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El teatro facial de Miss Beige en la XXXVIII MITCF de Cangas do Morrazo

Sin palabras podemos comunicarnos en lo fundamental. En muchas ocasiones las palabras no son más que máscaras interpuestas o escudos respecto a aquello que sentimos, necesitamos o nos mana. Palabra y logos, logos y lógica, lógica y juicio, juicio y represión, prevención… acaban por pulir las superficies rugosas de nuestro ser y domesticar nuestro estar.

 

La danza, el teatro físico o gestual, el trabajo con máscaras neutras y larvarias, en las artes escénicas, han abierto caminos en los que el cuerpo es capaz de expresar lo que, con palabras, no sería lo mismo, lo que puede parecer inexpresable porque nos toca de una manera diferente a cómo lo haría una palabra escuchada o leída.

En la XXXVIII Mostra Internacional de Teatro Cómico y Festivo de Cangas do Morrazo (MITCF), el 2 de julio de 2021, pudimos participar en la performance Secretos de alcoba de Miss Beige, personaje creado por Ana Esmith. Una experiencia teatral en la que Miss Beige no habla, se limita a observar y escuchar, a gesticular con la cara, tumbada en una cama, invitando con la mirada y el gesto a que quien mira actúe acompañándola en la cama.

Un vestido beige, zapatitos beige, bolso beige con un martillo del que asoma el mango, guantes beige, la media melena negra peinada con ralla al medio, cara limpia, sin maquillaje alguno… Una caracterización demodé que impugna la imagen canónica de la mujer y de la belleza objetualizada femenina. Como la propia Ana Esmith afirma, una imagen anti-selfie que, de algún modo, también nos confronta con alguien que, de primeras, no se muestra simpática, sonriente, esplendorosa, divertida… y todas esas cualidades con las que buscamos gustar y conquistar. Esas actitudes que, en el fondo, quizás, solo demuestran nuestro miedo a no gustar, a que no se nos acepte, a no caer bien…

La Miss Beige que nos observa desde la cama mantiene el rictus serio, la expresión serena y austera, diríase, incluso, malencarada. La cama es de esas de hace cuarenta años, una cama pasada de moda, de las que la gente se deshace para amueblar la casa con las últimas tendencias del mercado de la decoración.

El rostro de Miss Beige es un teatro en si mismo. En él aparece, de manera muy precisa y bien dosificada, una dramaturgia compuesta por gestos deícticos, que nos indican y apuntan, que nos atraen o apartan, y gestos expresivos o simbólicos, con los que lo fundamental es transmitido, sin romper ni estropear el magnetismo del misterio. En esa economía, en la que ningún mínimo movimiento resulta accesorio, también las manos, enfundadas en los guantes y sujetando el bolsito del que asoma el mango de un martillo, a veces realizan movimientos y gestos deícticos, señalando algo, o adaptadores, recolocando el vestido, tocando el cabello propio o el de la persona que se sienta en la cama, a su lado…

El humor surge de manera desprevenida, como liberación nerviosa, en algunos casos y, en otros, como resultado de la transgresión que la propia situación implica. El silencio y la aparente inactividad de ese personaje yaciente, que nos observa y que nos invita a acostarnos con ella, desde una interpelación gestual exenta de provocaciones eróticas o explícitamente divertidas y espectaculares, genera una tensión de contraste respecto a lo esperable. La post-espectacularidad, en esa renuncia a lo que solemos entender por entretenimiento y espectáculo, el convite a acostarnos con ella, con su gesto adusto y vestida de otra época, también es algo contrario a cualquier expectativa a la que el mundo del teatro, la televisión y las redes sociales nos suelen habituar. Respecto a algunos de nuestros esquemas mentales, la situación podría, incluso, rayar en el absurdo.

Sin embargo, la performance es una invitación al juego, a participar confrontándonos con la tensión de ese silencio, con el hecho de no haber ninguna pauta predefinida explícitamente, con el abismo de esa libertad que Miss Beige nos brinda.

Estamos muy acostumbradas/os a que nos digan lo que tenemos que hacer, a que el guion esté bien clarito. Incluso en el teatro más rompedor, cuando se supone que se abre un espacio para la participación directa de la recepción, actuando o haciendo algo más que mirar desde una butaca, acaban por decirnos o darnos instrucciones de lo que debemos hacer, de tal manera, que, al final, de lo que se trata, una vez más, es de ser obedientes y productivos. Sin embargo, Miss Beige, en Secretos de alcoba, no nos instruye, no nos pide, de manera implícita o explícita, que seamos obedientes. Nos deja libres y ahí, quizás, es donde radica el vértigo fascinante de esta performance.

Yo, por ejemplo, al principio estaba nervioso e intenté serenarme mirándole directamente a los ojos y respirando, después el estar pasó a ser algo divertido. Algunas personas, que iban en pareja, acabaron por meterse en la cama las dos y, a petición de Miss Beige, sin mediar palabra, bajarse la mascarilla para darse un beso en los labios y para mantener una interacción lúdica. La propia voluntad por intentar descifrar las intenciones de Miss Beige u otorgarle sentido a la situación, acababan por originar momentos de una comicidad muy sutil y sorprendente.

Y ahora, la pregunta del millón: ¿Cómo puede ser que, desde la aparente inacción, desde lo mínimo y marginal, acaben por pasar tantas cosas inefables que nos afectan?


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