Zona de mutación

El piso móvil de la experiencia

El teatro entra en ignición, en situación crítica al momento de la atribución de significado. Esto presupone una experiencia antes de dicha atribución. En términos psicológicos, sería detener el proceso al momento en que se cumplen las funciones primigenias de la percepción y los actos cerebrales que aún no son vectorizados en una determinada dirección o finalidad. Este corte implica el tenor instintual, intuitivo, casi como decir, la dimensión ‘sin por qué’ del actor. Obvio que ponderar esa instancia mental, da pábulo a que los racionalistas detracten toda pretensión de parar un proceso en sus fases irracionales. Es, dicho más prosaicamente, focalizar al actor antes de la toma de conciencia, si es que se puede, aunque sea de manera descriptiva, hablar así. Se trata de ver, aunque a algunos les resulte este tipo de ejercicios como salir a la caza de encontrarle la quinta pata al gato. El cuerpo del actor reacciona a estímulos, que tomados al momento de la captación sensible, son pasibles de datos pulsionales pre-lingüísticos, siendo el lenguaje el agente mediador de las determinaciones subsiguientes a las que una unidad psico-física es capaz de responder. El cuerpo guarda una manera de ser poética, entendiendo esto como el estadio donde la inmediatez entre estímulo y respuesta trazada como una infinitud impensada, devela ese registro de límites acotados, acordados por las portaciones del lenguaje adquirido. El actor que hace de su experiencia una liberación experimental de lo que los mecanismos de la representación traen como inducción a un rendimiento, en el marco de sistema sensible digitado por el contexto económico, dentro de un código establecido de signos y significados. No se trata de un actor aturdido, reacio a asumir direcciones, sino, si es posible establecerlo así, un disparo hacia el punto en que las facultades acalladas en el sistema sensorio-perceptivo, reaviven los dones de agudeza reprimidos, y que podrían resumirse en una ‘preferencia por lo primitivo’, dicho esto en términos de pureza a salvo de contaminaciones. Rimbaud decía desarreglo de todos los sentidos, cuando en realidad se trataría de des-obturar lo que la inducción cultural hace de los mismos, para instarlos a rendir en el cuerpo, como literales esbirros del poder. No se trata de romper con la historia u olvidarla, se trata de decodificar las capas de ese tiempo estratigráfico, por una vía regressiva capaz de desmontar los sedimentos posteriores que fueron cubriendo lo anterior. Se trata de limpiar el sarro de una historia para reabrir el cuerpo a la verdadera historia de la que fue sustraído, a su verdadera videncia. Si esto es susceptible de desocultar un monstruo, seguramente lo será en tanto lo anterior representa la perplejidad de las personas por lo desconocido que son para sí mismas. El ‘patrón constante de percatación’ (Daniel Stern), guía los pasos del actor, en un estadio donde la experiencia se intensifica como conciencia de sí, antes que su contenido utilitario pueda ser manipulado a fines. Ese ‘estadio-niño que crece’ que es un actor que se activa en la escena, opera una modulación colectiva de la pulsión y los afectos. No se trata del empirismo de sujetarse a lo dado, sino de crear nuevas posibilidades, nuevos pisos para la experiencia humana. A conciencia de que a los mismos, hay que redescubrirlos en nosotros mismos.


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