El poder de poder
El estatus del poder, o al menos el de creer que se tiene, debe ser una de las drogas psicológicas y adictivas más perniciosas, tanto para el individuo como para su comunidad. Dada la enorme cantidad de tiempo disponible que me ha entregado esta pandemia, por primera vez en mi vida, he adoptado la posición de integrarme a ciertas organizaciones, todas legales, y lamentablemente, sin fines de lucro, al menos para mi persona.
En todas, por supuesto, para su correcto funcionamiento, debe haber una estructura de cargos como el de secretario, el de tesorero y otros, entre los cuales, el de presidente, debe ser el que mayor interés suscita, por su estigma de poder. Al ser el primero entre sus pares, teóricamente debería ser el de mayor poder en el grupo.
Un buen presidente, sin duda, es para quien el consenso debería ser su herramienta fundamental de gobierno, pero por alguna razón, al menos para mi acotado juicio, inexplicable; el poder, o supuesto poder, logra transformar a las personas. Así como un peatón tranquilo se transforma en un conductor alienado, por el solo hecho de estar tras un volante al mando de algunos caballos de fuerza, una persona común y corriente, en el cargo de presidir un grupo humano, se transforma completamente.
Si esto lo he sentido en minúsculas instituciones, no me extraña como en las grandes ligas, el presidente se transforma en un semi dios.
¿Por qué? ¿Para qué? ¿Simple ego?
Es bien sabido como el ego tiene directa relación con en el actuar de las personas. Quienes tengan la auto estima deprimida, encontrarán en este supuesto poder conferido por el título de un cargo, la forma de validarse como individuos, mientras quien esté en paz consigo mismo, no necesitará de ningún título, puesto o cargo, como para vivir su vida a plenitud.
¿Será que los giga millonarios tienen problemas de autoestima?
Llega un punto en el cual ya no importan la cantidad de ceros en la cuenta corriente, todos en azul, y por supuesto del lado derecho, sino que, dicho en buen chileno, se trata de quien la tiene más grande.
¿Y para qué?
¡Ego!
Nada más que ego.
Una persona con una auto estima deprimida es capaz de llegar a los extremos opuestos como son por, un lado el suicidio, y por el otro, lograr cosas impensadas, claro que las más de las veces, a costa de sacrificar la existencia de demasiados.
Dominar el ego antes de que el ego nos domine, debe ser una de las tantas tareas a afrontar para llevar una vida en paz.
Arquímedes pasó a la historia con su frase; dadme un punto de apoyo y moveré al mundo, aunque bien podría ser; quien domine su ego, podrá dominar al mundo.
La tarea no es fácil, aunque nada que reditúe beneficios a largo plazo, lo es.
Con esfuerzo y constancia, quizás, solo quizás, al llegar a viejos, no tendremos la necesidad de comprarnos un automóvil convertible rojo, para trasladar nuestra potencia sexual en decadencia al relincho de unos caballos de fuerza. Espero que con unas pastillitas azules y confianza en uno mismo, será suficiente para tener el poder de poder.