente. A veces, basta con mirar a nuestro alrededor para ver a otros seres humanos pateando junto a nosotros En sus camisetas llevan impresas las razones: una hija, la lucha contra una enfermedad rara y devastadora, el amor a una mujer…
A veces, son aquellos que están al otro lado de la barrera los que enmudecen al hombre del palo con sus gritos de ánimo. Nunca hasta ahora hemos sabido apreciar lo bastante la aportación de aquellos que jalean y animan a los que «llevan la antorcha», es decir, a los corredores, los hacedores de proyectos, los actores. Aunque bien es seguro que aquel corredor que superó una pájara gracias a la energía que provenía de las gradas no le sorprenderán los nuevos descubrimientos neurocientíficos que están arrojando luz en torno al importante papel que desempeña el espectador en los acontecimientos.
Ante la insistencia del hombre del palo encontramos razones que provienen de los propios compañeros: son aquellos que hacen camino con nosotros los que sirven de inspiración. Otras veces, las razones que son gasolina para el ánimo nos vienen dadas en forma de palabras gritadas y susurradas por las personas que nos alientan. Y también hay ocasiones en las que la respuesta está dentro de uno mismo. Lo que te hace continuar cuando has estado a punto de «salirte del camino para sentarte a descansar en aquel tronco que ves» o de «decir no puedo más aquí me quedo», es mirar de frente al hombre del palo y darle un abrazo, cogerle de la mano y ponerle a correr junto a ti, con el bastón, a modo de apoyo, en la mano.