El triunfo del vacío
Mi memoria se reparte entre la propia, no transcribible a palabra alguna, y la apócrifa, recogida entre papeles, cuadernos de notas y ese otro cerebro, externo, del ordenador.
Uno escribe cuando puede y como puede, contra viento y marea, con un ordenador que se apaga, misterioso, en mitad de la palabra no escrita, y que remolón arranca, a su capricho, cuando el calor interno de la placa base y sus veleidades técnicas lo permiten.
Y escribiendo, entre apagones tecnológicos y digresiones mentales, intento aprehender el concepto de vacío, un concepto, que esquivo, se me escapa, trasmutado, en sus formas físicas, filosóficas, escultóricas, pictóricas y poéticas.
Un vacío, que «No es el reverso del ruido / Ni es el hueco de una ausencia», según el poeta Leopoldo Alas (Mínguez), nacido arnedano por casualidad en 1962, y sobrino-bisnieto de aquel otro Leopoldo Alas «Clarín».
Un vacío, que nos mira a través del aire que lo contiene en la escultura de Oteiza. Un Oteiza para el cual «El vacío se obtiene» siendo «el resultado de una desocupación espacial», y «la presencia de una ausencia formal». Un Oteiza, que dejó la investigación experimental en la escultura en 1959, pasando posteriormente a una experimentación poética y metafísica sobre los resultados de su experimentación plástica anterior.
Un vacío, que en el suprematismo de Malevich se hace lienzo en la pintura, constituyendo su obra «blanco sobre blanco», creada en 1918, un punto de giro en la forma de mirar el arte proclamada hasta entonces.
Un vacío, que en Yves Klein se hizo exposición, en la exposición de «el vacío», que en Mayo de 1958 tuvo lugar en la galería Iris Clert, donde un espacio de paredes blancas mostró que el arte no solo trabajaba para hacer visible lo invisible, sino que podía trabajar directamente el vacío como material.
Un vacío, con el que John Cage, en 1952, nos acercó a la música a través del silencio, 4 minutos y 33 segundos de silencio, un silencio que siendo profundo, no sería absoluto, ya que el silencio siempre se acompaña del sonido agudo de nuestro sistema nervioso y el grave del latir de nuestro corazón.
Un vacío, físico, más cercano ahora, tras el descubrimiento de que el bosón de Higgs, hasta ahora teoría de existencia de partícula y de campo de atracción, es un hecho cierto probado en el CERN, Laboratorio Europeo de Física de Partículas Elementales, en Marzo de 2013.
Después de esta inmersión teórica en el vacío de la física y del arte, me pregunto cuál será la representación práctica del vacío en el teatro, cuál será la masa crítica del silencio y la pausa en la ecuación física del vacío escénico.
Me pregunto cuál será la representación escénica de ese vacío filosófico, físico, pictórico, escultórico y poético, en el espacio y en el cuerpo-templo-mente de los actores.
Quizás ese vacío tenga su eco en la «vía negativa» del trabajo de Jerzy Grotowski, una vía negativa que no era una colección de técnicas, sino una destrucción de obstáculos. Una destrucción de obstáculos, en la cual el actor debía encontrar un estado mental concreto para poder desarrollar su trabajo, un estado mental al que Grotowski se refería como «una disposición pasiva para realizar un papel activo, estado en el que no «se quiere hacer algo», sino más bien en el que «uno se resigna a no hacerlo».»
Me pregunto si el camino del vacío es el camino de la plenitud, si es el del vacío, un camino espiritual y físico, en el cual el teatro es uno de esos puentes que cruzan el río.
Me pregunto si el camino del vacío del espacio escénico, estará formado por esos claros del bosque de los que hablaba María Zambrano, esos centros en los que «no siempre es posible entrar», esos lugares, intactos, que parecen abrirse en el mismo instante en que penetramos en ellos, y que nunca más se darán ni se abrirán, en esa forma ni en ese lugar.
Y me pregunto si ese claro del bosque, ese vacío que se hace pleno en la eliminación de obstáculos materiales e inmateriales, será ese instante que nos acontece en el gesto de Chantal Maillard, ese instante que si existe en un infinito que no, ese instante en el cual «un gesto se hace eterno», ese instante en el cual «un gesto no se hace: acontece», ese acontecer en el instante en el que eliminados todos los obstáculos, nos rendimos al gesto, donde ya no hay escapatoria, donde a partir de ese instante «toda mirada tiene lugar en el destello, toda voz es un signo, toda palabra forma parte del mismo texto.»
El teatro, quizás, sea ese pájaro que avisa y «llama a ir hasta donde vaya marcando su voz», hacia los claros del bosque de María Zambrano. El teatro, quizás, sea una de esas voces de apertura del instante en el que todo se hace eterno. El teatro, quizás, sea uno de esos triunfos poéticos del vacío.