Entender el teatro no es encarcelarlo en la palabra
Pocas cosas me fascinan tanto como entender el propio proceso de comprender. Entender cómo y por qué los espectadores o creadores comprendemos las propuestas teatrales de manera tan distinta. Es interesante, ¿verdad? Lo primero que habría que entender para buscar respuestas es que la cognición humana debe gran parte de su esencia a nuestra capacidad de adaptarnos a un entorno en constante cambio, que es el que asegura que las consecuencias, esto es, aquello que se aprende, se convierta en experiencia. La experiencia. Es así de sencillo, la experiencia es la que moldea la percepción. Así, las capacidades cognitivas desarrolladas a lo largo de la vida son las que permiten imaginar el futuro y anticiparlo y por tanto son las que nos permiten comprender. Y esto que es fundamental para desenvolverse bien en la sociedad, es tremendamente peligroso para hacerlo en el escenario porque el espectador que anticipa es el que se ve expuesto a un trabajo no transformador.
Comprender nos hacen humanos, es sencillo y evidente, pero al teatro se viene a ser sacudidos, transformados para abrir un camino de comprensión nuevo que amplie la horquilla de la comprensión. La cognición implica que el proceso del intercambio de información es dependiente de un soporte físico más allá del evidente cerebro. Es preciso recordar que también poseemos un cuerpo con un sistema nervioso capaz de interaccionar con el entorno y a este sistema nervioso es al que ofrecemos propuestas para transformar y no dejarle anticipar. En este intercambio, obtenemos y proveemos información por la manera más habitual, el lenguaje, y por otras igualmente evidentes y extrañamente relegadas, sobre todo en la gramática teatral, la información no verbal. Es por esto por lo que cualquier estudio sobre la cognición de un espectador pasa por entender que es preciso activar una serie de mecanismos y procesos relacionados con el mismo proceso de la adquisición de esa información independientemente de si es o no hablado.
Fue Jean Marie Pradier quien habló por primera vez de los niveles de organización. Lo hizo en Karpacz, Polonia, en un encuentro fundamental en el desarrollo de la teoría teatral occidental de la segunda mitad del siglo XX que sirvió, entre otros, para que Eugenio Barba conociera la noción fundamental de la biología y los niveles de organización que posteriormente aplicará al campo de la representación escénica como base de la pre–expresividad. El de Karpacz fue el primer encuentro decididamente encaminado a tratar el mundo del teatro y los aspectos científicos del mismo. Desde entonces, los modelos teóricos de comprensión teatral que incorporan aproximaciones científicas no solo se han solidificado, sino que crecen en definición y complejidad. La intersección generada por el estudio del actor y el espectador incorpora espacios y campos diversos como la (neuro)fenomenología, la antropología y distintas ciencias cognitivas, básicamente las neurociencias, que están arrojando nuevas formas experimentales de entender el espectáculo y analizar tanto la formación de actores como las audiencias teatrales.
Resumiendo, el camino para comprender la cognición a la que nos sometemos en un proceso teatral, bien como espectador o intérprete, pasa por aplicar la ciencia que refunda los conocimientos clásicos, esto es, el “yo veo lo que tú dices” se transforma en “yo percibo lo que tú experimentas” y lo proceso añadiendo mi experiencia. En esta realidad, se detectan tres áreas de estudio sobre las que indagar: 1) La práctica teatral que encuentra en el cuerpo el soporte principal para comunicar más allá del verbo que es otro elemento esencial pero no fundamental, 2) Cada sociedad concede un sentido y valor a sus protocolos de comunicación. Nos corresponde a los investigadores estudiar la ecología del comportamiento cognitivo de las sociedades y reflexionar sobre el peso específico que se le da al cuerpo en la comunicación y 3) considerar un cambio evolutivo, cultural y perspectiva histórica.
La ciencia cognitiva debe entroncarse con la ciencia con mayúsculas y hacerlo para definir una nueva comprensión que permita afirmar que entender el teatro no es un proceso sencillo y definitivamente no es encarcelarlo en la palabra.