Críticas de espectáculos

El Pintor / Albert Boadella / Juan José Colomer

El retrato de un destructor del arte

A Albert Boadella no le gustan los mitos sobrevalorados o fabricados y en su larga trayectoria artística se ha enfrentado, como ahora, a algunos de ellos. Ahora en su galería de retratos de estos mitos entra el genial pintor Picasso. Albert Boadella no siente gran estima por la obra de Picasso. Acusándole de iniciar la mediocridad, la mercantilización y la ruina del arte, desmonta en su opera la estatua del ídolo con un humor corrosivo, la burla, la parodia, el tono caricaturesco que son su marca de fábrica. De modo que Picasso, dotado de un talento fuera de lo común, gran inteligencia, sentido del humor y grandes dosis de arrogancia, encuentra en Boadella un detractor de primer orden.

Efectivamente, hay un antes y un después de Picasso.

Como dice Albert Boadella: «A semejanza de un Atila de las artes, por allí donde paso el Pintor no volvió a crecer la pintura. La convirtió en «artes plásticas» entregadas a la producción intensiva. Sometidas a las ocurrencias de la apremiante novedad. «

Picasso eligió el camino de la gloria, del éxito y el enriquecimiento rápidos, monetizando su arte, convirtiéndole en un producto de pura especulación comercial.

Desmitificando lo que hoy llamamos arte, Boadella hace preguntas de fondo sobre el valor de la obra de arte y la creación artística.

Una interesante coincidencia: el estreno absoluto de El Pintor coincide con la exposición retrospectiva en Madrid de las obras de Andy Warhol, uno de los herederos del «post arte» iniciado por Picasso.

Inspirándose en hechos reales, biográficos, de la vida de Picasso, Boadella los traslada a una ficción teatral parafraseando o más bien parodiando el mito de Fausto, para contar la fulgurante carrera del pintor malagueño como la consecuencia de un pacto con el diablo.

El joven y ambicioso pintor Pablo Picasso llega en 1900 a Paris, sumergiéndose en la efervescencia artística parisina, impaciente por lograr la fama.

En su taller de Bateau Lavoir, vive con Fernande vendiendo sus cuadros por unos miserables francos, pasando hambre y frio, inhalando éter.

Para lograr la gloria y la riqueza es capaz de vender su alma.

Bajo el efecto del éter se duerme y en su sueño aparece Mefisto que le propone un pacto: a cambio de gloria y riqueza Picasso sembrará el caos en el arte, destruyendo sus principios éticos y estéticos.

Acordado el pacto Mefistófeles le enseña cómo proceder y que vía seguir. Así nace el genio, Picasso inventa el cubismo, después, con el Guernica, el primer grafiti, abriendo el camino a la apoteosis de la fealdad y el arte desechable.

Repleto de gloria, fortuna y mujeres que desfilan por su vida, inspirando sus obras, Picasso produce diariamente numerosos cuadros para responder a la demanda.

Juan José Colomer, el compositor valenciano, confiere a su partitura, en absoluta sintonía con la dramaturgia escénica, un carácter narrativo con los equivalentes musicales de la permanente metamorfosis de la pintura de Picasso. No recurre a la música atonal que equivale a la pintura abstracta, de la que no hay ejemplo en la obra de Picasso.

La partitura orquestal va de las construcciones tradicionales a las desconstrucciones rítmicas, rupturas de tonalidades, cambios de formas y estilos, asimilando en el final la heterogeneidad de todos estos componentes musicales.

La partitura vocal, con importantes partes del coro, el gran protagonista de esta ópera, conserva y desarrolla en la parte inicial las líneas melódicas, a menudo cargadas de lirismo, para ceder luego el sitio a los recitativos y frases ligeramente discordantes en los diálogos de personajes.

Los dúos (en el Ier acto) de Picasso, Alejandro del Cerro, tenor, a veces un poco seco, y Fernande, Belén Roig, soprano flexible, expresiva, muy cómoda en los agudos, son de gran belleza.

Josep Miguel Ramón, barítono, resulta impresionante por la pureza e inflexiones de su voz crea un Mefisto cínico e hipnótico, y Toni Comas, barítono, encarna a Apollinaire y más tarde a un vehemente Velázquez.

Ricardo Sánchez Cuerda ha concebido una escenografía escueta

, sobria. En el Ier acto, en el taller de Picasso, solo una mesa sobre la cual posa Fernande, y que luego los jóvenes pintores rompen para calentarse. La misma mesa reaparece al final del IIIer acto.

Paris es evocado por Picasso esbozando en la pared del fondo algunos monumentos emblemáticos como la Tour Eiffel.

Algunos cuadros reales, los de Renoir y de Monet (en el Ier acto) y las Meninas de Velásquez (en el IIIer acto) aparecen en el escenario, los cuadros de Picasso están representados por dibujos ficticios, en el estilo de Picasso, proyectados en los marcos luminosos en el fondo o realizados en directo por Picasso con un enorme pincel parecido a una escoba, que lleva siempre consigo.

Los vestuarios evocan los de las primeras décadas del siglo XX, Picasso lleva un tee shirt blanco con rayas azules, pantalón corto, esparteñas, y en las escenas en el taller frio de Paris, se pone un largo abrigo gris.

Boadella condensa en una imagen o situación contundente lo que muchos otros directores representan de forma expositiva, insistiendo en los efectos.

Como un pintor, dibuja algunos momentos claves del debut de Picasso en Paris. Por ejemplo la escena cómica en la que Picasso intenta desesperadamente vender sus cuadros a los ricos burgueses que le dan la espalda admirando las obras de Renoir y Monet, aplaudiendo a estos maestros que aparecen en la escena.

La irrupción de Mefisto en el sueño de Picasso, llevando un traje negro y zapatos con altos tacones como los pies hendidos del diablo, evoca las apariciones de fantasmas o de vampiros en el cine.

Es muy cómica la escena de la llegada de Gertrude Stein en un sillón de ruedas, como un trono, rodeada de un grupo de ricos americanos, como promotora de la pintura del maestro con la que va a inundar el mercado.

También con un humor feroz, Albert Boadella focaliza, en la escena de subasta, la locura del mercado del arte, sus imposturas, la fabricación de valores ficticios, el ritmo frenético con que suben los precios exorbitantes de los cuadros de Picasso, superados por los de Pollock, y luego los de grafitistas pintando en el muro, grafitis que recuerdan al Guernica.

Alusiones al contexto histórico y político de la época, personajes reales, históricos y ficticios, tratados en forma de parodia, surgen en el delirio de grandeza de Picasso.

Los oficiales alemanes nazis, «socios» de Mefisto, visitan a Picasso en su taller, tachando su pintura de degenerada, cuando esboza un fragmento del Guernica.

Las mujeres y amantes del pintor desfilan como modelos de moda. El jefe de una tribu africana acusa al pintor de haber pervertido y convertido sus máscaras rituales en productos comerciales.

También Velázquez, con traje de época, sale de su cuadro Las Meninas, cual la figura del Comendador que lazando un anatema contra Don Juan, reprocha, en un tono patéticamente cómico, a un desenvuelto Picasso, copiar su obra y adulterar el arte.

De forma caricaturesca, con referencias a la pasión tauromáquica de Picasso, se trata el periodo de producción compulsiva del pintor en la Côte d’Azur.

Al despertar, tras haber visto en su sueño las consecuencias desastrosas de su ambición tanto en su vida privada como en el arte, Picasso se pone a pintar un bodegón cubista con una guitarra torcida, siguiendo el método enseñado por Mefisto.

El coro y los bailarines, casi constantemente presentes, están incorporados en la dramaturgia escénica, representando a los grupos o a algunos personajes.

La coreografía de Blanca Li, totalmente en sintonía con el espíritu de la puesta en escena, crea no sólo los ambientes, sino que se inserta en las situaciones y la actuación de los cantantes.

En suma una gran creación operística que va probablemente a suscitar polémicas sobre esta visión crítica del mito de Picasso.

¿Pero no es el arte una forma, incluso irreverente, de poner en tela de juicio las ideas establecidas y los puntos de vista?

 

Irène Sadowska


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