El mundo, con las orejas
Hay gente que no puede ponerse tapones en los oídos para dormir porque no soporta escuchar el «ruido» de su propia respiración. Dicen que eso les pone nerviosos. Y es que encontrarse con uno mismo suele dar canguele, a veces. Sobre todo las primeras, cuando uno tiene que hacerlo solo o se encuentra, de pronto y sin avisar, frente al propio abismo interior.
Dice Will Keen que en Hamlet todos hablan sin parar porque quieren evitar el silencio a toda costa. El príncipe no para de hablar porque en ese momento se oirá la voz del fantasma del padre muerto. Así, en nuestros días, tampoco paramos de hablar ni de vivir rodeados de ruido y de estímulos sonoros, no vaya a ser que nos detengamos y nos veamos envueltos en una bruma silenciosa que nos permita oír el latido de nuestro propio corazón.
Los corazones y las voces de Bettina Aragón Hilleman y Juan Carlos Garaizabal Jorge no tienen miedo. De hecho, están al servicio del Bilbao Voz Project, un ente de nueva creación que tiene por súper-objetivo crear Cultura Vocal. ¿Y qué eso de la cultura vocal? Porque aquí de cultura gastronómica entendemos un rato, pero lo de la voz suele ser harina de otro costal. Y si no, que se lo digan a toda esa gente que dice. «No, es que yo no se cantar. Desde siempre se me ha dado mal».
«Se ha dicho que la preocupación por los problemas de voz es un indicador fiable de la cultura y salud de un pueblo». Esta es la cita de Franois Le Huche y André Alalí que acompaña las presentaciones de este ambicioso proyecto, único en todo el estado español y con sede en Bilbao, que viene a cubrir una importante carencia en la materia y que aspira a convertirse en referente y base sólida para todas aquellas personas que deseen obtener una formación de calidad en torno a este instrumento del alma al que llamamos voz.
«La voz es el mayor delator que tenemos», afirmaba ayer la actriz Maria Goiricelaya en el marco de una sesión de entrenamiento para actores en torno al texto. La voz, decía, es el mayor delator que tenemos. Una frase bien cierta que lleva implícita la acción de escuchar. Porque para que una voz nos diga cosas sobre la persona que la emite, hay que saber escuchar y tener el oído entrenado para ello, o al menos, la atención dirigida hacia todo lo que porta consigo la voz de la persona que habla.
Si ponemos atención, no tanto a lo que dicen las personas, sino a cómo lo dicen, es decir, a la cualidad vocal de la frase que emiten, encontraremos, quizás, a la tristeza anidada en los delicados pliegues de una voz fina que apenas se escucha. Comprenderemos a la persona más allá de las palabras. O dicho de otra forma: el hecho de nos contesten: «Bien», a la pregunta del: «¿Cómo estás?» no impedirá que sepamos que la persona, en realidad, está mal. Y será la propia voz quien lo delatará.
Topicazo: Para poder escuchar a los demás, primero hay que aprender a aguantarse a uno mismo. También cuando uno habla, como tan bien lo expresa la propia cultura popular «con un hilillo de voz», porque anda flojo de fuerzas.
Posibilidad: Podemos cerrar los ojos en un espacio rodeado de gente o en este preciso momento. Manteniendo los ojos cerrados podemos escuchar con nuestro oído derecho y con nuestro oído izquierdo. Podemos escuchar lo que tenemos inmediatamente cerca. Después, podemos ir un poco más allá, y escuchar los sonidos que están algo más alejados de nosotros mismos, por la izquierda y por la derecha, por delante de nosotros y por detrás. Incluso podemos extender la escucha hasta que vaya más allá de las paredes del cuarto donde nos encontramos. Y después, podemos ir volviendo, poco a poco, hasta dirigir la escucha hacia el interior de nosotros mismos.
La cultura visual es tan imponente que arrasa con todo lo demás. Es como la democracia, que es capaz de absorber e imbricar en el sistema hasta las mismísimas protestas anti-sistema. Por eso, cuando se empieza a escuchar verdaderamente, resulta ventajoso cerrar los párpados al principio, para dejar de ver con los ojos y empezar a conocer el mundo con las orejas.