El proyecto Laramie/Moisés Kaufman y Tectonic Theater
EL PROYECTO LARAMIE
Laramie (Wyoming) / Tucson (Arizona)
Título: El proyecto Laramie (The Laramie Project) – Autor: Moisés Kaufman y Tectonic Theater – Traducción: Jorge Muriel – Intérpretes: Ana Cerdeiriña, Mónica Dorta, Iñaki Guevara, Jorge Muriel, Diego Santos, Consuelo Trujillo, Victoria Dal Vera, Antonio Mulero-Carrasco – Escenografía y vestuario: Nuria Martínez – Iluminación: Jesús Almendro –Música: Iñaki Rubio – Dirección: Julián Fuentes Reta – Producción: Jorge Muriel – Teatro Español (Sala pequeña)
Concebido como instrumento de agitación política por el director Erwin Piscator en su etapa en la Berliner Volksbühne durante el quinquenio 1924-1929, el teatro-documento vive una segunda época de plenitud en Europa, especialmente en la RFA, durante aquellos esplendorosos tiempos teatrales que fueron los años sesenta. Obras como El Vicario (1963) de Rolf Hocchuth, El dossier Oppenheimer (1964) de Heinar Kipphardt, La indagación (1965) de Peter Weiss, US (1965) de Peter Brook o V de Vietnam (1967) de Armand Gatti confrontan por entonces al espectador con episodios recientes de su historia que, reconstruidos a partir de una sólida base documental (y, por tanto, objetivamente convincente), consiguen despertar su conciencia e impulsarle a la acción y la participación en la vida ciudadana con el fin de evitar que, una vez más, el ejercicio descontrolado del poder no termine en guerra, hecatombe o genocidio.
Una tercera ola de esta marea que anega los países en momentos de crisis, invadió el Reino Unido hace unos pocos años plagando sus teatros de un sinfín de piezas teatrales que se significaban, por un lado, por la fuerte componente social de su temática y, por otro, porque a la hora de establecer el texto y el guión, el grupo responsable del montaje se echaba a la calle, grababa las declaraciones de los protagonistas reales de la trama y las terminaba transcribiendo palabra por palabra («verbatim») para repetirlas luego sobre la escena. Así fueron apareciendo trabajos como Guantánamo (2004) de Victoria Brittain y Gillian Slovo, Gladiator Games (2005) de Tanika Gupta, Talking to Terrorists (2005) de Robin Soans, o Unprotected (2006), escrita por la compañía del Everyman and Playhouse Theatre de Liverpool. El dramaturgo David Hare fue un precursor en la utilización de esta técnica en The Permanent Way (2003), un testimonio de los accidentes sucedidos en los ferrocarriles británicos tras su privatización por la señora Thatcher. Y ya metidos en las procelosas aguas de la política, habrá que citar las «tribunal plays» del Tricycle de Londres, elaboradas por el periodista del diario The Guardian Richard Norton-Taylor y el director de dicho teatro, Nicolas Kent, a partir de las actas de las «public inquiries» que se llevan a cabo en el Reino Unido para dilucidar las causas de un delito que haya producido gran alarma social en su momento. Entre sus producciones más notables, aparte del montaje de Guantánamo, se encuentran Srebrenica (1996), The Colour of Justice (1999), Bloody Sunday (2005) o Called to Account (2007), en la que se propone llevar a Tony Blair ante los tribunales (como lo está ahora en el «Iraq inquiry» del juez Chilcot) por haber mentido al pueblo británico a la hora de entrar en la guerra de Irak.
Basta con revisar las anteriores fechas para constatar que The Laramie Project (2000) de Moisés Kaufman y sus compañeros del Tectonic Theater Project de Nueva York fue un trabajo pionero en el desarrollo actual del teatro-documento. Resumiendo los antecedentes, en la noche del miércoles 7 de octubre de 1998, Matthew Shepard, un estudiante gay de 21 años de la universidad de Wyoming, conoce a dos jóvenes de su edad, Aaron McKinney y Russell Henderson, en un bar de copas de la ciudad de Laramie. Los tres abandonan el local y se van juntos en una camioneta. Al día siguiente, una ciclista que paseaba por las afueras encuentra a Matthew moribundo, atado al poste de una valla, con señales evidentes de haber recibido una feroz paliza. Trasladado a un hospital, Matthew fallece a primera hora del lunes, 12 de octubre. Aaron y Russell son acusados de asesinato en primer grado, secuestro y robo (se llevaron los zapatos de Matthew). Los medios propagan este hecho criminal por todo el país y la ciudad se llena de cámaras y de periodistas. Pronto se plantea una agria controversia entre los defensores de la moral establecida y los activistas de los grupos de gays y de lesbianas, calificando estos últimos el asesinato de Shepard como «hate crime», esto es, como un hecho criminal provocado por la raza, religión o nacionalidad de la víctima (circunstancias éstas a las que, en 2009 y precisamente gracias a una ley denominada Matthew Shepard Act, se han agregado el género, la orientación sexual o la discapacidad). La polémica rebasa las fronteras de los Estados Unidos y gana en virulencia, sobre todo, en los países anglosajones mientras que los vecinos de Laramie, una población de 27.000 habitantes, se preguntan cómo es posible que una ciudad tan pacífica y tranquila como la suya se haya convertido así, de pronto, en la ciudad «del crimen».
Es entonces, en pleno despliegue mediático tras la tragedia, cuando el autor y director venezolano Moisés Kaufman, ya conocido en el ambiente teatral del off-Broadway newyorkino por otro docu-drama, su Gross Indecency: The Three Trials of Oscar Wilde, decide movilizar a los componentes del Tectonic Theater Project que él dirige para viajar a Laramie y recoger testimonios de primera mano sobre el crimen. De modo que, a lo largo de aproximadamente año y medio, sus actores realizan del orden de doscientas entrevistas con los habitantes de la ciudad, interesándose por el impacto de aquel suceso tanto en sus propias vidas como en el acontecer cotidiano de la localidad. De aquellas pesquisas nació El proyecto Laramie, cuya primera representación se llevó a cabo en Febrero de 2000 en el Ricketson Theater de Denver para pasar ese mismo año al Union Square Theater de Nueva York. La pieza se representó en Laramie en noviembre de 2002. Mientras tanto, ya se había puesto en escena en decenas de campus, comunidades y teatros «off» de Estados Unidos así como en Canadá, Reino Unido, Irlanda, Australia y Nueva Zelanda, convirtiéndose en una punta de lanza reivindicativa de la comunidad GLBT angloparlante. También en 2002, la productora de televisión por cable HBO realizó un film escrito y dirigido por Kaufman sobre la obra.
¿Qué descubren los miembros del Tectonic Theater Project a medida que avanzan en su investigación? Una ciudad alegre y confiada del Medio Oeste en la que todo es como tiene que ser: sus gentes, probos y honrados descendientes de aquellos pioneros que convirtieron el lugar en un gran nudo ferroviario de la gran pradera; su universidad, un foco de prestigio que hoy la dota de una clase media acomodada; sus instituciones, una garantía de la ley y el orden; sus iglesias, las instancias que delimitan las inciertas fronteras que separan el bien del mal… Y sin embargo, bien guardados en la trastienda, se esconden la intolerancia, el miedo, el odio a lo que es diferente, a lo que no encaja en esa idea sublimada que sus moradores se hacen de lo que debe ser la gran nación americana. Es como una gran corriente subterránea que inunda los cimientos de la ciudad y que, de cuando en cuando, esta vez en forma de homofobia, revienta como un géiser en pleno centro de su calle mayor. Son los efectos de este estallido lo que los miembros del Tectonic van registrando minuciosamente en sus anotaciones al hablar con estas buenas gentes: el taxista que lleva a los homosexuales a los bares en que se reúnen (naturalmente, fuera de los límites municipales), el dueño y el camarero del local en el que se vio a Matthew por última vez, la oficial de policía que le desató del poste, los profesores y alumnos de la universidad, los diversos reverendos mormones, protestantes y católicos que pastorean la grey de la ciudad, el director del hospital que lee con tanto sentimiento los partes médicos del agonizante, ese estudiante que quiere hacer teatro y se presenta a una prueba con un fragmento de Angels in America de Tony Kushner…
Probablemente, la hondura y autenticidad presentes en el texto de El proyecto Laramie vengan del hecho de que quiénes hablaron con sus ciudadanos no fueran simples entrevistadores sino actores. De tal modo que, durante las sucesivas conversaciones, no sólo quedaron registradas las palabras de los entrevistados sino también lo que sentían y cómo esos sentimientos y opiniones venían influenciados por su propia condición social y cultural, su orientación sexual o su grado de connivencia con los valores identitarios de la comunidad. De todo ello resultó ese mosaico de más de sesenta caracteres a los que dan vida los ocho intérpretes de la obra, tejiendo un entramado tras el que se trasluce ese ingrediente, la condición humana, que basta por sí sólo para justificar una función. Sí me parece, por decirlo todo, que el texto de Kaufman y el Tectonic se deja llevar en demasía por el drama, sobre todo al final, que se convierte, a su pesar espero, en un suave murmullo de buenos sentimientos que, muy a la americana, amortigua el valor y la repercusión de la denuncia.
Es a este trabajo de resonancia mundial al que ahora se enfrentan el joven director Julián Fuentes Reta y sus actores en la sala pequeña del teatro Español (¿para cuándo nombrarla «García Lorca» o «Margarita Xirgu» como se merece, por su historia, el teatro?). Tienen en contra el hándicap de no haber participado en la toma de datos, de no haber vivido el ambiente de Laramie en aquellos momentos (no hay que olvidar que los actores del Tectonic aparecen también como personajes de la obra). Es un poco el inconveniente de esta nueva manera de hacer teatro-documento, que el entrevistador parte con la ventaja de conocer muy bien a su modelo a la hora de componer el personaje. Como si hubiera, por decirlo así, una puesta en escena original y las demás tan sólo fueran copias. Sin embargo, tanto la traducción de Jorge Muriel como el entendimiento del texto y de las circunstancias de la obra que muestran los actores zanjan de inmediato cualquier reparo que pudiera existir sobre la autenticidad del montaje. La compañía funciona como un reloj y Julián Fuentes Reta sabe mover a su gente con soltura en medio de ese caleidoscopio humano que es la pieza. Partiendo de este reconocimiento, habrá que señalar de todas formas que, así como todos funcionan al unísono durante la exposición objetiva de los hechos, esta uniformidad se rompe un poco a medida que va aumentando la carga emocional y cada actor responde a ella en función de sus capacidades interpretativas. Grandezas y servidumbres del drama que se podrían haber evitado de haberse mantenido la actitud un tanto distanciada del principio. Pero también habrá que reconocer que el director y los intérpretes no hacen más que seguir al pie de la letra los objetivos perseguidos por Kaufman y su Tectonic: emocionar al público para que, de esa emoción, surja la repulsa de los hechos. Y a fe que, si hemos de juzgar por la entusiasta reacción del público del Español, la compañía lo consigue con creces.
Pero a mi parecer, el uso de esta «inteligencia emocional» para analizar los problemas presenta el grave riesgo, como tanto cine de Hollywood nos ha venido demostrando, de pasar por encima de la investigación de sus causas reales que es, en el fondo, el primer objetivo del teatro documental. No hay como recordar la frialdad con la que se presentan los acontecimientos en La indagación de Peter Weiss o en las «tribunal plays» del Tricycle de Londres. No es que El proyecto Laramie no indague en las causas raíces del asesinato de Matthew Shepard, que lo hace, sino que la exposición de estas causas viene envuelta en una nebulosa de buenos sentimientos y humanismo retórico que pueden impedirnos el pasar a la acción: «son cosas que pasan», «eran chicos muy jóvenes», «no sabían lo que hacían», «aprendamos la lección para el futuro», «no volverá a pasar» piensa el espectador… Pero pasó, por poner un ejemplo entre otros ciento, en la matanza de Columbine y acaba de pasar en Tucson (Arizona). En otras circunstancias y con otras motivaciones, pero siempre partiendo del mismo substrato de violencia (aunque se nos haya dicho en cada ocasión que los asesinos estaban medio locos). El presidente Obama ha intentado cerrar la herida de Arizona utilizando el bálsamo de la palabra «América» (¿podría haber obrado de otra forma?) pero, mientras no se controle la venta de armas en su país, seguiremos esperando a cuál será la próxima (a Matthew Shepard le golpearon con la culata de una pistola).
David Ladra