Aclárate la voz

Espacios

No soy arquitecto. Desconozco todos los entresijos y complicaciones que puedan existir alrededor del diseño y posterior materialización de un proyecto arquitectónico sea faraónico o más humilde, de interiores. Pero, digamos, que soy usuario de espacios públicos y otros abiertos al público. A veces, los disfruto y, a veces, las más, los sufro. Sufro si están llenos de gente…. gente….hablando. Y si además, amenizando, en vez de hilo hay cuerda de amarre musical, pues, ya, ni te cuento. No entro en si los habitantes de estos lares hablamos o no muy alto. Pero, en esta experiencia de sufrimiento auditivo y esfuerzo muscular algo tendrá que ver el diseño de estos espacios. Un conocido arquitecto de interiores, me señalaba que el bar de un conocido hotel de nuestra noble Villa no está concebido para cuidar la calidad de la comunicación y, que, su concepción ayuda a saturar el espacio de ruido. Lo mismo pasa en la cafetería de un céntrico centro cultural en la que un cristiano va a tomar un café con los amigos o parientes para charlar y claro, al final, consumes y te vas. Será eso, quizás lo que se pretenda. Total, que escuchar e intentar comunicarse con un mínimo de calidad se convierte en un continuo esfuerzo donde no hay ningún placer. Por más que uno ponga toda su buena voluntad y disposición en usar las herramientas básicas de la técnica vocal y hasta, incluso, se vayan consiguiendo niveles aceptables en la difícil habilidad de la lectura labial. En la era de la sofisticada tecnología de la comunicación vemos que en los espacios públicos ¿pensados para el encuentro? tienes que andar a gritos. Interesante.

En cuanto a la estética de los lugares, nada que decir, pero sobre la calidad acústica, se la olvidan. ¿El día que dan esa lección en la universidad los arquitectos deciden hacer novillos? Quizás todo se reduzca a que en la concepción de base prima el diseño de la imagen sobre los demás aspectos. Para deleite de la mirada y el sufrimiento del oído en la vida cotidiana. En una entrevista, Nuria Espert, decía que para ella el mayor invento tecnológico era el teléfono. Lo comparto plenamente. Poder escuchar la voz de la persona a la que amas hablándote al oído en un entorno de intimidad es algo mágico que va directo al corazón.

Hay teatros con una acústica maravillosa, tanto para la escena como para el encuentro entre los ciudadanos del lugar. Por ejemplo, el Teatro Massimo de Palermo. Os sonará su escalinata por la que rueda el cuerpo acribillado de Mary Corleone, en la escena final de «El Padrino III». Pero es, ante todo, conocido en el mundo entero, por la perfecta acústica de su sala principal en forma de herradura. En el palco central, reservado para el rey Vittorio Emanuele II – que, por cierto, nunca lo usó – hicieron en los dos laterales una especie de concha hacia dentro que, a modo de oído, amplificaba las voces de los cantantes. Durante los descansos, el público se dirigía hacia dos salas; los hombres y las mujeres tenían sus respectivas salas separadas. La de los hombres, llamada la rotonda del mezzogiorno o sala pompeiana, tiene un efecto de resonancia muy particular por el que, si te sitúas en el centro y comienzas a hablar, tu voz se amplifica desmesuradamente mientras que en el resto del ambiente la resonancia de las conversaciones es enorme sin ser invasiva. Este efecto hace que resulte imposible entender desde fuera del mismo centro y desde fuera de la propia sala lo que en el centro se dice. Todo un sistema de cortina sonora para proteger la intimidad. En otro lugar, el Palacio de Topkapi de Estambul, las habitaciones del Sultán estaban provistas de fuentes no solo por su efecto decorativo sino porque el sonido del agua amplificado por la sala ocultaba las conversaciones que allí se mantenían a los posibles espías de palacio. Dos ejemplos exquisitos del uso de los medios arquitectónicos aplicados a la vida cotidiana que tienen en consideración nuestro oído y en consecuencia nuestra voz.


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