Este otoño y esta sociedad
Situaciones personales aparte, los otoños son momentos estacionales que invitan a la reflexión, mientras caen las hojas de los árboles, se pierde el deseo en la mirada y a veces también se cae, o se tropieza, el objeto que se mira.
Hace frío, y es pronto por la mañana.
Me levanto y enciendo el móvil, buscando, yonqui de la información, qué paso la noche anterior, esa noche en la que se decidía, al otro lado del mundo, también parte de nuestro destino. Y sí, Trump ganó. Conversaciones encendidas, voces asustadas, miradas preocupadas, noticias, saturación en las redes, llamadas a la desobediencia, al miedo, a la tolerancia, ¿a la prepotencia?, sí o no…
Me levanto y abro el móvil ya encendido, otra mañana, no la de ese ayer, otra, la siguiente, ya no busco nada, la fuerza de la costumbre y la necesidad de apaciguar la voracidad de mi yo – ya yonqui tecnológico, me abocan a la pulsación, y pulso, y Leonard Cohen se va…, se fue entre mensajes de duelo y de reconocimiento, y siento una punzada en el pecho, y su voz y sus acordes llegan en forma de recuerdos acompañando a los olores de un invierno en el que las tardes olían a patatas asadas y en las que mi madre ponía sus canciones, las de Leonard, una y otra vez.
Y se fue, también, Francisco Nieva, esa misma mañana, aunque yo para él no tenga banda sonora.
Y esa mañana, en la que los dos se fueron, me encamino con un niño entre los brazos hacia un teatro, Le Cube, en un pequeño pueblo de Francia, en Hérisson. En un descanso de los ensayos su madre (actriz) nos espera, nos han invitado, al niño y a mí, a ver un pase de la función. El niño llora y yo lo abrazo, se abre la puerta y entramos, él entre mis brazos, curioso, yo silenciosa y nostálgica, sobrecogida al pisar de nuevo un escenario, aunque sea de visita.
Los vestidos en el escenario, el espacio y los cuerpos esperando a que los habiten, la voz de Leonard entre ellos discurriendo en el espacio vacío, el olor de la madera, las luces. El contraste entre los cuerpos que encarnan y los encarnados, entre la pura vida de nueve meses que acarreo entre mis brazos y la muerte de los unos y los otros, hace que se inunde de lágrimas mi rostro. Deposito al niño en el suelo, los actores se aproximan, el descanso se acaba, el calentamiento comienza, él gatea entre sus piernas, sonríe pasando de unos a otros entre los brazos de los cuerpos que danzan; el niño retorna a mis brazos, ya los dos espectadores, comienza el ensayo: primera lección.
Vemos cuatro lecciones de una serie de catorce, vemos las lecciones en las que la muerte todavía no se hace presente, aunque si lo esté en los espíritus de los muertos que habitan los cuerpos de los vivos; vemos las escenas en las que la violencia presentida todavía no se ha desatado. Ellos se presentan en escena, nosotros los escuchamos; ellos cantan, nosotros cantamos; ellos bailan, nosotros bailamos; acaban las cuatro primeras lecciones, nosotros nos vamos, ellos siguen trabajando.
Somos espectadores de Nuestra Clase, una obra del dramaturgo Tadeusz Słobodzianek, en este caso puesta en escena por La compañía francesa Retour d’Ulysse con la dirección de la directora polaca Justine Wojtyniak, en una residencia de creación en Le Cube, en Hérisson (Francia).
Nuestra Clase (Nasza Klasa) habla sobre el pogromo que tuvo lugar en Jedwabne en Polonia en 1941, un acto siempre atribuido a la ocupación alemana de la ciudad hasta que se descubrió, en estudios recientes, que no habían sido los alemanes sino los mismos habitantes del pueblo los que habían matado, quemando vivos en un granero, a sus compatriotas judíos.
Esta es una obra en la que diez compañeros de clase, cinco católicos y cinco judíos se transformarán ante nuestros ojos en víctimas y verdugos, una obra que en catorce lecciones nos desgrana lo terrible de una sociedad en la que se matan, se torturan, los unos a los otros; una obra que, llena de imágenes, no deja a nadie indiferente. Esta es una pieza que hay que ver y que escuchar, una pieza que nos habla de una sociedad pasada pero presente que podría ser la nuestra, una sociedad que fuimos o que somos o hacía la que desgraciadamente nos estamos encaminando.
Deberíamos estar atentos y escuchar a las voces que nos hablan, desde el pasado, desde la historia, desde el teatro. Voces que nos hablan de lo que pasó, de lo que no debería volver a pasar, de lo que está pasando, de lo que está a punto de pasar.
Es otoño y caen las hojas de los árboles, cierro la puerta del teatro y me voy caminando con un niño entre los brazos, quizás, todavía, después de todo, haya esperanza.