Esto no ha hecho nada más que empezar
Llueve sobre Madrid. Hace frío. En Catalunya acaban de nombrar a un nuevo President, hasta ayer alcalde de Girona uno de los puntos vitales de la exhibición teatral catalana, estatal e internacional a través de su festival Temporada Alta. Tengo un vicio muy arraigado: me gusta ver y escuchar las sesiones parlamentarias de investidura o de cualquier otra índole. Lo hago siempre que puedo. Lo de Catalunya pude y quise. Escuché satisfecho a los intervinientes en uno de mis idiomas de uso, el catalán, que se utilizaba con muchos matices y acentos. En este sentido disfruté, porque no solamente era predominante el barcelonés, un catalán muy básico y castellanizado que funciona de manera utilitaria y que es el que se escucha en las telenovelas de TV3 y en muchos escenarios, sino que se escucharon otros mucho más vivos y bellos.
No se escuchó nunca la palabra Cultura. Miento, se mencionó pero de manera tangencial nunca sustantiva. Y eso me hiere. Por eso ando desmotivado, porque ante la situación de dificultad para formar un gobierno en España, se mencionan miles de flancos de discusión, pero nunca aparece el cultural. Y eso me sigue hiriendo en mi sensibilidad de jubilado activo que espera dejar un futuro mejor para sus descendientes, que cree que es un buen momento para darle la vuelta a los paradigmas culturales, pero muy especialmente a los referidos a las artes escénicas. Me siento predicando en un desierto como un eremita, pero a veces escucho ecos de otros solitarios o solitarias que están subidos en una columna de ilusión y de sensatez proclamando las posibilidades de convertir ese desierto en un vergel. Pero para ello es necesario tiempo, y hay que empezar cuanto antes.
No se habla de nada en este sentido. Estamos todavía en la fase anal. Se habla de nombres, de nombramientos, de destituciones, de sustituciones, en definitiva de mantener el mismo sistema caduco, pensando que poniendo a alguien más cercano a nuestra manera de entender el mundo solucionará algo. Y sí, es obvio, las personas somos importantes en todos los lugares, pero más importante es el plan a desarrollar, el sistema, la organización global, que son decisiones políticas de profundidad y que se deben pensar para implementar durante décadas, no para solucionarle la vida a alguien cuatro años para que coloque a sus allegados en repartos o que se cambie cromos con otros pares por si acaso se necesita su apoyo en el futuro.
Les explico, el Teatro Arriaga va a anunciar en breve el nuevo director. No ha habido convocatoria abierta. Se ha contactado con figuras de proyección internacional. Pero no existe un programa a cumplir, no existe un proyecto a defender. Mientras tanto funciona, se programa, pero vendrá el que sea nombrado cobrando una barbaridad, fuera de toda lógica de mercado, se reservará además otro porcentaje indecente de dinero para hacer sus montajes y repartirá algunas migajas a los agentes teatrales locales para que se callen y no molesten. Y que conste que apoyaré a quien nombre por una cuestión inconfesable.
Se rumorea que esta semana también se rescindirá el contrato del director del Teatro Español, cuyo nombramiento levantó una polémica muy desagradable. No sé cuánto dinero costará rescindir ese contrato vigente, si quien lo decide tiene un plan general para reconstruir el tejido teatral de Madrid. Yo confío en Santi Eraso, pero hoy, aunque el señor Juan Carlos Pérez de La Fuente no lo entienda porque no es precisamente un fino diplomático interpretando los escritos de este cura, digo que me parece mal que se le saque sin dar muchas explicaciones, simplemente por unos antecedentes curiosos en su nombramiento. Todos conocemos su manera de ser, de actuar, su tendencia a los mayestático, pero miro la programación de sus teatros y no es mala. Diría más, es buena, equilibrada.
El las unidades de producción de ese fantasma que recorre España llamado INAEM, parece que se han prorrogado hasta finales de este años los contratos de los responsables de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y del Centro Dramático Nacional. Se trata de mantener la agonía de dos instituciones que están con el perfil más bajo de toda su historia. Pero cambiarlos, aunque sea por convocatoria pública como se ha hecho en el Teatro de La Zarzuela, es insistir en un error que es no tener un plan global, una idea general, una manera pensada, comparada, presupuestada, ambiciosa, conveniente contrastada con los agentes protagonistas y pensando en el bien de la ciudadanía y el teatro y la danza.
Esto no es un discurso político, es una recopilación de la situación actual. Por cierto, en Catalunya después de estas elecciones no se esperan cambios en las instituciones teatrales. Y ahí también necesitan volver a pensar lo que hacen ya que a mi modesto entender, están en una situación de precariedad artística como nunca. La caída de calidad, la mercantilización constante de todos los segmentos de creación les ha llevado a un lugar sin retorno.
Por eso creo que esto no ha hecho nada más que empezar, que debemos seguir levantando la mano e insistiendo para que los asuntos culturales no se queden fuera de la agenda política importante y sustancial.