Eme mayúscula
Mi relación con la Real Academia de la Lengua Española es intermitente y a lo largo de mis años ha ido variando mi consideración sobre su valor y su utilidad. Quizás debería concretar más, porque la verdad es que he sido un usuario compulsivo de los diccionarios y enciclopedias, y el de la RAE ha sido mi libro gordo de Petete durante décadas, hasta que conocí el María Moliner, y hasta que llegó Internet, que de alguna manera nos ha influido a todos en nuestra manera de consultar las dudas.
Poco o nada sé de los trabajos más enjundiosos de la Academia. Sé que he debido asumir nuevas reglas de ortografía, me congratulo generalmente de las nuevas incorporaciones de neologismos al diccionario, las variantes lexicográficas, la unificación un poco artificiosa de todos los españoles americanos y otras cuestiones de gramática que no me aprietan demasiado, aunque cuando uno corrige los libros que editamos debemos ir a consultar constantemente. Por eso que llegue un dramaturgo a la Academia es un motivo de alegría. Si, además, para ocupar el sillón M, se elige a Juan Mayorga, la satisfacción es mayor. Nadie cuestiona su valor de dramaturgo, pero es un gran tipo, un trabajador nato, un estudioso, alguien que uno puede considerar sin ningún tipo de engolamiento que se trata de un intelectual. Por eso me alegro. Yo lo siento uno de los nuestros, uno de los mejores y seguro que logrará trabajar en la Academia aportando no solamente asuntos teatrales, sino filosóficos y matemáticos. Es uno de los autores vivos más traducido, Artezblai le editó ‘El chico de la última fila’ al euskera. Un dato.
Se nos fue Francisco Nieva, nos queda José Luis Gómez y llega Juan Mayorga. Esperemos que juntos o por separado nos ayuden a ser mejores en el uso del español que usamos. En los escritos, en la vida, pero especialmente en los escenarios. Asunto siempre controvertido, porque las nuevas tendencias parecen haber huido del convencionalismo estructural, pero que no es difícil detectar fallos solemnes de toda índole, en los textos y en la dicción de los actores. Seguiremos atentos y seguiremos consultando las dudas.
Esta semana que voy recuperando tono y buenas costumbres he vuelto a ir al teatro. Poco, escogido, pero después de la larga ausencia, es notablemente reconfortante. Vi ‘Los perros’, que estaba en la Cuarta Pared a cargo del grupo Teatro a la Plancha. Mi primera consideración es que son unos seguidores acérrimos de La Zaranda. Quizás si alguien no conoce a los jerezanos, les pueda sorprender y lo pueden calibrar de una manera autónoma como un hallazgo. Y son unos clones que a mí me levantan un debate interno, una suerte de lucha entre mis dos voces. Porque me parece un homenaje, una suerte de continuistas, hasta de más papistas que el Papa, pero por otro lado me dan ganas de utilizar términos como plagio. O remedo.
La verdad es que, mirado aisladamente, este trabajo en concreto está cuajado. Logran lo que pretenden. Hay una coherencia entre lo que buscaba el autor, director y también actor Selu Nieto, y lo que ofrecen como producto final. Pero la reminiscencia es tan agobiante que hasta uno puede notar vestigios de imitación de la forma de actuar de algunos de los miembros históricos y emblemáticos de La Zaranda. Por una razón simple, me parece menos hiriente el ritmo del texto, las reiteraciones, las situaciones, el tema, su desarrollo, su puesta en escena. Porque es tan evidente que no caben dudas. Hacen teatro como La Zaranda. Y me sorprende y me pone en actividad mi parte inspectora, en el programa de mano citan a unas decenas de personas y personajes teatrales y ninguno es de La Zaranda. Y eso no me gusta nada. Pero es que nada.