Críticas de espectáculos

El loco de los balcones/Mario Vargas Llosa/Gustavo Tambascio

Balcones desde el sótano.

Hay un empeño notable por parte del Teatro Español de Madrid de programar el teatro de Vargas Llosa. Es novelista (y ensayista) principalmente, y tal vez por esa razón su teatro se nota lastrado por esa deuda con la literatura. Hay «exceso» de la palabra dicha.

Ya desde el principio, desde que me siento en el patio de butacas, barrunto lo que me espera.

Vemos en la escenografía el título de la obra: «el loco de los balcones». Primer error. Un enorme balcón, situado en lado derecho, de forma imponente (en proporción con el resto) preside el escenario. En su lado opuesto (y a modo de «sorpresa») una sábana cubre lo que posteriormente serán: casitas de Lima.

En el centro otro espacio, incrustado en la pared. A modo de pecera, creará el espacio del responsable municipal. En esa misma pared, pequeños (minúsculos, en comparación con el gran balcón) balcones darán visibilidad a la lucha quijotesca del personaje de José Sacristán.

Comienza la obra, y lo que nos llega es un recitado que se perpetuará a lo largo de las dos largas horas de espectáculo.

En la Lima de los años 50, Aldo Brunelli (José Sacristán) luchará por mantener parte de la memoria y el esplendor de esos balcones (y edificios) que son parte del alimento de la especulación inmobiliaria, que insaciable e inmutable hace desaparecer parte de la memoria y del sello artístico de las ciudades. En esa lucha desigual, es donde se desenvolverá de manera romántica el profesor Brunelli. Solamente como apoyo encontrará a su hija, heredera de la lucha del padre. Hasta que aparecen las figuras desestabilizadoras de esa lucha: un antiguo amante de la hija y su nueva conquista, que no es otro que el hijo del constructor.

Y una vez que las ganas de vivir de la hija, se imponen a la causa con la que ha luchado junto a su padre…llega la desazón de Aldo Brunelli.

Las escenas avanzan a ritmo lento, con una cadencia que pesa a consecuencia de la literalidad de lo actuado. Eso resta poesía y atmósfera.

No hay lugar para el subtexto, todo se nos ofrece por boca de los actores. Cuando esa boca lleva alma o algo de entraña (en el menor de los casos), se agradece. Nos capta.

Cuando es solo el texto del nobel, nos alejamos del teatro. Nos subimos a un balcón y recordamos desde las alturas tiempos mejores. Escuchamos comas, puntos y aparte, puntos suspensivos y todo el reinado de los signos de puntuación.

Hay unos «números musicales», que están metidos a calzador absolutamente. Ni pegan, ni se agradecen. Escenas donde, si tienes masa…grupo, puede llegar a funcionar. En este caso ni hay grupo, ni hay calidad en esas coreografías. Sobran.

De los actores, que tienen que lidiar con la esclavitud del texto, destacaría los momentos de Fernando Soto (necesita la obra que salga más), de Javier Godino y de Emilio Gavira. Y los momentos de José Sacristán donde se deja llevar, sobre todo la parte final.

Montaje irregular lastrado por su deuda con el texto (muy poco teatral) del Nobel.

Richard Sahagún.

Obra: El loco de los balcones – Autor: Mario Vargas Llosa – Reparto (Por orden de intervención): Juan Antonio Lumbreras – José Sacristán – Fernando Soto – Candela Serrat – Carlos Serrano – Emilio Gavira – Alberto Frías – Javier Godino – Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda – Iluminación: Felipe Ramos – Figurinista: Gabriela Salaverri – Composición y espacio sonoro: Bruno Tambascio – Dirección:Gustavo Tambascio  – Teatro Español. Madrid. 15 de octubre del 2014.


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