El pan nuestro de cada día
Trabajar de vez en cuando con otras maestras, con otros grupos, en cursos o formaciones es altamente recomendable. Esos periodos de inmersión son un lujo para todo actor que pueda permitírselo. Abandonas tu lugar de costumbre teniendo frente a ti, cinco, diez, si hay suerte, 30 o 65 días de trabajo intenso con algunos de los mejores profesionales del mundo. Esas gentes trabajarán con un método u otro, serán más dulces o menos flexibles, pero tienen algo en común.
Transmiten, no sólo una pasión indeleble por este oficio, sino una consciente seriedad respecto al mismo. Lo dignifican. Lo hacen grande y profundo. Lo elevan a la categoría de oficio noble con su aptitud, sus amplios conocimientos, su saber estar. Gran lección que aprender de ellos: Somos nosotros, con la actitud que asumimos frente a la cosa, los que dignificamos en última instancia este oficio o no. El amor por cada detalle y la exactitud son importantes. No sólo cuando trabajamos, sino también a la hora de escoger las palabras precisas para explicar al resto de la humanidad qué hacemos, cómo lo hacemos y por qué lo hacemos.
Así, cuando hemos tenido la suerte de haber podido salir fuera, dígase a Santander, Aulesti, Nueva York o Wroclaw y volvemos al hogar, dulce hogar, solemos llegar enchufados, muy bien trabajados, con la presencia serena que sólo da el ser dueño de la propia energía. La mirada de un compañero que llega al hogar después de haber hecho un workshop de este tipo es inconfundible, como si tuviera dos palomas anidadas en el alfeizar de sus ojos que pudieran decidir echar a volar en cualquier momento.
Esa persona vuelve con el fuego creativo encendido. Pero lo que también suelen revelar sus ojos es la certeza de que esa bella fogata se irá apagando a medida que la experiencia vivida se aleje en tiempo y en distancia para dejar sólo la estela de las brasas antes de desaparecer del todo. Esa estela durará más o menos dependiendo de lo intensa que haya sido la vivencia, de las luces que hayan ido apareciendo en la oscuridad, como invitaciones a nuevos posibles caminos que recorrer en el trayecto actoral.
Pero… ¿de dónde sale esa certeza de que sólo quedara la estela? ¿Por qué no dejar ese fuego encendido? Lo más complicado, que es encender la chispa, ya está hecho. Luego viene la gran fogata y, después, se trata de alimentarlo y mantenerlo vivo, de echar mas leña al fuego y nunca mejor dicho.
En los hogares de la antigua Grecia siempre había uno encendido. Era el fuego que se mantenía vivo en honor a Hestia, la deidad encargada del hogar. Ella, que tenía una presencia más bien espiritual, era el fuego que proporcionaba luz, calor y lumbre a la casa y la cocina. Gracias al fuego de Hestia se podía cocinar, que, al fin y al cabo, no es otra cosa que transformar los alimentos en comida que nutre. Como el pan, por ejemplo.
Algo así deberíamos hacer nosotros con nuestro cuerpo que es nuestro instrumento. Mantener dentro de nosotros el fuego creativo encendido para poder cocinar nuestro propio pan. Cada día. Para poder así alimentarnos y no morirnos de hambre en estos tiempos que corren.