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El teatro protesta alejado de las anestéticas. AveLina Pérez

¿Cuántas veces me he encontrado, encima de los escenarios, con discursos contundentes y claros, desde el propio argumento de la obra hasta las réplicas de los personajes? Discursos contundentes y claros que, sin embargo, no se sostenían en una actitud general, real, correspondiente. Actitud real y no ficticia. 

No me refiero a la actitud de los personajes, en momentos puntuales de la trama de acción, sino a la actitud general de todo el elenco y, por extensión, del equipo artístico. Una actitud clara, decidida, desde una convicción honda.

La correspondencia entre discurso y actitud no es una redundancia ni una ilustración entre ambos niveles. La actitud de actrices, actores, bailarinas, bailarines, performers, es un manifiesto energético, estético y, a la postre, ideológico o temático.

Por ejemplo, una actitud general arrogante, prepotente y jerárquica, en la manera y el estilo de estar, de moverse, de hablar, de vestir, de relacionarse, etc., incluso en el hecho de aleccionar con el discurso verbal, acabará por erigirse en el verdadero “mensaje” de la obra. Prevalecerá la energía que nos traslada la actitud general por encima, incluso, de lo que se pueda decir desde el escenario, incluso, por encima, también, de lo que se pueda hacer (de las acciones).

El fin de semana del 7 al 9 de diciembre, la dramaturga gallega AveLina Pérez estrenó su última pieza: Deixa de tocala, Sam (Deja de tocarla, Sam), junto al pianista Velpister, en el Teatro Ensalle de Vigo. Yo pude verla el domingo 9 de diciembre.

Desde una actitud clara, la actriz aboga por una dramaturgia (una composición de acciones) que no se rinda a la claridad cómoda de una pieza que se pueda describir o explicar.

La actitud es clara, nítida, provocativa y desafiante por veces, desde la puesta en evidencia del juego musical con el texto y con el gesto, alternando los compases verbales con los compases musicales de Velpister y, a veces, simultaneándose, hasta las reflexiones en tono confidencial al micrófono y a nosotras/os, pasando por la protesta que atraviesa toda la pieza. Porque, igual que hubo y, quizás, hay una canción protesta, también hay un teatro protesta: este.

Velpister toca de manera apasionada, hace un Sturm und Drang con las teclas del piano. Ese piano lleno de pintadas casi expresionistas, como la pintura de la época de posguerra: Velpister y AveLina lo pasan bien actuando, se nota, no obstante la pieza es una contienda y, también, una denuncia.

En cierto sentido, Deixa de tocala, Sam, es una contestación a las jerarquías de poder, a las estructuras en cuya cúspide está la palabra, ya sea la de Dios, que se hizo verbo, ya sea, en la “high-class” teatral, la de William Shakespeare. Verbos canonizados, canónicos, institucionalizados.

Se nos habla de los desperdicios. Pero estos no son los de las pipas que come AveLina en el inicio del espectáculo, sentada frente a Velpister, mientras este toca. Los desperdicios son otros, que desfilan por los retazos de texto, como los motivos de obsesiones recurrentes, que nos hablan, por ejemplo, de la invasión de los teatros y coliseos por parte del Príncipe de Dinamarca. Los desperdicios son todas las cosas que quedan fuera de los escenarios, como la mujer a la que se le cae el diente de oro mientras da de comer a los peces de la plaza… Todo lo que queda fuera del teatro y que, sin embargo, nos habla de nosotras/os, quizás más de lo que puede hacerlo Hamlet.

To be or not to be, that is the question, canta Velpister al piano, en una performance vocal casi deconstructiva. En las mejillas del Príncipe, en el cuadro pintado que corona el foro, se encaracolan espirales misteriosas.

Espirales. Deconstrucción en la construcción fragmentaria y poética de una protesta escénica que quiere conectar con la calle, con lo pequeño, con lo insignificante, con todo lo que los cánones sociopolíticos, culturales y artísticos dejan fuera.

AveLina hace el simulacro paródico de una penitente que, de rodillas, arrastra una mesa altar, desposeída de Dios, después de darle gracias, desde lo alto de esa mesa, por los alimentos de los que comen allá abajo, a ras del suelo, donde hay dispuesto un servicio con mantelito blanco de encaje, plato blanco con pipas, tenedor, cuchara, cuchillo, servilleta y copa de agua. A ras del suelo, a los pies del público.

“Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.”

Dios y Hamlet como dos lastres procesionales que siempre salen ganando. En el combate. En la vida. AveLina Pérez pierde en el combate irónico contra Dios y contra Hamlet. Pero no es la única: todas/os perdemos contra Dios y contra Hamlet.

No obstante, toca reír y pasarlo bien. Deja de tocarla, Sam. Ya sea Sam Hamlet, Dios o Godot. Toca reír y pasarlo bien porque en esta contienda no hay lugar para el derrotismo, sino para el vitalismo y para la afirmación.

Esa es la actitud de AveLina Pérez y Velpister, actriz y actor, esa es la actitud de la dramaturgia y de la dramaturga.

Toca reír y pasarlo bien, plantándole cara a la abulia, a la censura, a la conveniencia estipulada, al marketing.

Una afirmación alejada de los estándares de la claridad comercial.

Una afirmación vitalista, alejada de las estéticas anestésicas, las anestéticas, asimiladas y difundidas por el mercado y por los medios de comunicación de masas.

 

 

P.S. – Sobre la dramaturgia de AveLina Pérez, también puede leerse, en esta misma sección: “Los perros no comprenden a Kandinsky pero sí a AveLina Pérez”, publicado el 9 de julio de 2017.

Crónica sobre un espectáculo que no he visto. Los perros, Kandinsky y Avelina Pérez”, publicado el 18 de febrero de 2017.

Fumando (des)espero, my Honey Rose”, publicado el 3 de julio de 2016.


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