En el momento oportuno
Aún no soy un anciano, pero algunos años tengo a cuestas, lo que me ha dado la oportunidad de reflexionar sin miedo a equivocarme. Debe haber pocas cosas tan gratificantes como el pensar solo por el gusto de pensar, sin tener que rendirle cuentas a nadie por nada.
¿Filosofar?
A medida que vamos creciendo, la sociedad, incluyendo a las personas que más nos quieren, como podrían ser nuestros padres, nos van enseñando que el error es malo. No tenemos derecho a equivocarnos, eso, cuando todos sabemos que un método de aprendizaje reconocido como efectivo es el de acierto/error, por lo que muchas veces, quizás demasiadas, nos autocensuramos al emitir un juicio o plantear una idea, por creer en la posibilidad de equivocarnos, con el consecuente castigo social de siempre.
No soy seguidor de ninguna corriente de pensamiento específica, por lo que de cierta manera me considero meliorista, tomando lo mejor de cada forma de pensar que voy conociendo. En la India enseñan las «cuatro leyes de la espiritualidad» donde una de ellas es “lo que sucede es la única cosa que podría haber sucedido”, de cierta manera es un determinismo en el que hagamos lo que hagamos, lo que tenga que suceder sucederá.
Es similar a eso de “Dios provee” o “destino”. Puede que dios provea, pero hay que ayudarlo a proveer y el destino puede ser un hilo conductor, pero en los detalles es donde podemos marcar una diferencia con lo que se supone debería pasar.
Es bastante acomodaticio lo de pensar que somos actores incapaces de salirnos del guion que determina nuestras vidas. Bastaría con solo respirar para existir.
¿Qué nos diferenciaría entonces de otro ser vivo como una planta o un insecto?
Cada uno de nosotros es un pequeño dios capaz de crear y destruir, capaz de amar y odiar, capaz de dar y recibir. Somos tan poderosos como para decidir el ser felices o infelices con nuestras vidas.
Con no poco esfuerzo, pero absolutamente posible, podemos torcerle la mano al destino y asociados con nuestro colega, el dios supremo, podemos vivir una vida plena.
Nuestra mayor necesidad vital no es un automóvil, viajar, ni siquiera una casa donde vivir, los bienes materiales nos son necesarios, pero realmente lo indispensable, es el amor de quienes nos rodean. El amor de familiares, amigos, incluso mascotas, nos dan la energía para seguir adelante.
¿Cómo obtenerlo?
Fácil y a la vez difícil.
Primero y de manera incondicional, debemos entregarlo sin esperar nada a cambio. Solo se cosecha lo que se ha sembrado, y en un tiempo indeterminado pero seguro, la cosecha de amor será fructífera.
En nuestros días de estrés, somos dominados por la necesidad de inmediatez, llegando a extremos de idiocia máxima en los que incluso si estamos a tiempo, ya estamos atrasados.
La empatía, afecto, o en su expresión plena, el amor, no responden a las leyes de nuestros tiempos, sino a lo que siempre ha sido y será.
Tiempo al tiempo, ese amor que tanto necesitamos llegará en el momento oportuno, ni antes ni después, sino cuando más lo necesitemos.