Y no es coña

El precio de lo invisible

Uno de los deseos o sueños de muchas personas es volverse invisible a su voluntad. En mi caso, en los estrenos, especialmente si tengo algo que ver con lo estrenado, me encantaría tener ese don o facultad. Aunque en muchas ocasiones no hace falta, hay algunas estrellas de la vanidad y lo superfluo que te convierten en invisible porque creen que saludarte puede traerle consecuencias con tus enemigos, que son, muchas de las veces, los que dan y reparten el pastel de heces que se está repartiendo y al que tantas moscas zombis acuden de manera convulsa.

 

Uno de los conceptos que más se manejan en estos momentos en muchos ámbitos es precisamente “visibilizar”, es decir, dejar que algunos asuntos sean invisibles para la sociedad. Acabo de ver una maravillosa obra de la compañía malagueña El Espejo Negro, “Cris, pequeña valiente”, en donde precisamente se logra visibilizar los problemas cotidianos de las personas que están en un proceso transgénero, en este caso una niña nacida con pene. Lo cruel, por muy normal que sea, es combatir este proceso de manera brutal y convertir en invisible a esos niños o niñas, empezando por su propios padres, que les cuesta asumir esa realidad. De aquí al infinito, todos los temas invisibles deben salir a la superficie, volverse visibles, para poderlos conocer, tratar y quizás asumir y cambiar la opinión general y contextualizarlos dentro de las leyes.

Además de lo tangible, de lo obvio y necesario, me gustaría adentrarme en el valor de lo invisible que es en muchas ocasiones una forma sugestiva de hablar de esos factores que en un proceso creativo no están en la primera fila de su visionado. Yo he escrito en muchas ocasiones sobre la dramaturgia invisible de algunos espectáculos, tanto de teatro, como de danza, porque no encontraba otra manera de expresar esa pulsión de baja intensidad que se convertía en el hilo conductor de todo lo que se ofrecía, aunque en ningún momento se reconocía expresamente su existencia. Esta supuesta invisibilidad es parte de la magia de las obras de arte que requieren la mirada de otro para completarse. ¿Es posible que eso invisible que algunos ven, no haya sido ni utilizado, ni intuido por quienes han hecho la obra? Es una posibilidad, porque a veces nombrar ciertos procesos que suceden de manera casi automática, es una cuestión de ajuste de conocimientos. Usar herramientas existentes en el territorio de lo intangible, de lo que roza la noción de la ayuda a la creación llegada de fuera, aunque no sepas su nombre, forma parte de lo habitual.

Sucede también en el territorio de la interpretación, puesto que se puede detectar en algunos montajes la escuela que alimentan a algunos actores y actrices. Algo invisible, pero que se vuelve importante en ciertas ocasiones, sobre todo cuando no existe una armonización desde la dirección de esa pobra en las maneras, modos y formas de interpretar los personajes. En estas ocasiones de diversas maneras de afrontar la interpretación utilizando recursos diferentes que pueden condicionar incluso estéticamente, se puede llegar a producir que aparezca la diglosia en esta parte fundamental del acontecimiento teatral.

He intentado hablar del valor de lo invisible, pero, ¿tiene precio? Resulta que un artista plástico italiano ha vendido una pieza “invisible” por quince mil euros. Me imagino que todos aquellos que sospechan de todo lo que tiene que ver con el denominado “arte contemporáneo”, esa parcela del arte y la mercadotecnia en la que muchas personas por desconocimiento o precisamente por convicciones bien fundamentadas, se sienten engañadas, pensando que existe una amplia manga ancha donde caben todas las ocurrencias, la provocación fatua, y lo que es, pero, el todo vale, que en ciertos segmentos de la ciudadanía produce efectos demoledores. Yo diría que, en el caso de la obra de arte invisible, comprada, se sustancia, se hace visible, el horror del capitalismo en el arte en general, y el plástico en particular. Vale quince mil euros porque alguien los ha pagado. No existe unos condicionamientos y asesoramientos de calidad, de contextualización en la historia del arte, NO, se trata de un acto de poner un precio por encima de cualquier valor real y mesurado. Y así nos va. Y esa manera de poner el precio ha contaminado toda la Cultura, y en las Artes Escénicas, sucede de una manera lamentable. Y consentida por quienes pueden regular los excesos. 

Es el mercado, idiota.

Yo diría que es el oligopolio, mosén.


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