Zona de mutación

El pensamiento salvaje

Antes del lenguaje residen las fuerzas primarias, pulsionales que ponen a rodar los mecanismos teatrales fuera de los códigos aristotélicos y racionales para decidirse su auto-organización en un equilibrio de corrientes que formalizan más allá del control de las mentes. Al decir formalizan, debiera decirse performatizan la ‘gestalt’, los dispositivos perceptivos desde donde una obra se postula más desde un valor fulgente (poético) que desde una articulación canónica de carácter racional (cuando no racionalista). El rango político que este desborde poético produce es la de desmontar la funcionalidad de la Razón al sistema de dominio que bien puede destacarse como hegemonía del paradigma o sistema de pensamiento occidental. He aquí la importancia e incidencia de la propuesta de Ricoeur al postular marchar ‘hacia el oriente del texto’. Pero esto equivale a lo que el magnífico pensador argentino, Eduardo del Estal, propugna como parte de ese oriente al destacar las chances del idioma castellano como portante idóneo de lo que constituye un pensar poético, ya que por propiedades gramaticales, lingüísticas, el idioma alemán surgiría como más apto para la reflexión filosófica. La composición espectacular de estos tiempos califica a la experiencia sensible por sobre la inteligible, alimentada por la ‘sobreabundancia de significados flotantes más un predominio de lo subjetivo que, sumados a la plasticidasd expresiva de sus modos temporales’ propenden a una articulación de lo poético sobre los planes lógico-racionales de las estructuras teatrales. Esto explica que se pueda hablar de una pulsión pre-lingüística, anterior a las palabras y hasta si se quiere, de una parte del sistema de pensamiento, obviada detrás de los dominios y opresiones de un poder solventado en la Razón, detrás de la cual se avizoran los edificios de un sistema económico que se le corresponde. Así es que lo poético, aparte de ser una manera de hablar, es tanto una alternativa a la hegemonía que nos piensa como un símbolo que encarna que con la razón no está todo dicho. Las fulguraciones emocionales de los pueblos descentrados de dicho paradigma central, hacen oír su grito poético detrás de las selvas, emanando esos ‘textos donde no está escrita su lectura’, según dice con proverbial penetración del Estal. De más está decir que esas barreras culturales no necesariamente están lejanas en el espacio. El oriente, hoy por hoy, está presente por detrás de cualquier espalda, sembrando las paranoias de los que quieren entenderlo todo como manera de ejercer y perpetuar aquel dominio. Las artes liminales son amigas de los hombres afanados en cumplir con las liberaciones pendientes. La pugna por el ser integral no termina y el arte lo recuerda. Los hombres poetas que desovan de las alcantarillas civilizatorias, ni bien cae la noche, desatan los aquelarres impensados, como carne de olvidadas pero dignas insurecciones. Ya lo que se siente no puede desafectarse de los sistemas de pensamiento. El castellano articula las consignas indignadas de aquello que aún queda pendiente, de lo que no se acalla aunque los mandatos de la vigilia sea callarlo. El arte sabe decodificar el idioma salvaje que manifiesta lo otro, lo no idéntico. Por la noche el pueblo secreto se da como pensamiento alterno, en esa esfera particular de experiencia. Y sus lenguajes sensibles trascienden los alambrados en un ritual donde cualquier papel es desbordado por fuerzas excesivas. Lo poético es en si mismo resistencia, ya no requiere explicitarse. La poesía es el mal. Los tiempos hacen de la urgencia una antropología. Los cuerpos se reconocen en el santo y seña del ritmo. Lo que el teórico, ganador del Premio Internacional de Ensayo de Artezblai, Jean-Frédéric Chevallier, destaca como presentar en defección del representar, para el caso en línea con una saga de pensadores que tienen en Deleuze su norte. La furia beata pretende asociarse a la vigilia de los ojos abiertos. Pero aún hay besos que se roban en un sueño. Aún hay variaciones sobre todas las cataduras de la noche. Una pulsión que no racionaliza su oferta.


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