Entre la resistencia y la rendición.
Entre la resistencia y la rendición anda Roberto Romei, pedagogo y director de escena, que ha pasado estos días por Bilbao para transmitir la esencia de sus vastos conocimientos. Unos conocimientos que tiene sellados en el cuerpo: nada de lo que dice queda sin hacer, todo lo que explica encuentra su ejemplo coherente y biomecánico en el cuerpo, dentro del cuerpo.
Entrando en las posturas y las posiciones, entrando dentro de ellas, aparecen la respiración y el ritmo, el pensamiento, la emoción y una forma de decir que no está desconectada del cuerpo. Parece fácil. En la vida lo hacemos constantemente, en escena, no. Parece increíble el nivel de virguería al que hay que llegar para re-construir un cuerpo que sea orgánico en escena. Según Romei, todo es técnica o, al menos, esta es la base sobre la que luego aparecerá el «bio», la vida, el teatro, la imaginación, la historia, el pálpito. Pero primero, la mecánica. Primero, hay que aprender la mecánica.
La mecánica de la biomecánica parece sencilla cuando la ves desplegada en un cuerpo que sabe y que la tiene aprendida e integrada, como sucede con la mayoría de las disciplinas artísticas o profesionales. Pero cuando alguien se encuentra con ella por vez primera (y me atrevería a decir por cuarta e incluso décima vez, también), lo que se escucha en la sala son los balbuceos de un niño, un niño que empieza a hablar con empeño un lenguaje nuevo. Un lenguaje nuevo que, para empezar a sonar, debe echar por tierra todos los tics, hábitos y costumbres que tenía el cuerpo para funcionar en escena.
Fuera expresividad en los hombros, la cabeza, los ojos, los brazos, resumiendo: fuera todo lo que es periferia. Construyamos desde la base: las piernas y el centro, no hay más. No hay más que el peso en biomecánica. En nuestro propio peso y en la relación que establecemos con él reside el secreto. Un peso que debe mandar sobre las piernas, un peso que nos permite sostenernos, medirnos, respirarnos y encontrarnos. Un peso que aprendemos a apoyar sobre el suelo y que nos enseña, frente a lo aprendido hasta ahora en ésta, nuestra civilización occidental, que hay opciones entre la resistencia total y la rendición absoluta, entre la tensión crispada y el abandono.
Hay muelle, hay flexibilidad. Sucede igual que cuando tomamos a una persona en brazos: cuando salta sobre nosotros, vamos levemente hacia abajo, antes de volver a elevarnos para poder sostenerla con garantías. No nos vamos al suelo ni nos tensamos como hierro cuando sentimos su peso en nosotros. Así debería ser también nuestro proceder con nuestras propias posturas, en teatro y en la vida. Probablemente nos iría algo mejor. Aunque supongo también habría que preguntarles sobre todo esto a nuestras rodillas. Igual no les parece tan buena idea todo esto que estoy contando…