El número en la gestión cultural
Hay quienes afirman algo muy obvio, y es que la gestión cultural es una forma de hacer que el producto cultural obtenga un precio, y quieren con esa definición dar la idea de que por vez primera el fruto del esfuerzo de un artista es susceptible de ser comercializado, como si apenas se estuviese considerando el producto cultural como parte de los bienes materiales del ser humano.
El producto cultural siempre ha estado sujeto a los vaivenes de la oferta y la demanda, y quien lo realiza también ha ocupado un espacio social cuyo relieve ha dependido de la demanda del producto, y del cuidado de la cual siempre ha estado alguien cuyo objetivo es la comercialización de arte, y en virtud de lo cual ha existido el editor, el impresor, el librero, el curador, el promotor de espectáculos, el representante o manager, etc; en fin, que con relación al producto cultural siempre ha existido un mediador, o gestor, cuya tarea ha sido buscarle a éste un sitio en el marcado, y definir, después de la venta, cuánto le corresponde a él, por haber salvado del anonimato un producto cultural, y cuánto a quien puso en juego su vida, para crearlo.
Estamos escribiendo de esta cruda manera, porque mantenemos la convicción de que la idea de gestión cultural, enmarcada dentro de los esquemas de las nuevas formas de ver y hacer la vida, tiene una íntima relación con lo eminentemente comercial, por lo que podemos deducir de una vez por todas que se hace gestión cultural para comercializar y no para formar, que es como siempre hemos catalogado a la actividad cultural.
Enfrentamos el tema de la gestión cultural de manera crítica, no para fijar posiciones en contra de que el artista viva del producido económico de su trabajo, sino porque consideramos exagerado el discurso del que se vale la gestión cultural para promoverse, y para crear ilusiones, que llevan a muchos de quienes aprenden gestión cultural en las aulas, a cargarse de sueños, que la realidad pronto desecha, debido al exceso de espontaneidad emocional puesta en su creación, y al escaso conocimiento de las condiciones ofrecidas por la realidad, para ejecutarlos.
El objetivo que nos ha llevado a introducirnos en este tema, corriendo el riesgo de ser antipáticos para quienes lo promueven y sacan provecho de él, es averiguar si gestión cultural es montar una tienda para vender productos culturales, o una oficina para promover eventos, o, es la decisión de alguien de buscar recursos para complementar el trabajo de promoción cultural que el estado siempre deja a medio camino.
El tema de la gestión cultural es un aporte más al proceso de privatización que caracteriza al mundo actual, y por eso su componente teórico está orientado a justificar el cuánto como expresión sublime de su objetivo, y es esa una de las razones por las cuales cuando el gestor cultural presenta una propuesta debe tener claro el componente numérico, para proyectar el impacto social, porque depende de éste el aporte ofrecido por quien decida apoyar una propuesta, pues en materia de gestión cultural, quien aporta recursos, llámese estado o empresa privada, siempre busca incrementar su imagen corporativa.
Como queda claro que la gestión cultural es una actividad enmarcada dentro de niveles de comercio, industria y competitividad, también debe quedar claro que está sujeta a los vaivenes de un sistema de oferta y demanda, a la capacidad de gestión de quien se atreve a ejercer el oficio, y a la extensión del territorio dentro del cual pretenda hacerse.
Por eso, cuando hablemos de gestión cultural no debemos olvidar las diferencias sociales, porque de hacerlo generamos la falsa idea de que sus resultados pueden ser iguales en todas partes.