EL PRECIO. Pentación Espectáculos
EL VALOR, EL PRECIO Y EL DESPRECIO
(El precio, de Arthur Miller, de Pentación Espectáculos. Con Dirección de Jorge Eines e Interpretación de Juan Echanove, Ana Marzoa, Juan José Otegui y Helio Pedregal, en el Festival de Teatro de Vitoria, otoño de 2003)
LA INMOVILIDAD o SALVAR LOS MUEBLES
La tasación de los muebles de la casa familiar en un inmueble desahuciado es el punto de arranque de un ajuste de cuentas con su pasado por parte de dos hermanos, Oscar y Víctor, que saca a la luz, ante la esposa de éste último, las miseria de las relaciones entre los miembros de la familia y, en especial, el egoísmo del padre, de quien se emancipó el primero en aras de su carrera profesional y a quien se sacrificó por debilidad el segundo.
El desapego del mayor, Óscar, cuyo triunfal carrera como cirujano, truncada ya por un percance profesional, lo abocó a una nueva vida de generosidad desinteresada hacia los enfermos y el resentimiento del menor, Víctor, hacia su hermano, a causa del fracaso de un futuro científico al aceptar un empleo como policía chocan en un dramático conflicto en el que cada uno -cóncavo y convexo- se convierte en el espejo distorsionado del otro, ante el juicio salomónico del tasador –Gregorio Solomon- y la perplejidad de la esposa.
VIS A VIS CÓMICA o EL DESENCANTO
El contrapunto humorístico corre a cargo de este Gregorio Solomon, un atrabiliario y peregrino –no en balde es otro judío errante- tasador retirado que se persona en la casa de sendos hijos del comerciante arruinado Franks como un instrumento del destino que, pese al dolor de la pérdida de algo que no tiene precio –el suicidio de una hija-, viene a poner precio al remate y ha de provocar el reencuentro –o encontronazo- entre ambos hermanos en esta kafkiana “carta al padre” en que aflora el desprecio de El desencanto.
TODO NECIO CONFUNDE VALOR Y PRECIO
“El precio de los muebles es un punto de vista”, afirma salomónicamente el tasador y, en efecto, cada cual tiene su punto de vista al respecto, que no es otro que el precio que hay que pagar por la elección –o selección de las especies- correspondiente en la vida: desde el primer precio de 1100 $ que acepta Víctor, sin regatear, al valor más elevado –25.000, con comisión de 50$ para el tasador, con desgravación tributaria por donación- de Oscar, cuya actitud viene subrayada por la amarga ironía de la onomástica de ambos hnos. Franks –francos, sin cargas, ni gravámenes-, el vencido Víctor y el ganador Oscar, irreconciliables en el “breve cuento” de la alcohólica Esther que “no cree ni lo que tiene ante sí” y asiste a una pesadilla que fluye de la Gran Depresión a su depresión cotidiana.
EMPIEZA LA TORMENTA o CAE -EL TELÓN DE- LA NOCHE
En un salón de clase media venida a menos –unidad de lugar-, a lo largo de una tarde- unidad de tiempo-, se desarrolla la acción dramática de un policía que se niega a admitir la verdad –su deseo de evasión se pone de manifiesto en la invitación a ir al cine con su mujer-, enfrentado al hermano que, tras alcanzar el cielo del éxito –mayor fue la caída-, trata de reconciliarse con él en una puja por sacar a la luz los trapos familiares y lo peor de cada uno mismo, en su “duelo en Manhattan”, mediante una terapia propiciada por el misterioso judío y ante la esposa de uno–y probable objeto de deseo del otro-, Esther, y con una escenografía realista, de agria o cálida iluminación, con trampantojos al fondo de los ventanales, y un uso simbólico del atrezzo y la utilería, de acuerdo con cada una de las identidades: desde el bastón y el sillón renacimiento español del judío –de dicción sefardí-, pasando por el florete y la silla verde de Víctor o el sillón de orejas carmesí –y el cuchillo de la tentativa de homicidio- de Oscar, hasta el sofá y la botella de whisky de ella; mientras estalla la tormenta, como en cualquier drama norteamericano, más allá del pequeño mundo familiar ingrato que nunca se alzó hasta el amor entre sus miembros, y va cayendo la noche, en un oscuro total, como un telón.