Embadurnado de harina
Los impulsos exteriores que inspiran estas entregas luneras son parte del material con el que tejer cada semana alguna reflexión sobre estos oficios raros, como dice Ramón Barea, en los que nos movemos en las artes escénicas. De los más raros y ocupa de espacios indefinidos quizás el de ejercer la crítica. Porque ya hemos avanzado en incorporar la gestión con ínfulas de pertenecer por vía de masterización a alguna de las ciencias sociales o culturales. Cuestión que está todavía por definir de manera estructural. ¿Qué es ser director artístico de un espacio de producción y exhibición o de un festival? En algunas ocasiones el término utilizado es de director o directora, sin más. Pero existen opciones de una bicefalia que discrimine la gestión económica y administrativa de la artística. Hay figuras inconcretas como son los asesores y la convivencia entre dirección y curaduría. Y así podemos establecer un listado de una casuística casi interminable.
Una de las cuestiones que conlleva la elección de las direcciones de festivales, teatros o unidades de producción es el método empleado para la selección. Se valora muy positivamente cuando se hace por concurrencia pública a partir de una convocatoria abierta y de un jurado que o bien selecciona directamente, supuestamente por los méritos de los proyectos presentados, o elige una terna para que la entidad convocante elija de las tres opciones presentadas. La otra posibilidad es que el responsable político de la entidad que mantiene la titularidad de ese teatro o festival elija directamente a la persona que considere oportuna.
Me meto en harina. Lo ideal sería que existiera una metodología que fuera de una transparencia absoluta, que las convocatorias públicas no olieran a algo no real, a que se hacen como un trámite que mantenga la apariencia de posibilidades abiertas para cualquier interesado. Desgraciadamente no se logra esa sensación. Conocemos demasiados casos sospechosos o confirmados de la existencia de una determinación previa que se acaba realizando con la complicidad involuntaria, o no, de los jurados. Los resultados de estos procesos supuestamente reglamentados no siempre logran un nombramiento que aporte algo al cargo. Hasta se puede decir que produce un estancamiento o un regresión en ciertos aspectos técnicos, artísticos o culturales. La elección directa implica sin coartadas al cargo político que lo nombra. Los resultados le afectan de manera indisoluble. Los nombramientos de esta manera se consideran como más politizados que los otros. Aunque no siempre sea tan clara esa relación.
¿Los resultados de estos nombramientos se diferencian? Hay casos que mucho, pero en general los de designación directa acostumbran a tener un aval de notoriedad, profesionalidad que cuesta oponerse de manera automática. Y al final de las gestiones es cuando se deben hacer las valoraciones. Sin ánimo de molestar, en los últimos años, en el ámbito de Madrid, comunidad y ayuntamiento, ha habido nombramientos directos que han elevado de manera sustancial la calidad general, y otros por convocatoria que han sido bastante inocuos, cuando no nefastos.
Vivimos estos días en una especia de conmoción. El Patronado del Teatro de la Abadía, rescinde el contrato vigente a Carlos Aladro y nombra director artístico a Juan Mayorga. Habría que escribir un tratado extenso para entender las motivaciones de esta iniciativa que se hace en paralelo con la renovación del contrato de cesión del propio edificio, pero quizás haya que entender que las circunstancias provocadas por la pandemia, la clara vocación de la dirección saliente por buscar nuevos públicos a base de programaciones más abiertas e incluso experimentales haya producido un descenso del número de espectadores, como si no hubiera habido tiempo suficiente para consolidar esta posibilidad.
Hay que recordar que José Luis Gómez sigue siendo alguien muy influyente. Que el nacimiento de esta institución pública de gestión privada, o viceversa, se hace invocando a la palabra, por lo que han entendido sus patronos y dirigentes que colocar a alguien que tiene en la palabra su herramienta más preciada, como es Juan Mayorga, proporcionará un renacimiento de unas programaciones menos arbitrarias, más enmarcadas en una línea de acción que se acerque al manifiesto fundacional, y que además, hace coincidir en este edificio desacralizado a dos miembros de la Academia de la lengua, lo que no es nada baladí. Es una operación prestigio magnífica. Y nadie negará que Gómez es un maestro legendario y que Mayorga es un dramaturgo de primer nivel con una presencia en los escenarios españoles, europeos y americanos relevante. Esperemos que le dejen tomar las decisiones de manera pausada, que acierte y sigamos yendo a ese Teatro de la Abadía con la asiduidad y convencimiento con el que lo hemos hecho en los últimos años.
Confieso que siento cierta molestia porque no se cumpla en su totalidad el contrato de Carlos Aladro, al que espero pueda dedicarse a sus tareas de dirección o lo que le tenga preparado el destino, pero no niego que me provoca una gran satisfacción intelectual ver a Juan Mayorga en un cargo de gestión, programando una institución de estas características. Al saliente le acompañé en todo lo que pude, fue una relación amable, placentera y amistosa. Con el entrante espero mantener toda la cordialidad producto de una amistad ya existente y además de apoyarle sin condiciones, ponerme a su disposición en lo que él crea, personal como informativamente.