El valor del tiempo
Si nos enseñaran a hacer con el tiempo, parte de lo que nos enseñan a hacer con el dinero, es decir, administrarlo, para que alcance, sin lugar a dudas tendríamos tiempo suficiente, inclusive para gastar un poco, sin perjuicio de nuestras actividades, y sin inútiles cargos de conciencia, en cosas afectivas como acercarse a la gente, solo para sentirla, en conversar con amigos sobre las cosas baladíes, que son las que conforman el grueso de nuestra vida, en reponernos de sobresaltos ocasionados por sustos inexistentes, en soñar, en planificar, para evitar los fracasos que genera la improvisación, en pensar, en reflexionar, en detenernos a observar aquellas cosas sindicadas de superfluas; en fin, en vivir, pero lamentablemente, del tiempo sólo nos han enseñado su equivalencia con el oro, porque nos han puesto a pensar en él como si fuera sólo un tema que corresponde a una acción que produce dividendos materiales, y ya saben ustedes, amables lectores, los desacuerdos que se producen entre la gente cuando el oro brilla.
Cuando tenemos tiempo experimentamos la sensación de estar manejando oro en abundancia, y hacemos lo que generalmente hacen quienes tienen oro en abundancia, que es, someter al otro, ignorar al otro, expulsar al otro, imponerle nuestra opinión al otro, y negar al otro; y para evitar que nos pidan compartirlo, hacemos lo mismo que cuando nos piden dinero, y es negar que tenemos en ese momento, sin que por ello nos consideren pobres de tiempo, porque con éste ocurre como con el dinero, que para poseerlo no siempre es necesario llevarlo encima, pues el tiempo, como quiera que está asociado al concepto valor, también puede acumularse.
Cuando tienes tiempo, la gente lo sabe, lo mismo que cuando tienes dinero, pues aunque lo ocultes, muchas de tus acciones te ponen en evidencia. Por eso, cuando dices que no tienes tiempo, alegando que te encuentras muy ocupado, no eres creíble, porque el tiempo está ahí todo el tiempo, a disposición tuya, y lo único que tienes qué hacer es administrarlo, y no atesorarlo para que luego otros lo disfruten.
Existen quienes alegan no tener tiempo, porque les parece que de esa manera marcan una diferencia que les genera prestigio social, pues carecer de tiempo es, a veces, sinónimo de sacrificio, o de humildad, porque puedes presumir de haberlo gastado al servicio de algo o de alguien, o en obras de beneficencia. Sin embargo, cuando estos aparentes desposeídos de tiempo, como consecuencia de su desprendimiento, se encuentran contigo cara a cara, asumen una actitud de altivez que te desconcierta.
Cuando vas, por ejemplo, a las oficinas, ves a muchos de quienes allí laboran en una actitud de no tener tiempo, porque ni siquiera te miran, y aunque les demuestres que tú sí tienes tiempo, te hacen sentir que éste carece de la importancia del que posee quien se halla detrás de un escritorio, con la potestad de decidir la suerte de algo o de alguien.
Los que triunfan también alegan carecer de tiempo, porque aunque tienen todo el tiempo que el mundo les ofrece, para venerarlos, están impedidos para hacer uso de éste con la libertad que quisieran, porque la acumulación de ese tiempo no ha sido sólo obra suya, pues en la misma han ejercido influencia soberana quienes tienen a su cargo decidir quién triunfa y quién no, y de lo cual se infiere que no siempre uno es dueño de su tiempo.
La medida que le damos al empleo de nuestro tiempo, cuando se trata de las relaciones con los demás, depende de a quien le dedicamos éste, pues si debemos emplearlo para alternar con alguien representativo socialmente, nos olvidamos de su equivalencia en oro, y pueden pasar las horas sin que nuestra conciencia de pérdida sufra la más leve alteración; pero, ¡ay de nosotros, si dilapidamos éste hablando tonterías con gente que va por ahí, y de cuya proyección social su aspecto no nos ofrezca el menor indicio.
Muchos ejemplos podríamos dar, relacionados con el valor que damos al tiempo, en función de cada momento que vivimos, pero no ahondaremos en ellos, porque no queremos seguir fastidiando a quienes habiendo leído hasta aquí, están pensando que han perdido su tiempo.