En el fondo
Hoy es de nuevo lunes, los medios de comunicación hablan de una propuesta política de una mujer que quiere ser la primera presidenta del gobierno del reino de España y del éxodo de millones de conciudadanos de sus lugares habituales de residencia hacia otros puntos donde encontrarse con la paz, la calma, el mar, los montes, la familia, los rituales, un descanso que en ocasiones se convierte en una acumulación de estrés.
Pero hoy es también el Día del Teatro. Por su ausencia o por su reminiscencia. Se podrían leer mensajes sobre las bondades del teatro escritos hace siglos, décadas, días u horas. Porque hay que reconocer que el Teatro es tan dúctil, generoso y multidisciplinar que acoge a cualquier manifestación que se le aproxime.
Quisiera acabar con mis impresiones sobre la gala de entrega de Premios Talía. Empezando por felicitar a los premiados, aunque algunos sean ostentosamente ridículos y aparentemente manipulados y hasta obscenos, pero son los mínimos. Al resto, un aplauso a las ganadoras porque todas han realizado trabajos merecedores de estos premios que nacen muy lastrados y de otros muchos premios que ya habían recibido por el mismo trabajo y que seguramente seguirán recibiendo.
Dicho lo cual, yo estaba en Madrid, pasé por la Plaza ocupada por la moqueta roja, todo un despliegue, se nota que había mucho dinero, muchas cámaras, un ambiente forzado, porque los turistas que comían sus platos típicos no entendían que era ese simulacro, ese glamur de guardarropía. Todo lo que presencié en vivo, durante unos minutos y lo que después zapeé por televisión me llevaron a una conclusión: ha sido el mayor acto de un movimiento social que se conoce como “cosmopaletismo.” Creerse que haciendo ver que todo es muy bonito, que esos vestidos largos son la esencia de una internacionalización, es caer en una vaguada de gestos y rutinas pertenecientes a otros ámbitos, a otra cultura y que no representa a la inmensa mayoría del teatro que se hace en España. Ni siquiera tenía nada que ver con el teatro que se produce, hace y se ofrece en la cartelera madrileña, que era al fin y a la postre el objetivo final, en un ejercicio coordinado en campaña electoral con lo que se cuece ideológica y culturalmente en Madrid, hacer esta obra maestra del delirio cosmopaleto, ofreciendo un espectáculo televisivo, con aires de gran acontecimiento, que no era otra cosa que un mal anuncio.
Porque esa imagen lanzada a los telespectadores cercena cualquier idea de un Teatro de Arte, de una expresión cultural profunda, de algo que debe servir tanto en la capital de las cañas, como en una ciudad olivarera para que la ciudadanía tenga una relación activa, profunda con el pensamiento, la filosofía, la estética variada y las ideas expresadas sin límites. Fue, a mi modesto entender, una loa al teatro mercantil, al teatro de entretenimiento, en el pero sentido del término, que crea una idea del mundo que avala políticas neoliberales sin remisión. Un Teatro de figuras y figurones, de castas, que debe alimentarse, para crear buenas taquillas, de actrices y actores de la televisión y el cine, algunos magníficos y entregados teatreros y otros circunstanciales acompañantes de delirios de productores sin muchos escrúpulos.
Me repito una vez más: yo voy al teatro, en Madrid todos los días, a salas pequeñas y a grandes coliseos, pero voy también a ferias, festivales, conozco programaciones de muchos teatros de toda la geografía, y existe un sustrato mucho más importante que el que se vendió en esta gala. Hay teatro de base, comunitario, de grupos aficionados, de compañías establecidas en otros lugares que no son Madrid o Barcelona que ofrecen espectáculos bastante más ajustados a una realidad socioeconómica-cultural. Estos son los que hacen de las Artes Escénicas cada día un lugar para respirar libertad, belleza, democracia en todos los sitios donde les dejan actuar.
Porque viendo esa delirante gala pensaba en todos los queridos profesores y profesoras que dan clases e n las diferentes Escuelas Superiores de Arte Dramático, los que enseñan dramaturgia, por ejemplo, cómo se sintieron viendo el Teatro reducido a un show televisivo, a una sucesión de lugares comunes, a una ceremonia de exaltación de un Teatro de cabeceras de cartel, que lo daba una Academia cuya implantación es irregular o inexistente en ciertos territorios de la España de las Autonomías y que se arroga la categoría de “nacional”, sin contrastar nada.
Existe un Teatro, una danza, unas iniciativas no tan auspiciadas desde la radio y televisión pública, que son la auténtica realidad, el presente, desde donde se pueden tejer proyectos cualitativos y de desarrollo sostenible. Este tipo de espectáculo del teatro comercial disfrazado y en ocasiones hasta con ínfulas, es uno de los prominentes, pero forma parte de una idea desculturalizada de las artes escénicas, un negocio, y, por supuesto, si vivieran a base de la taquilla, nada habría que decir, pero viven y se enriquecen con el dinero público, ya que las giras por los teatros de la Red, se hace con dinero público.
O sea, esos que se les llena la boca de teatro privado, viven del dinero público, por subvenciones institucionales de todas las instancias y por contrataciones con dinero público. Que no engañen más. Los musicales de franquicia sí recaudan millonadas por taquilla en la Gran Vía de Madrid, sin intervención del dinero público. El resto, como debe ser, tiene ayudas por activa o por pasiva. Si se mirase las realidades de la Europa cercana, veríamos como hay límites, que aquí, se han roto, para confundir, y que un productor que se dice privado acapare más subvenciones que decenas de compañías juntas.
De eso se podría hablar. Como de tantas cosas que son necesarias para establecer algo más que esa rutinaria relación con los poderes de ayudas puntuales y segmentarias. Una ley global, pensando en este siglo XXI, compararse con lo que se hace en Europa o América y poco a poco cambiar este sistema que es económicamente un desastre y culturalmente muy mejorable.
Que conste en acta: el Teatro, con mercachifles, paleo-modernos, arribistas, lúcidos trabajadores, ambiciosas directoras, magníficos plantes de actrices y actores, dramaturgas y dramaturgistas rigurosas, desastrosos críticos o espléndidos cronistas, amantes vocacionales, chulos de esquina, magníficas acomodadoras y taquilleros, maquinistas, sonidistas, iluminadores y vestuaristas, con los excelentes, los buenos, los mediocres, los malos, los caraduras o los entregados, es un bien a disfrutar, a proteger desde las instituciones, y no cuesta demasiado discernir sobre lo que es necesario, bueno o apropiado para un desarrollo estable de todo lo que existe y lo que debería existir.
En el fondo las autoridades que apoyan estas cosas es que creen que eso es lo ideal, lo bueno, porque se lo dicen quienes ellos escuchan. Y no quieren saber nada más. Su paso por ministerios, concejalías o consejerías es fugaz y mejor no molestar mucho, hacer caso a los que aparentemente mandan y salir en las fotos.
Está claro que quienes planteamos otras cosas no estamos bien vistos. Ni mal. No nos quieren ni ver.
¡Viva el Teatro!