En la puerta del horno se quema el pan
Todo iba a pedir de boca; nada especial, ni bueno ni malo, con una cierta rutina a la cual, a pesar de mi carácter un tanto hiperquinético, simplemente estaba. No acostumbrado, pero estaba.
Contrato laboral a plazo fijo de un año con posibilidad de renovación. Estaba llegando al término del plazo contractual sin ningún contratiempo que se me hiciera notar por la jefatura, buena relación con mis pares, pero sin verdaderos desafíos que superar. Lo único que me mantenía en el asiento frente al monitor, era el pago a fin de mes. Dada la convulsa situación del mundo y en especial en mi país producto de un estallido social y después por la pandemia de coronavirus, después de haber estado casi 3 años sin un trabajo fijo, ese cheque a fin de mes era muy bienvenido, sobre todo para tapar los hoyos económicos producto del largo periodo de cesantía.
Todo bien, miel sobre hojuelas, incluso estaba en medio de una jornada de capacitación para orientarme en el funcionamiento de la plataforma a usar en intranet. Debo hacer notar que fue la única orientación formal que recibí en casi un año.
En medio de esa capacitación que según yo, me aseguraba continuidad, me llaman a la oficina del jefe, el cuarto jefe en menos de 1 año, para notificarme de que mi contrato no iba a ser renovado.
En la puerta del horno se quemó el pan.
¿Angustia?
Más bien un malestar por haber sido víctima de un desorden extremo de jefaturas ausentes sin capacidad para trabajar con los demás.
¿Inseguridad?
Si, un poco, sobre todo porque al saber que mi vida y la de quienes conforman mi entorno, cambiaba tan abruptamente y sin previo aviso que me permitiese prepararme, no solo emocionalmente, sino que tratando de activar contactos.
Pero debo confesar que no me sentí tan mal como se podría esperar, es que ese trabajo nunca fue lo mío. Eso de revisar y controlar a otros en vez de crear algo propio, nunca me ha agradado.
Soy arquitecto y a pesar de no haberme logrado consolidar como creador, algo he hecho durante mi vida; un par de exposiciones de instalaciones artísticas, fotografía, publicado un libro, cuenta cuentos, muebles, guía outdoor, instructor de alas delta y después de parapente, profesor, he construido, y por supuesto, diseño arquitectónico desde un oratorio hasta un edificio.
Quizás si hubiese perseverado en algo tendría más estabilidad, pero ¿sería feliz?
Algunos de mis compañeros de universidad se dedicaron a vender productos para la construcción, logrando un pasar económico muy superior al mío, y no lo digo con envidia, no se si se sentirán realizados. Cada uno trata de escoger su propio camino.
En este último trabajo no era feliz, pero tenía cheque a fin de mes.
En alguna de las entrevistas hechas al cantautor argentino Facundo Cabral, el decía con mucha vehemencia que, quien trabaja en lo que no ama, está llevando pan envenenado a su mesa.
Puede ser interpretado como un complaciente premio de consuelo, pero a mi me ha servido para estar más tranquilo.
Espero que el próximo pan que lleve a mi mesa, sea hecho en casa, tenga mantequilla y mermelada de manzana con canela, y por supuesto, esté acompañado por una deliciosa taza de café con leche, claro que con café descafeinado y leche semi descremada sin lactosa.
Aunque sea a destiempo, a esta edad hay que comenzar a cuidarse.
Ah, y espero que el pan no se me vuelva a quemar, al menos no en la puerta del horno.