El otro Suzuki. Aprender a aprender
En teatro el nombre de Suzuki está asociado a Tadashi Suzuki, un gran director japonés que elaboró un método de entrenamiento actoral que lleva su mismo nombre. Por estos lares el método de Tadashi Suzuki es bastante desconocido. Y si es por esta página lo seguirá siendo, porque hoy no vamos a hablar de él, sino de otro Suzuki. Me refiero a Shinichi Suzuki, que les sonará (nunca mejor dicho) a aquellos que hayan aprendido a tocar un instrumento musical. El maestro Shinichi elaboró un método pedagógico para enseñar a tocar el violín -aunque después se ha utilizado también en la enseñanza de otros instrumentos-, que tiene como particularidad seguir el aprendizaje de la lengua materna en los niños. Con respecto a la enseñanza clásica, este método tiene una característica primordial: el niño empieza a tocar el instrumento casi desde un principio, aún sin aprender a leer música. Como consecuencia, si las circunstancias caen de cara (el entorno familiar, el maestro, la voluntad del niño…), el menudo alumno aprende en unos años a tocar el instrumento con la naturalidad con la que habla su idioma.
Dicho lo cual, inevitablemente mi mente, que tiene el giro viciado, vuelve a pensar sobre teatro. ¿Cómo aprende un actor hoy día el idioma de la actuación? ¿Es un proceso que el alumno incorpora de forma natural? La palabra «natural» aquí puede sonar anecdótica y superficial, pero ya sabemos que en teatro «natural» es una palabra con muchas capas. El término es tan complejo que uno puede llegar a afirmar que «para ser natural en escena uno no puede comportarse de forma natural». Y de hecho, si se le pide a un actor en proceso de aprendizaje que se comporte de forma natural, tal y como lo hace en la vida, lo habitual es que sus acciones carezcan de interés artístico y de atracción. Es decir, lo que es natural en la vida cotidiana, no lo es necesariamente en escena. Por esto la actuación es un oficio donde se necesita aprender una técnica, que no es sino el salto que hay de una naturalidad cotidiana a una naturalidad escénica. De ahí que Stanislavski, obsesionado con una actuación veraz y nada artificiosa, afirmó que en su aprendizaje un actor debe adquirir una segunda naturaleza, dando por hecho que hay una primera naturaleza que hay que superar. Y la paradoja está servida: esa segunda naturaleza debe semejar sin serlo a la de la vida cotidiana, ajustándose al estilo teatral que se trabaje, sea naturalista o abstracto, sea clásico o contemporáneo, sea trágico, cómico o absurdo. Y así podríamos afirmar no sólo que la escena tiene una naturaleza distinta a la cotidiana, sino que cada expresión teatral, cada autor o compañía tiene una idea particular de la naturaleza escénica. A lo mejor plantamos esta frase para que crezca como columna en un futuro, pero el tema de hoy es otro.
Estábamos a vueltas sobre cómo aprende un actor el oficio de la actuación, y aquí nos encontramos con que el oficio casi nunca se enseña a los niños. Quienes empiezan con quince años son considerados precoces, quienes tienen la posibilidad de entrar en una escuela oficial lo hacen a los dieciocho y una gran mayoría lo hace con más edad. Previamente se han podido realizar algunas aproximaciones, se ha podido asistir a una escuela o a ciertos cursos extra-escolares, o se ha podido participar en algún espectáculo de final de curso. Pero, aún siendo actividades loables, pocas veces tienen la estructura suficiente como para ofrecer una educación continua hasta que el niño se hace adulto. Evidentemente, ello no es óbice para que personas que se forman en la edad adulta lleguen a ser grandes profesionales, ni de que a cualquier edad pueda despertarse una bella afición por el teatro. Estamos señalando que, en la actualidad, alguien que será actor no tiene acceso a un camino educativo claro y sólido cuando es niño. Precisamente en la niñez, que es el momento en el que se está incorporando el comportamiento que regirá la vida cotidiana, y cuando se es más permeable a la hora de adquirir nuevos hábitos y comportamientos. Como consecuencia de esta laguna en la educación escénica, el arte de la actuación difícilmente se aprende con la sencillez y organicidad con la que se aprende la lengua materna. Más bien se asimila como una segunda lengua extranjera, que sólo con esfuerzo y dedicación podrá dominarse con solvencia, hasta poder hacer natural aquello que no lo es.
Toda esta reflexión viene a partir de Shinichi Suzuki, que no por casualidad es oriental, de Japón. Pienso entonces en el Kathakali de la India, cuyos actores han estado entrenando duramente desde que son niños, o en los ayudantes de escena del teatro Noh que a menudo son jóvenes futuros actores, o en otras referencias sobre la educación de los niños en ciertas tradiciones escénicas de Oriente. Pienso en todo ello y tengo la sensación de que, pese a las diferencias culturales, pese a lo excesivo que nos pueden parecer algunos de sus procedimientos, aún hay algo que deberíamos tomar de ellos. Que en esto del teatro y de la actuación, aún tenemos que aprender a aprender.