Estado de ánimo
Aceptar la realidad ayuda a tener menos roces en los pies. Caminar por este proceloso pantano de la Cultura portátil crea a la larga problemas plantares. Los hay que están muy acostumbrados a transitar por estas sendas de cabras, pero quienes deseamos que los mejores estén siempre en el mejor lugar, la elección de ministros y sus consecuencias posteriores nunca nos ayuda a la sanación de nuestras sospechas de insolvencia por omisión. El penúltimo de la tómbola el de Cultura. Ya es casualidad.
Quizás si alguna actividad depende más del estado de ánimo sea la cultural, tanto en su fase creativa, como en su fase de exhibición. Digo esto porque como ya he sustentado reiteradas veces en estas homilías luneras, el único manifiesto creíble y contrastable de una institución teatral, de una unidad de producción, de un festival o un teatro o sala es su programación. Es decir, su conjunto y cada una de las decisiones tomadas para ofrecer una u otra obra, implicarse en una coproducción o elegir una producción en solitario. Ahí está escrito en el muro de la historia sus intenciones.
Y como estamos estrenando gobierno, ministro, esperanzas y desalientos, voy a extender esta manera de explicar lo obvio, a los grupos, compañías, productoras o cualquier otro instrumento que forma parte del esqueleto productivo y distributivo. La elección de su repertorio, la vocación de formar parte de un conglomerado amorfo, o de inscribirse en una tendencia, en una corriente, en un lenguaje o en una manera de entender el propio hecho teatral, fuera de la norma o del catálogo de mediocridades es una decisión que debe tomar libremente, pero que nos sirve para desde fuera analizar y descubrir sus auténticas intenciones culturales, éticas, de contenidos y de aproximaciones a unos públicos posibles u otros. Esto como principio por encima de otras. Consideraciones más intangibles como es la calidad, la oportunidad de lo expresado y asuntos que no solamente tienen que ver con el estado de ánimo, sino con el estado de maduración cultural y política.
Con mi admirado y ahora convertido en brisa canaria José Pedro Carrión pasábamos horas hablando del imaginario teatro óptimo que se debía hacer, de las estructuras infalibles, de los métodos más propicios para llegar a la excelencia y al cabo de un buen rato, cuando las botellas miraban vacías alguno decía la frase demoledora, el retorno a la puta realidad: “¿Dónde se hace ese teatro del que hablamos?”. Silencio. Mirada. Brindis. Y a seguir buscándolo o propiciándolo. No nos queda otra. Si estamos convencidos de que esto de las Artes Escénicas es algo más que una actividad mercantil, que una profesión u oficio, encontraremos siempre la motivación para seguir estudiando, para seguir arriesgando, para equivocarnos, para juntarse con quienes estén por el mismo objetivo. Cada cual según sus capacidades, pero llevadas a las últimas consecuencias, porque solamente se avanza exponiéndose a la intemperie, sirviendo de manera cabal a una llamada ética y estética, donde la dignidad, la profesionalidad no sea una coartada que aniquile las posibilidades de llegar al máximo, sino una consecuencia de ese compromiso.
Sí, mi estado de ánimo está hoy fecundado por la incertidumbre de que no se tome en serio la Cultura, pero con el ánimo de que hay que seguir empujando y si se tienen al lado a las personas que empujen en la misma dirección será más fácil desterrar el desánimo, la rutina, el mercantilismo, la ignorancia y los falsos profetas de la mediocridad.
Parece tarea difícil, pero es la única opción marcadamente política que nos puede hacer avanzar de manera sostenible. Probablemente sufriremos todas las decepciones del mundo con los próximos nombramientos, pero por ello hay que estar alerta y en disposición de actuar inmediatamente. Marcar nosotros el paso y no seguir a la trompetería funcionarial.
Propiciemos ese estado de ánimo que ayude a la Libertad.