En blanco
Es difícil desentrañar los mecanismos por los que se crean modas, se copian programas, se implanta un sistema de oferta de cultura en vivo de una manera u otra. En su momento hablamos de festivalitis. El paradigma de ciudad con su palacio de congresos, su museo de arte contemporáneo y su canesú, nos ha durado hasta que la crisis ha golpeado en las haciendas locales. Ahora lo que e lleva es vivir una noche en blanco. Y no hay ciudad que se precie, que no tenga sus correspondientes noches en blanco con multitud de actividades, espectáculos de teatro, danza, performances, música, bibliotecas y museos abiertos y una suerte de especialidades creadas casi para abastecer este mercado que está de moda.
Y como cínicos activos, apoyamos que se hagan noches en blanco, lo único, es que solicitamos es equilibrio. Porque en muchos lugares lo que se hace es dejar en blanco las arcas para las políticas habituales, cotidianas de exhibición, y usando técnicas de consumo masivo, se concentra una vez al trimestre o al semestre, tal oferta, que abrumadoramente colapsa, logra un impacto mediático y parecen haber cumplido las instituciones que lo patrocinan con sus objetivos generales.
Por eso hay que estar alerta, por eso se han creado grupos que están en contra de estas acumulaciones, de estas congestiones que convierten el arte y la cultura en un entretenimiento más de la vida nocturna de fin de semana. Y lo que se deberían intentar, siempre, es crear un hábito ciudadano para disfrute continuado y sostenible de los bienes culturales a su disposición y no programar estos botellones de supuesta intención cultural.
Porque seamos claros: estás acciones no crean hábito. Son impulsos de choque, pero quien se encuentra –el término está colocado de manera científica ya que la mayoría de los que después suman cifras de asistencia agrandadas lo hacen sin saberlo–, con estas actividades en su ronda de copas, seguramente disfrutará de alguna actuación o concierto, pero eso no le hará aficionarse, ni a descubrir las posibilidades cotidianas que toda ciudad le procura.
Los públicos de aluvión no se sedimentan. Las políticas de creación de nuevos públicos para las artes plásticas, escénicas, musicales, deben ser de medio y largo alcance, no a base de titulares de prensa demagógicos en donde se asegure que tal noche, una cantidad siempre ampliada, pero con cifras que llaman la atención han participado. Se precisan estrategias mucho más serias y profundas. A no ser que estemos hablando de otra cosa, de una surte de reclamo turístico.
Por lo tanto midamos estas noches con exigencias de refuerzo de las otras noches del año, que es cuando verdaderamente queda en blanco el disfrute de las ofertas de tanta o muchísima más calidad que se van ofreciendo en museos y salas de exhibición. Porque lo que todo el mundo se teme es que el dinero gastado en estas acciones de pocas horas se escapa por las tuberías de la demagogia aritmética, por el impacto de unas cifras que distorsionan la realidad. Y más en tiempos de crisis. No es de recibo que se tengan problemas para las programaciones habituales, y de repente aparezca una oferta de supermercado. Algo nos alerta de estas noches, que nos deja en blanco el cerebro, que oscurecen el futuro.