El público, motor del espectáculo
Sin ti no soy nada, dice la canción desesperada de un enamorado, y para mí es la imagen de la relación entre la escena viva y el espectador. Danza, teatro, ópera, circo, su vida y supervivencia dependen del Sr Público, así con mayúsculas para darle mayor relevancia. Monstruo de mil cabezas, la relación entre el público y el espectáculo siempre ha sido compleja, entreverada, muchas veces conflictiva, con esa intensa relación amor-odio que caracteriza a la pasión verdadera.
Detengámonos específicamente en lo que ocurre en el teatro. No podemos quejarnos del desapego del público hacia el teatro sin detenernos a pensar ¿qué hacemos para que haya más espectadores en nuestras salas? Por supuesto que no tengo una respuesta para este problema grave, sin embargo podemos adelantar algunas reflexiones.
Sin Público no hay Teatro, esta obviedad debemos tenerla muy presente, tanto como conseguir los actores, determinar la obra o escoger los decorados. Es más ya desde el tipo de espacio en el que vamos a trabajar y su relación con el espectador, debe ser determinante para el desarrollo de nuestro proyecto
Debemos constatar que en general el público de teatro es de adultos maduros, que en los teatros hay pocos jóvenes, casi ningún adolescente y que los niños sólo van a las funciones infantiles. ¿Qué hacer para rejuvenecer al público? Creo que debemos proceder por contagio, como hacen las sectas, o las ciencias ocultas, o las sociedades secretas. El teatro como sociedad secreta o ciencia oculta que va a desvelar algunos misterios del ser humano. Insistir en su carácter fundamental en el desarrollo social: cuando el adolescente lo practica le da un lugar en el mundo. Ya no es Pito Pérez, hijo de don Nadie: por obra y arte de la escena se convierte en un personaje, ya sea del repertorio, o él mismo, porque aún representándose a sí mismo, es otro. Un adolescente que se para en el foro y asume, estoy aquí y soy alguien, que siente la potencia de la escena, ya es un futuro espectador de teatro. No necesita convertirse en gente de teatro (actor, escenógrafo, director, etc.) para poder apreciar lo que significa desprenderse de su mínima persona, para ser alguien.
Si esto es así, hay que poner al teatro al alcance de todos los jóvenes, así como se les da un lápiz, una pelota, una computadora, una cámara, un reproductor de sonidos. Escena para todos, es mi propuesta. En la escuela, en el barrio, en los conjuntos habitacionales, en el club, en las fiestas. Todos a afrontar el riesgo, privilegio, audacia de estar frente al público, parados en un foro —aunque sea fugaz, conocer el placer de interpretar al otro, de divertir a nuestros próximos, prójimos. Saborear la locura de la escena.
Y se necesita un mínimo de espectadores para que esta experiencia tenga sentido, porque el teatro sin su público no existe. Por eso propongo que haya concursos, que se premie a las mejores producciones escolares, de barrio, de aficionados, de jóvenes compañías profesionales; que haya emulación y deseos de ganar. Imaginemos un festín de teatro entre nuestros vecinos, en la escuela, en nuestras celebraciones. Eso ocurre en Gran Bretaña y ya vemos que es una de las sedes del teatro mundial, no sólo por la calidad de sus espectáculos, también por el entusiasmo de su público. Reconozcamos que muchos británicos tienen un buen sentido de la escena, de la expresión pública, de la elocución, porque desde la escuela han practicado ese ejercicio de representar y hablar para los otros.
Pero cada país debería dedicar buena parte de su energía creativa a la formación de públicos para el teatro… Porque al descubrir el teatro se descubre la otra realidad, que no es únicamente mística, también puede ser social o afectiva; en el teatro se descubre que hay otras mecánicas, que hay otros mundos.
Pero los profesionales también tienen la tarea de no engañar con su mercancía. Nada hay más lamentable que un espectáculo tramposo, que con pretensiones de experimento trate de tomarle el pelo a la gente, que sea rutinario, que no tenga una verdadera búsqueda. Nada desalienta más que asistir a una mala representación. Los códigos cambian, pero el tesoro sigue intacto, y una buena representación nos introduce en ese mundo: la mejor manera de seguir fomentando la llegada del público es ofrecerle un buen espectáculo. Nada de engaño, sólo verdad y escena.
Aquí quiero relatar mi experiencia como espectador en el Théâtre du Soleil que dirige Ariane Mnouchkine. Es una sensación única para el público; desde la llegada, frecuentemente el espectador es recibido por la directora en persona que en esos momentos funge como recepcionista de tickets, a la que se le puede saludar con toda naturalidad; dentro hay una galería con restorán a precios módicos, librería especializada en teatro, y la posibilidad de ver cómo se preparan los actores para la representación. Algunas veces, dependiendo de la representación, hay música en vivo. Al interior de este teatro ubicado en el antiguo arsenal de París (La Cartucherie de Vincenne) cualquier espectador se siente bien acogido, que forma parte de un grupo efímero compuesto por una compañía de actores y músicos y la masa anónima a la que el pertenece. Es un ambiente cálido que incita a regresar. No es un negocio, es una aventura, la aventura del teatro que debe estar al alcance de todos. Y en efecto, regresamos, porque sabemos que ahí siempre habrá un espectáculo trabajado y comprometido.