Sangrado semanal

En la época del fracaso

Vivimos en la época del fracaso, al igual que hace pocos años navegábamos en la del éxito. No hay medias tintas en este pensamiento esclavo de la cultura yanki del triunfo total e inequívoco. O estas dentro o estás fuera. Parece ser que el «estar en el momento y lugar adecuados» ha acabado por anidar fuertemente en nuestros corazones, haciéndonos presos de la siguiente creencia: Si tu GPS interno consigue situarte en las coordenadas exactas, un hado o circunstancia favorable te catapultará hacia el éxito en un viaje de ida sin retorno.

No habrá vuelta posible en esta apuesta, porque ahí te quedarás: brillando, en el firmamento terrenal, sin esfuerzo ni altibajos, por los siglos de los siglos; Y mientras dure el botox, poseerás: Mujeres, hoteles, lujo y chulazos. Premios y dinero a espuertas; Reconocimiento. Papeles protagonistas y tus pies recorriendo un camino alado, hecho de los suspiros de las personas que caen rendidas a tus paso.

Por eso es importante reivindicar el fracaso. Es importante que los que fracasaron y ahora están en un buen momento profesional hablen de sus derrotas, de los altibajos. Es importante que las personas que empiezan sepan que las que parecen estar encaminadas o incluso haber llegado a algún sitio, también estuvieron a punto de conseguir un papel que, al final, fue para otra. También se quedaron a 0,035 segundos de la meta. Es importante relativizar para transformar esta cultura dualista del éxito y del fracaso, donde todo son comparativas, donde vales o no vales, donde arañas con el corazón al compañero para que te miren a ti, a ti, a ti y sólo a ti.

Para reorientarse y poner a funcionar la brújula interna en este maremagnum de listones altos y crisis estáticas, quizás, convenga: Encontrar valores que van más allá del triunfo momentáneo y del agua de borrajas. Evitar quemarse en el camino por querer hacer cumbre demasiado pronto. Cuidar las manos de los compañeros de viaje que se aferran a los riscos escarpados. Y respirar, respirar mucho. Cambiar los ascensos de un día por una excursión que dure la vida entera.

Confiar.

Rudyard Kipling afirma en la carta que le escribe a su hijo en 1896: Si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso y tratar a estos dos impostores de la misma manera. […] Entonces serás un hombre. [Última palabra ésta que sustituimos aquí por: «ser humano». Para que las hijas del padre también puedan entrar en la variable ;)]

Hace años se le preguntó a Fernando Fernán Gómez acerca de los proyectos que tenía en ciernes. Y dijo que ninguno. Y, después, añadió que quizás, lo único que «le ponía», creativamente hablando, a aquellas alturas de la vida, era escribir un libro sobre sus fracasos, pero que también sabía que aquello no le iba a interesar a nadie y que, por lo tanto, no lo iba a escribir. «Nuestro fracaso es el fracaso de una manera de entender las artes escénicas», dice Carlos Gil Zamora en la Editorial de la Revista Artez número 182 de junio de este 2012 de nuestro Señor.

Y hoy en día, también hay un David que canta: «Y no tener miedo

de la serpiente.

La serpiente ya existía,

mucho antes de los

Dioses que hablaban de la culpa.

El sentimiento de fracaso está fuertemente ligado al sentimiento de culpa. Es algo que descansa en las densas profundidades de nuestros corazones debido, probablemente, a la herencia judeo-cristiana.

Dice la RAE: Fracasar es privar a alguien de lo que se esperaba.

Hagámosle, entonces, un bueno guiño a Beckett y dejemos de esperar. Así no habrá pretensiones ni frustraciones que valgan. «Carpe Diem» nos recordaba hace bien poco Almudena Grandes en su columna de El País. Viviendo en un presente continuo nos adueñaremos del tiempo, al igual que hicimos, hace ya tiempo. con el espacio. Quedarnos pasmados mirando cómo se cerró una puerta nos impide intuir dónde se formarán las entradas a nuevos mundos, proyectos, papeles, amores, dineros, jolgorios, verdades.


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