Diario de Unga Klara

El ‘ritmo’ teatral

La semana ha transcurrido en un ambiente privado. Ensayos casi a puerta cerrada, trabajando las escenas que los actores previamente habíamos decidido. Bien por falta de ensayos, bien por necesidad de profundizar en las mismas. Extraño. Es la primera vez en todo el proceso que hemos trabajado «según» los cánones. El acto creativo es algo sensible que debe ser tratado con mimo y discreción, se dice. Suzanne hace caso omiso de esa norma pero en esta ocasión ha dejado un hueco a la ortodoxia.

Al finalizar la semana, reflexión individual. Cada uno habla libremente, sobre lo que cree que debe expresar. Aquí constato una de las diferencias que tengo con la cultura, en este caso teatral, sueca. Pero que se puede extender a la vida normal perfectamente. Todos los discursos de mis compañeros están «individualizados». Si bien es verdad que es una «reflexión individual», yo acuso de manera evidente la diferencia. Mi discurso tiende a hablar de la forma que adquiere el espectáculo, del ritmo interno del mismo y, como no, de mi cuota de responsbilidad en el trabajo. Pero lo hago desde una perspectiva colectiva, una visión que intenta ser global.

Es la primera vez que hago una crítica no favorable a la sociedad sueca. La forma de organización del Estado, la generosa cobertura social que brinda tiene efectos secundarios «no deseados». El individuo sale fortalecido, en detrimento, del grupo. La sociedad es una suma de individuos, independientes. Libres y con una gran capacidad de análisis, pero individuos. Y esto se nota en la forma de ver la realidad. Yo, que me he formado en el seno de un grupo independiente, donde lo colectivo primaba sobre lo individual, siento la diferencia. No quiero hacer apología de mi pasado, ya que enormes lagunas de aguas cenagosas lo cubren también, pero si echo en falta esa «conciencia colectiva» que, a mi modo de ver, aporta un plus al hecho teatral.

Quizás se consiga por otros caminos, no lo sé. Os lo contaré cuando el espectáculo se mida con el público.

Suzanne no deja de soltar perlas. Al finalizar la ronda de opiniones, habla del ritmo del espectáculo. El ritmo. Otra de las señas de identidad en la forma de hacer teatro que yo conozco. Ritmo marcado, impuesto por la dirección. Ritmo en el discurso verbal del actor y en el movimiento escénico. Ritmo como algo sagrado, inviolable, que no pertenece a nadie. Sin duda da resultado. Pero aquí la cosa es diferente. Para Suzanne el ritmo es algo que pertenece al propio espectáculo y que se va configurando por sí solo. Hay que dejar al tiempo que haga su trabajo. Que maduren el actor, las escenas, las transiciones (en las cuales sí interviene de modo decisivo). Para ella el espectáculo funciona como está, le gusta lo que hay. Y eso se evidencia en su sonrisa y empuje cada vez que hacemos un ensayo seguido. Sabe que hay desajustes, pero deja que sea el tiempo el hacedor. Si bien comenta que cuando nos encontremos con el público volverá a observar minuciosamente la puesta y decidirá, si es necesario, cortar algo, o ajustar alguna parte, su confianza en la propia maduración del ritmo del espectáculo es algo que me guardo en el baúl de las cosas importantes.

Es posible que en algunos espectáculos se note ese desajuste rítmico. Pero me dicen que en muchos de sus trabajos, hay algo teatral lleno de hechizo, más allá de lo medido, de lo racional. Y creo que esto es fruto de ese interno ritmo teatral que tiene cada pieza.

Lo veremos esta semana en la que comenzamos a recibir público. Os cuento.


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