En busca del tiempo perdido
Ando por Cádiz, por su Festival Iberoamericano de Teatro, en una edición de transición entre la desorganización y despiste conceptual de la etapa anterior hasta que se nombre la nueva dirección cuyas candidaturas ya están siendo revisadas hasta que, dentro de una semana, como mínimo, el jurado no haga una proposición de los posibles que el Patronato en reunión plenaria decidirá la que crean más convincente y a quien le entregarán el mando para que desarrolle su propuesta durante cuatro años.
Poco ha trascendido de este proceso de selección, se sabe que, de las veinte presentadas, han quedado para la discusión final del jurado diez. Por cuestiones de la lógica se conocen a personas que indican de manera directa que se han presentado. Lo cierto es que hay que entender que la elección debe ser muy afinada, que la persona que se haga cargo de la dirección se va a encontrar con una situación administrativa compleja que si desconoce los resortes de lo público le puede abocar a un sufrimiento extra, y que, en esta edición que ahora se está celebrando se han recuperado algunas de las señas de identidad quizás más intangibles, de lo que fue durante décadas. Y sobre todas las cosas, lo importante es que quienes deben elegir deben buscar la que aporte mayores garantías al objetivo fundacional del FIT, que no es otro que servir de puerta de entrada a Europa, de lugar de encuentro, entre las dramaturgias iberoamericanas en todas sus formas y estiles. Y todo lo que eso comporta en estos tiempos.
Los cuatro años anteriores fueron desoladores. Se perdió el sentido del propio festival, quizás había una buena voluntad de darle un nuevo contenido, pero no se logró, se perdieron años, energías, se rompieron vínculos que este año se han pretendido restañar. Es un festival convivencial, lo que podríamos definir como una opción política, es decir, no es solamente una exhibición de espectáculos, sino que hay actividades complementarias que fundamentan toda una línea de funcionamiento que propone otras funcionalidades más formativas, comunicativas, de intercambio de modelos y visiones del propio hecho teatral y su gestión, de debate. Y conocimiento personal entre artistas. Informadores, gestoras. El que se coma conjuntamente en un mismo lugar, es algo que ayuda al contacto, a la posibilidad de comenzar con nuevos proyectos.
En lo personal confieso que me he sentido en este arranque abrumado por la cantidad de viejos amigos, de gente de sumo interés artístico o intelectual con la que he vuelto a cruzas ideas, incluso a estar en contra de su visión general. Un ambiente propenso a la camaradería, a la solidaridad. En este sentido no puedo pedir más. Ha sido un paso muy agradable, una recuperación de un tiempo emocional perdido que cuaja en un estado de sentirse pertenecer a una comunidad muy concreta. No estamos todos, pero los que estamos nos reconocemos desde el primer instante.
Otros compañeros van a ir publicando opiniones críticas formales a lo largo de estos días, yo quisiera señalar que vi el Teatro Falla, lleno, aplaudiendo a rabiar el potente y rotundo espectáculo inaugural de esta edición, el “De Scheherezade” de María Pagés, de la que también se mostró el documental realizado por Arancha Vela sobre su proyecto y forma de ir creando su mundo escénico.
De los espectáculos presenciados, quisiera reseñar de manera muy particular el presentado por el grupo que llega con bandera de Bolivia y Suiza, Klara Theaterproduktionen titulado “Palmasola. Un pueblo prisión”, que narra las peripecias de un individuo que hace de mula de cocaína entre Bolivia y Suiza, que es apresado en su segundo viaje y entra en una prisión denominada Palmasola. La violencia institucional, la barbarie de esa prisión, las situaciones que llevan a la náusea, la manera de teatralizarlas es su grandeza, porque lo hacen, además, no en un escenario al uso, sino utilizando, en esta ocasión diversas dependencias del Baluarte de la Candelaria, lo que proporciona otra referencia mucho más abierto, una exigencia física a los espectadores que son movilizados de un lugar a otro, sin asientos, viviendo de cerca escenas de una violencia insoportable. Es una magnífica propuesta. Merece figurar en muchas programaciones, la experiencia para los espectadores es de gran calado. Y lo que significa que sea en espacios no convencionales abre otras posibilidades para quienes están indagando en nuevas formas teatrales.
He visto más, entiendo que esta programación aquilatada, se hizo en tiempo récord, en circunstancias muy especiales, y se ha conseguido volver a conectar con los públicos gaditanos. Y eso es algo muy importante.