El nombre de las cosas
Escenamateur es una confederación donde están representados muchos de los grupos y compañías de teatro amateur existente en el Estado español. Celebró el pasado sábado la Gala de sus décimos Premios que llevan el nombre de Juan Mayorga. Y se celebró en el teatro romano de Itálica en Santiponce (Sevilla). Los intervinientes en el proceso de entrega y los homenajeados pusieron todos mucho énfasis en la palabra Teatro, su significado pasivo y activo, sus capacidades reales, simbólicas, personales y sociales.
Como algunos siempre nos quedamos mirando el dedo que señala la Luna, nos sorprendió que se creara una ligera controversia muy interesante porque hay quienes apuestan por llamar a este teatro que se realiza sin otra ambición personal y colectiva, que hacerlo, que hacer Teatro, sin ninguna ambición crematística ni con proyección profesional como amateur, otros abogan por usar la voz aficionado, que viene a ser lo mismo, pero que en la versión francesa incluye la noción de amor.
Debido a mis orígenes teatrales catalanes, parte de mi formación fue en el teatro aficionado, amateur, porque yo ahora no recuerdo qué uso más cotidiano dábamos en aquellos años de franquismo medular a nuestra actividad. Incluso cuando di un paso cualitativo superior y pasé a formar parte de un grupo que se denomina “experimental e independiente”, no existía un objetivo profesional, se ensayaba en horarios que no interviniera ni en clases universitarias ni en los trabajos de sus miembros y, sin embargo, la mayoría de aquellos compañeros y compañeras acabaron siendo profesionales de reconocido prestigio. Con los años, mi manera de entender la práctica teatral, además de intentar medir las calidades de las propuestas, he ido mezclando cada vez más en mis apreciaciones genérica el concepto vago de amar el Teatro como condimento variable pero imprescindible que no aporta calidad, pero sí compromiso.
Aficionado contiene otra buena noción, la de afición, por lo que supongo que llamarse amateur fue discutido por quienes dieron nombre a esta Confederación y se entiende perfectamente aquí y en los espacios internacionales donde con curren, porque estamos ante un ejemplo de constancia, perspectivas, gestión y capacidad para elevar la práctica de este Teatro de base, fundamental, donde concurren voluntades, aficiones y amor al teatro, a niveles de reconocimiento institucional que ayuda a mantener en mejores condiciones los grupos y núcleos, muchos de ellos que mantienen actividades no solamente de producción de obras, sino de formación para sus miembros, asunto que es necesario remarcar, porque eso confluye con la presencia de actores y actrices maduros, es decir personas que sintieron afición de jóvenes y que ahora, una vez estabilizada su vida laboral y familiar, vuelven a subirse a los escenarios con un bagaje formativo que se incrementa con los diversos talleres, curso y cursillos, lo que nos sitúa ante una realidad evolutiva en positivo que se plasma, de manera obvia, en los escenarios.
Formo parte del jurado profesional de estos premios desde hace varias ediciones y el sábado me tocó presentar el último premio y al tener en mi mano la chuleta que me proporcionó la organización, sentí un calambrazo, ya que se trataba del que reconoce al mejor Espectáculo. Y de repente me encuentro en mi propio laberinto, porque hace unas pocas décadas, me parecía significativo y hasta avanzado decir “una producción …” y ahora usamos de una manera habitual, globalizadora “espectáculo”, cuando quizás exceda a lo que de verdad es de lo que hablamos. Me sucede lo mismo cuando escribo de manera rutinaria que una obra comunica bien con los espectadores. Y cosas de este estilo que siempre me llevan a recordar las conversaciones que mantuve en muchas ocasiones con el sabio Alfonso Sastre sobre estos asuntos. Y creo que llamar obra de teatro a una obra de teatro es remarcar semánticamente el valor de las obras de teatro.
Perdonen la obviedad, pero asumir sin más ese lenguaje tan productivista es renunciar inconscientemente a una de las grandes conexiones con la ciudadanía y si me permiten el acto contradictorio, quizás el mejor acto de mercadotecnia sea llamar Teatro al Teatro, por todo lo que suscita cultural y socialmente, aunque algunos me señalarán como ingenuo, ya que aseguran que existe una animadversión general hacia el Teatro, asunto nunca comprobado científicamente, pero que ayuda a crear estados de opinión que cercenan alguna de las posibilidades de que el Teatro adquiera todos esos valores magnificentes que escuchamos en la noche sevillana de boca de directores y actrices premiadas, grandes profesionales de la escena, académicos y comunicadores, que retumbaban entre esas piedra milenarias y que convertían el acto festivo en un acto cultural de primera magnitud, porque atentos al dato, estamos hablando de una manifestación cultural primigenia. Y, en estos momentos, de las pocas acciones culturales en donde es necesaria la presencia de seres humanos en ambos lados del hecho teatral. Y ambos, actrices y espectadoras, se manifiestan amor en esa comunión incomparable.
En uno de los festivales hispano de Miami se presentaron dos músicos recreando determinadas situaciones dramáticas a partir de la Murga, el emblemático carnaval. No eran actores profesionales pero su espontaneidad fue impresionante; por tanto, me divertí como en el buen teatro