El lector de cuerpos
Hay personas que ven. Ven más allá de lo que otras personas ven. A veces, puede tratarse de un don. (Las menos). Las más, son dueñas de un capacidad cultivada, fruto del trabajo y de la observación, de la observación de los demás y sobre todo, de la auto-exploración. Son personas que ven y que pueden decirte muchas cosas, viéndote, «simplemente», caminar.
Como si de un examen de rayos X se tratase y sin conocerte prácticamente de nada, reconocen los patrones de conducta y comportamiento, miedos y debilidades, puntos fuertes y luces que conforman tu persona. Parece arte de magia, pero no lo es. Lo que en realidad ocurre es que el cuerpo habla: La forma de apoyar los pies o de sostener los hombros o la mirada, el rictus de nuestra boca o el ritmo con el que avanzamos, tanto por el suelo como por la vida, dan multitud de información a la mirada despierta.
El cuerpo habla (cuando lo dejamos) y cuando no lo dejamos, también. Aunque en este último ejemplo lo que hace es más bien gritar. Dice: ¡Estoy aprisionado por el que dirán y no me dejan hablar! En estos casos, que son de lo más habitual, nuestros ademanes corporales son nuestra máscara, la personalidad que hemos conformado para andar por el mundo sin que nos molesten. Son nuestra escafandra, nuestro armadura particular. Un ejemplo de lectura: ¿qué podemos pensar de alguien que anda muy encorvado? Pues que quizás guarde para sí algo muy preciado que aprieta contra su pecho, como, por ejemplo, un corazón magullado fruto de un mal de amores.
Por eso tiene tanta miga eso de ponerse ante un lector de cuerpos. Es como estar ante el oráculo. Como cuando Atreyu tiene que pasar por la puerta de los guardianes aquellos que te descuartizaban lanzando rayos por los ojos si olían tu miedo. Los actores lo hacemos con asiduidad. Me refiero a lo de dejar que nos analicen otras personas que ven más que nosotros. Primero nos leen la armadura. La armadura es la capa externa que, en realidad, deberíamos haber dejado colgada a modo de abrigo en la antesala antes de entrar. Y después, una vez dentro, si superamos el miedo, vamos desvistiéndonos poco a poco, quitándonos capa tras capa. A veces, hasta dejamos de precisar ayuda externa y conseguimos auto-pelarnos como una cebolla.
«Déjame verte», «Muéstrate» dice el lector de cuerpos, quien, por cierto, puede llegar a ser absolutamente hermético. ¿Por qué? Precisamente porque se conoce hasta la médula. Ha realizado todo el camino de ida y ya está vuelta. Por eso sabe cómo cerrar su cuerpo para no dar información alguna a quien le mire. Qué gracia, ¿no? Auto-explorarse hasta la médula para ser capaz de cerrarse más que nunca.