Escritos de amor
La práctica de las artes escénicas es la mejor escuela. Hacer es fundamental. Nadie ni nada se puede comparar con la experiencia propia, sobre los escenarios, frente a los públicos, para acumular técnicas y resolver dificultades. Durante siglos la enseñanza ha sido por absorción, a través del aprendizaje sobre las propias tablas, al lado de actores y actrices a los que imitar, de los que aprender, de los que recibir en el día a día, esas lecciones intangibles de cómo resolver los problemas, de cómo salvar las situaciones más imprevistas o de cómo afrontar la construcción de un personaje.
En el campo de la actuación hasta es posible que se deba partir de unas cualidades previas, de una disposición física y neuronal para asumir esos procesos de transformación. Sobre esa disposición la técnica, los aprendizajes y la experiencia van ayudando al crecimiento. Si nos fijamos en lo que es la dirección, también podríamos convenir en que la mejor manera de aprender es viendo mucho teatro, siguiendo muchos procesos, como actor, como ayudante y saltando casi sin red para afrontar esos menesteres. También existen unos condicionantes personales que ayudan. Los estudios sirven para descubrir campos intelectuales, de reflexión, pero jamás un manual. No existe un recetario de dirección.
Probablemente, en estas prisas semanales, resumamos demasiado este asunto troncal. Partimos de un intangible, el talento, al que alimentamos con la experiencia y los conocimientos teóricos y prácticos, para lograr prosperar individual y colectivamente. Por ello es fundamental que existan escuelas de formación, pero más fundamental es que existan maestros, y no funcionarios que repiten experiencias ajenas, que traducen libros y se los aprenden de memoria sin saber exactamente lo que dicen.
Pero quizás, en términos generales, el fallo de toda la jerarquía, la falta más escandalosa, es que nadie nos procura pensamiento. Que nadie, después de hacer, piensa lo que ha hecho y lo plasma en ensayo o investigación para que los demás prosperen, tengan donde agarrarse para emprender sus andaduras. La universidad nos proporciona demasiadas notas a pie de página, pero casi ningún pensamiento propio. Los practicantes, actores o directores, cuando dicen algo acostumbran a ser anecdotarios de peluquería. Los críticos se miran el ombligo y ven la pelusilla de sus frustraciones. Hace falta que los que han hecho sobre el escenario grandes cosas se esfuercen en ordenarlo y transmitirlo. Si no tienen el don de la escritura, que se busquen amanuenses. Pero es primordial dejar huellas de su paso por los escenarios o serán polvo o como mucho un dvd en el Centro de Documentación Teatral.
Por eso es ejemplar que gente como Eugenio Barba, desde la mirada más pragmática, vaya escribiendo libros sobre su actividad, profundizando, abriendo ventanas para los demás. Y que dos de sus actrices más prolíficas, Julia Varley y Roberta Carreri, hayan escritos también libros mirando desde su punto de vista como actrices dentro de una colectividad como el Odin Teatret. Son ejemplares en este sentido. Lo mismo que Eusebio Calonge, dramaturgo e iluminador de los últimos trabajos de La Zaranda haya escrito sus opiniones, sus sensaciones, sus «orientaciones». No son adoctrinamientos, sino pensamiento activo, conocimiento probado o intuido para que los demás entendamos estas cosas de las artes escénicas más allá de lo productivo, sino como algo artístico, como algo que entra en otro orden de cosas fuera del mercado, pero que tampoco se trata de inspiración divina. Podríamos considerar que son escritos de amor.
Lean. Pero por favor, escriban también.No solamente desde el campo de la investigación pasiva, sino desde la experiencia activa. Es necesario saber. Los jóvenes que vienen se merecen poder elegir. Los que sean docentes en el futuro deben saber algo más que lo urgente para cumplir con su corto programa para ganar las oposiciones y después repetirse. Probablemente tenga razón quien aseguró que si tuviéramos mejor educación en artes escénicas, no haría falta tantas subvenciones.
Esto no es un spot publicitario, aunque lo parezca. Es mostrar la admiración por quienes nos alumbran y nos provocan dudas y porque la experiencia nos permite asegurar que además de una actividad mercantil con los libros, nos referimos especialmente a una necesidad.