Espectáculos Armazenados en la memoria
Vuelvo sobre el tema de la memoria que me constituye y sin la cual dejaría de ser. Confinado y distanciado físicamente, me relajo y, sin el apoyo de ninguna pantalla física de ningún dispositivo electrónico, sin el apoyo de ninguna plataforma de contenidos audiovisuales, tipo Neftlix etc., me concentro y dirijo mi atención hacia los escenarios de la memoria.
Acepto el fantástico reto de revivir imágenes dinámicas y momentos que, por motivos misteriosos y muy significativos, se han grabado en los escenarios de mi memoria. Describirlos y analizarlos aquí es un ejercicio, en cierto sentido, impúdico, que me desnuda y me revela ante ti, que no solo vas a leer sobre el espectáculo que voy a intentar rever y revivir en el escenario de mi memoria, sino que, también, me vas a leer a mí.
Compartir una experiencia artística, como puede ser el recuerdo de un espectáculo de teatro, es, al mismo tiempo, compartir una experiencia vital e íntima. No solo porque el arte sea algo vital, sino también porque la estructura o selección de lo recordado, así como los acentos y la intensidad en determinadas escenas y elementos, delatan o desnudan a quien comparte ese recuerdo. El ejercicio de la memoria es, en cierto modo, un ejercicio, más o menos consciente, de dramaturgia (de trabajo con las acciones recordadas, de composición y sentido).
En 2018, creo recordar, Flávio Hamilton, actor de la veterana compañía Teatro Art’Imagem (fundada en 1981 en la ciudad de O Porto, Portugal), de la que es director artístico José Leitão, se ponía en contacto conmigo porque quería debutar como director de escena, dentro de su compañía, realizando un sueño que le acompañaba desde hacía unos años, cuando pudo ver en Madrid, estando con el Teatro Art’Imagem allí de gira, el estreno de Almacenados de David Desola. Recuerdo que Flávio me contó que el espectáculo le despertó gran interés por el texto de Desola y que, de inmediato, se hizo con el libro. Cuando lo leyó tuvo como un flechazo con esa obra, supo que tenía que llevarla a escena. Seguramente, en la pieza de David Desola, Hamilton había encontrado algo muy revelador y desvelador relacionado con un asunto y con unas impresiones, sobre cómo el trabajo, en muchas ocasiones, en vez de contribuir a una realización personal y a un intercambio justo, se convierte en una losa que nos aplasta, nos somete, nos aliena y nos anula. Recuerdo que Hamilton me hablaba de la obra como quien habla de un enamorado o de una enamorada, con la mirada encendida y una especial pasión en la voz. Esto es lo que necesita alguien que quiera trabajar en escena con un texto: enamorarse de la obra, porque en ella hay algo que le conecta con inquietudes existenciales e ideológicas profundas.
Recuerdo que yo había conocido a David Desola cuando fuimos parte del jurado del Premio Marqués de Bradomín para textos teatrales del INJUVE (Instituto de la Juventud), en el 2012, año en el que ganó la obra Xudite/Judit del heterodoxo dramaturgo gallego Marcos Abalde Covelo. Recuerdo la sagaz y humanísima mirada de David Desola, su vulnerabilidad y su concienzuda y, a la vez, sencilla perspectiva sobre el mundo. Su apariencia física podría compararla con la de un ave con las alas heridas y medio rotas, pero con una capacidad de vuelo prodigiosa, amplia, necesaria. Sus alas no eran, desde luego, las de un pavo real, sin embargo la belleza de su vuelo y la profundidad del trayecto que podía abarcar a mí me fascinaban. ¿Sabes esas personas especiales que te quedarías escuchándolas horas sin decir palabra? Pues algo así. También la sensación de estar a gusto, que es muy importante y que, seguramente, tiene que ver con una comunión sincera en lo que nos atañe e interpela de este mundo. Esto es lo que, en este momento en el que estoy escribiendo, mi memoria guarda de aquel encuentro feliz con David Desola.
Pues bien, Flávio Hamilton, uno de los actores de la veterana compañía Teatro Art’Imagem de Portugal, unos seis años después, volvía a traerme a David Desola, a través de su obra Almacenados, porque quería llevarla a escena, en lo que sería su primer trabajo como director (aunque ya había ejercido esas funciones con grupos de jóvenes y como docente). Hamilton quería contar con mi colaboración y, además, para este proyecto le gustaría que uno de los dos personajes principales de la obra, el personaje más joven, fuese interpretado por un actor gallego, de tal manera que el espectáculo fuese bilingüe. Bilingüe solo en cierto sentido, porque el gallego y el portugués, en la Edad Media, eran una sola lengua, de la que conservamos una literatura extensa y muy bella. Luego, el gallego, en territorio portugués, permaneció protegido por el Estado y expandido por el mundo. En Galicia, sin embargo, fue prohibido por los sucesivos reinos que nos gobernaron y colonizado por la lengua de poder, de tal manera que se fue castellanizando hasta el día de hoy, en el que casi parece un dialecto del castellano. Pero esto es otra historia, sobre la difícil pervivencia de la diversidad cultural y lingüística en contextos jerárquicos y no igualitarios, en los que no se respetan ni cuidan los equilibrios de los ecosistema lingüísticos. Esta es otra historia.
Volviendo, de nuevo, al hilo de la memoria del espectáculo Armazenados del Teatro Art’Imagem. Mi papel consistiría, más o menos, en acompañar con una mirada externa, desde la distancia, el proceso de gestación del proyecto del que Flávio Hamilton me iba contando sus detalles y yo le iba devolviendo mis pareceres al respecto y en proponerle a un actor gallego para el personaje de Nin. El otro personaje, el Señor Lino iba a ser interpretado por el ya veterano actor de la compañía, Pedro Carvalho.
Éste, Pedro Carvalho, es un actor de apariencia sabia y adusta, de voz grave y profunda, pero, al mismo tiempo, de una capacidad para desprender ternura y compasión. Su presencia escénica es robusta, con un peso que ancla su teatralidad a la tierra y le da carta de veracidad. Sus ojos saltones son capaces de mantener la mirada más allá de lo usual y de pasar de la severidad a la mansedumbre o al humor, de manera musical, sin casi mover ningún músculo y sin decir nada por la boca.
A mí me parecía que el joven actor gallego, que podía jugar un auténtico contraste enriquecedor respecto a Pedro Carvalho, era Jimmy Núñez (Jaime Núñez López), un veinteañero vigués, que se formó en la ESAD de Galicia, la escuela en la que yo trabajo como profesor de dramaturgia.
Jimmy Núñez, ya en los ejercicios de escuela, demostraba una asombrosa capacidad para hacer suyo cualquier juego que se le propusiese. Y no olvidemos que un personaje, igual que una obra de teatro, es un juego, una propuesta de juego. Jimmy no solo tiene capacidad para hacer suyo el juego que se le propone y jugarlo con otras actrices y actores, retroalimentándose, sino que, además, es capaz de otorgarle, a ese juego, un sentido profundo, que se enraíza en sus inquietudes. Yo creo adivinar o sentir ese enraizamiento, que Jimmy le da a lo que hace, cuando actúa, conectándolo con algo íntimo y muy singular. De esa manera, sus interpretaciones de personajes, previamente escritos por algún dramaturgo o dramaturga, cobran una frescura inaudita y se nos aparecen como algo nuevo. Y esto es muy difícil de conseguir. Es muy difícil de conseguir huir de los lugares comunes, de la copia de la copia, de los modelos que, en muchas ocasiones, las escuelas utilizamos y, en otras ocasiones, las modas y las tendencias imponen. Por eso Jimmy, bajo mi punto de vista y en función de lo que estoy arguyendo, es un gran actor, un actor creador y no un actor reproductor (como diría mi admirado y ácido Thomas Bernhard).
Al mismo tiempo, Jimmy, no solo por tener veinte años, sino por su apariencia menuda, con un punto aniñado y una frescura muy alejada de lo severo y lo adusto, de lo grave, es un magnífico contrapunto y un enriquecedor contraste respecto a Pedro Carvalho. Y esto se constata felizmente en el espectáculo. Casi hasta me atrevería a decir que son el Ying y el Yang, con todos los matices “entre” que podamos imaginar o percibir.
Otra cosa que los escenarios de mi memoria me traen de Jimmy es su capacidad de seducción, en una ambigüedad entre lo erótico y lo espiritual. Para intentar explicártelo, en este ejercicio de memoria, que ya avisé que era impúdico, podría decir que cada vez que veo a Jimmy en escena me produce alegría, me cambia el humor y, en ocasiones, es que… me dan ganas de comérmelo, jajaja… ¡Es una metáfora! Que nadie se alarme, que soy totalmente inofensivo. ¿Pero cómo explicarte esa sensación de atracción y felicidad que Jimmy es capaz de provocar en escena? Y aquí, quiero hacer énfasis, en que estoy refiriéndome al Jimmy actor creador, al artista. Quizás la seducción, el talento para producir atracción y felicidad en los demás, son cualidades relevantes para un artista y él, sin duda, posee esos dones.
Flávio Hamilton me pedía que hiciese la traducción al gallego de las réplicas verbales del personaje de Nin, que interpreta Jimmy, mientras la traducción al portugués de las réplicas del Señor Lino, que interpreta Pedro Carvalho, las haría Diana Vasconcelos y, una vez en marcha los ensayos, habría que ir puliendo los encajes de ese diálogo bilingüe (o casi bilingüe, si atendemos a la historia de la lengua). Como yo sabía que Jimmy Núñez, además de ser un buen actor, escribe y también tiene una sensibilidad especial a nivel literario, le propuse que intentase traducir las réplicas de su personaje, del castellano al gallego, con la intención de acercarlo lo más posible a la actualidad de un joven gallego, de Vigo, en época de crisis, de una generación especialmente castigada por la falta de oportunidades óptimas y justas en lo laboral. Le propuse que él fuese traduciendo las réplicas de su personaje a su gallego, porque ya sabemos que la lengua no es una sola, sino la de cada quien y que, en el teatro, podemos quedarnos en la norma que dictan las Academias, o bien trascenderla y aquí, por la cualidad de esta obra, en lo que tiene de rabiosamente actual, necesita de una lengua pegada al momento en el que va a ser jugada en escena y compartida con la asamblea de lo común, con el público. Armazenados no nos sitúa ante un simple juego de estilo, aunque tenga un estilo muy singular, tanto la obra de David Desola como el espectáculo de Teatro Art’Imagem, sino que nos sitúa ante nosotras/os mismas/os y ante el momento crucial y crítico en el que nos encontramos, por eso la lengua no puede ser, bajo mi punto de vista, un simple alarde de corrección académica y mucho menos aún en el personaje de Nin, que va a poner en cuestión el viejo régimen de esclavitud y alienación del sistema productivo laboral. Su lengua, su vocabulario, su sintaxis, su fraseología… deben estar en consonancia con esa juventud inquieta y no conforme. Por eso era una ventaja contar con un actor como Jimmy, que pudiese reescribir su texto auspiciado y supervisado por mí, en calidad de especialista en dramaturgia, para cuestiones más técnicas. Y así lo hicimos y creo que resultó muy bien. En los títulos de crédito del espectáculo yo aparezco como traductor al gallego del texto de David Desola, pero, en realidad, yo he sido responsable de esa traducción en la reescritura que Jimmy realizó como parte de su trabajo como actor creador.
Así, la 109ª producción del Teatro Art’Imagem, Armazenados se estrenó el 9 de noviembre de 2018 en el Festival Mindelact de Cabo Verde y sigue de gira por Portugal y, como dice Pedro Carvalho, por las diferentes Españas. En Galicia deberíamos acogerlo y, sin embargo, apenas tuvo dos bolos, uno de ellos, en la Sala Ingrávida do Porriño (Pontevedra).
Hace poco, con motivo del confinamiento, la compañía me invitó a participar en un vídeo breve, para reflexionar y analizar un poco el espectáculo. Una iniciativa muy interesante para repasar el arte del teatro, en concreto las producciones últimas de la compañía, y compartirlo con el público a través de su página web y de las redes sociales. Una iniciativa que nos aproxima, en cierto sentido, de una manera documental y pedagógica, sencilla y agradable, al teatro, sin, por ello, crear la falsa idea de que el vídeo puede substituir al acto teatral.
La dirección de Flávio Hamilton en Armazenados se despega felizmente del concepto de representación o puesta en escena, en el sentido más convencional. No se trata de un montaje de la pieza al servicio del texto, sino de una realización escénica emancipada y libre, al servicio de, nada más y nada menos, la inquietud y la rebelión que algunos de los asuntos y comportamientos tratados por esta obra suscitaron en el director y fueron el motivo de ese enamoramiento de este texto de David Desola.
La esencia y la larga experiencia actoral de Flávio Hamilton, en esta su primera dirección escénica, guiaron la concepción del proyecto. Un teatro del cual el actor, los actores en este caso, son el centro irradiante. Pero no se limitó a una interpretación realista o espejo de la realidad simplemente, sino que buscó la geometría física de las interacciones, de las actitudes y de las relaciones que el sistema productivo laboral instituye. De esta manera, Hamilton crea una especie de coreografía de las proxémicas y de los movimientos de los personajes que resquebraja la idea de ficción prefabricada o de ilusión de realidad, para originar una realidad artística que nos desvele, en su coreografía, algunas de las estrategias con las que el sistema productivo capitalista nos va anulando como personas. Ahí, en esa dirección, en conjunción con el estilo que se atisba en el propio texto, se vislumbra lo absurdo de la sumisión que genera el trabajo, cuando no es estimulante para las personas que lo realizan. Sin caer en el absurdo ni en los manierismos surrealistas, Armazenados nos interpela, desde la maquinalización que imponen ciertas rutinas laborales y cómo esa maquinalización doma y despersonaliza, cómo nos encoje y achica. Frente a esa coreografía, danzada sobre todo por el personaje del Señor Lino, con la convicción de Pedro Carvalho, mostrándonos también los temblores de su fe en el cumplimiento severo de las normas, aparece la desautomatización coreográfica que propone Nin, en el juego refrescante y cuestionador, simpático y a la vez implacable, acometido por Jimmy Núñez.
La escenografía y la iluminación, diseñadas por el artista Eduardo Abdala, como una especie de enorme cubículo envuelto en plástico de embalar, con luz fría, casi de laboratorio de análisis, podría ser, así mismo, un espacio para un espectáculo de danza, porque permite el dinamismo de un espacio plenamente lúdico, que se va modulando, de manera flexible, por el juego actoral con muy pocos objetos escénicos, apenas una mesa y dos sillas blancas atemporales, una escoba, unos monos de trabajo color naranja.
Un reloj líquido, como los de Dalí, proyectado sobre el ángulo superior izquierdo de la pared de plástico de burbujas del fondo, simboliza, junto al tic-tac sonoro y maquinal, ese bucle temporal, en el cual el trabajo puede absorbernos y devorarnos. La vida pasa y el trabajo, a veces, la tapa, la obtura. Unas líneas de luz artificial se encienden, en la vertical y la horizontal de ese envoltorio, en el que están confinados los personajes, almacenados, ellos mismos, como mercancía.
A mí, al principio, cuando Flávio me pasó la obra, me pareció mucho texto y poca acción, poco movimiento. Pero la dirección de Hamilton, con toda esa sutil y reveladora coreografía, con ese juego en el que la geometría se convierte en una especie de poema visual que alumbra cuestiones vitales, acaba por minimizar y superar aquella primera sensación que yo había tenido.
Samuel Pascoal, el ayudante de dirección, que aquí realizaba su primer trabajo profesional en el mundo del teatro, en el vídeo, explica que hay una acción dentro de una no acción, en ese espacio irónicamente vacío. Habla de un lenguaje que se cruza con lo onírico y que, en ciertos aspectos, puede recordar al lenguaje de los mundos filmados por David Lynch, con lo cual se abre a una multiplicidad de lecturas de la pieza.
Los escenarios de la memoria me traen este espectáculo, como una experiencia especial y trascendente, por lo que me he atrevido a describir y analizar aquí.
La mente da muchos saltos y abre múltiples digresiones, nunca opera de una manera continua y lógica, sino de una manera más fragmentaria y posdramática, por eso este relato ha tenido tantas idas y venidas en el recuerdo y la apreciación. Por eso, también, ha sido, en cierta manera, un ejercicio impúdico de desnudez al que me he atrevido contigo. Pero creo que, en el fondo, es lo mínimo que debo hacer, una vez que tú también tienes la generosidad de leerme y de haber llegado hasta estas últimas líneas. Gracias. No estoy solo y tú tampoco lo estás. Nos hemos acompañado un rato y ojalá a ti te hayan surgido algunas de las sensaciones y emociones que yo he tenido, en este ejercicio de activar la memoria de un espectáculo, de algunos momentos de su gestación, y de compartírtelos. Cuando podamos, nos vemos en los teatros, ya fuera de la memoria.
P.S. – Artículos relacionados:
“Teatro Art’Imagem”, publicado el 15 de mayo de 2015.
“Incandescencia teatral en Um punhado de terra”, publicado el 28 de enero de 2017.