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Etelvino Vázquez y la consagración del teatro

El 31 de enero de 2025, en el teatro Jovellanos de Gijón, la Asociación de Empresas de Artes Escénicas EscenAsturias le entrega el Premio ¡Oh! De Honor 2025 a Etelvino Vázquez (1950), cuya compañía, Teatro del Norte (1985), cumple 40 años en 2025.

Yo, que fui su alumno durante tres cursos anuales, o sea durante tres años, a principios de los 90, me lo imagino en el papel de la bailarina alrededor de la cual se conjuraba ‘La consagración de la primavera’ de Pina Bausch con la intensidad esotérica de la música de Igor Stravinsky. Me lo imagino así porque aquella joven, en la creación de Bausch, danzaba hasta morir como acto propiciatorio que invocaba a la diosa de la primavera. Etelvino Vázquez también lleva danzando teatro muchos años y pienso que lo va a seguir haciendo hasta el final, para continuar en las alas de la historia que trasciende la del teatro asturiano, porque su obra se esparce por muchos lugares. ¡Una vida consagrada al teatro!

Para mí fue el gran maestro con el que aprendí los fundamentos del teatro cuando yo quería ser actor. Bien, en realidad me gustaba el teatro y quería hacer teatro. Por aquel entonces creía que hacer teatro era actuar directamente encima del escenario. Aún no había pensado yo en que sin dramaturgia y dirección no hay espectáculo. Pero esto también lo aprendí de Etelvino, porque en sus clases, que eran totalmente prácticas, también nos pasaba algunos textos teóricos, como aquellos sobre la dramaturgia del actor, de Eugenio Barba, con quien él había trabajado y coincidido en muchas ocasiones. Aquellos escritos, igual que las prácticas de aula, a mí me hacían pensar mucho.

Le recuerdo como a uno de los maestros más generosos y arriesgados que tuve en la vida. Y he tenido muy buenos maestros, inolvidables, a los que homenajeo aún hoy, citándolos en mis clases. Fue, precisamente en una de las suyas, en el primer año, haciendo los monólogos del fabuloso ‘Bestiario’ de Javier Tomeo, cuando hice el clic, cuando, después de una larga sesión en la que él se esforzó por ayudarme, intentando que dejase de hacer que hacía teatro, fui capaz de trabajar desde la conexión con mi cuerpo, rompiendo clichés, amaneramientos y poses teatrales falsas. Aquel día, de sudor y lágrimas, hice el clic, descubrí lo liberador que es el teatro y la maravillosa capacidad que tiene para sacarnos de esa zona de confort y alienación, moldeada por las conveniencias y las normativas no escritas de nuestro día a día. Descubrí que el teatro es una vía de conocimiento y de auto-conocimiento excepcional, porque nos saca de nuestro lugar común y nos lleva hacia otros estados y percepciones clarividentes, en los terrenos de lo extraordinario. Pero para todo aquello era necesario algo que ahora parece no estar de moda: la autoridad académica y profesional, el respeto y la confianza en alguien que trae consigo una formación, una dedicación, un oficio y un conocimiento. Yo confiaba en Etelvino, como siempre he confiado en mis profesoras y profesores, porque sentía que tenía algo que enseñarme, porque estaba ávido por aprender sobre lo que me gustaba, igual que continúo estándolo a día de hoy.

Etelvino era un profesor, en aquellas magníficas e intensas clases del Instituto del Teatro y de las Artes Escénicas de Asturias, el ya mítico ITAE, del que han salido grandes profesionales y artistas, que no parecía hacer concesiones a lo políticamente correcto, que se involucraba de pleno en el proceso de aprendizaje de su alumnado, con pasión y un compromiso, asombrosos.

Le recuerdo, además, como director y actor en Teatro del Norte. Su trabajo hacía del teatro dramático una reconexión con los rituales primigenios. Había algo, en su modo de trabajar encima de las tablas, de hechicero. Aún hoy conservo en la retina las imágenes y en el pecho las emociones de su Yerma, en el teatro Jovellanos de Gijón, en la primera mitad de los 90. Creo que debió de ser, si no me equivoco, la primera vez que hacía de Yerma un hombre, activando, de ese modo, muchas otras capas de significación que, sin duda, enriquecían la obra de Federico García Lorca.

Pienso que su modo de organizar la interpretación, de darle una “organicidad”, estaba muy anclada en los principios pre-expresivos de la antropología teatral de Barba y en una concepción muy física del teatro. El cuerpo, la voz y las emociones como membranas que vibran, como en la danza, según los personajes y las historias a representar, como papeles en blanco sobre los que se escriben las más impresionantes situaciones.

Mi agradecimiento también es para el Etelvino director artístico, cuando organizó, por aquella altura, los ciclos de artes escénicas de CajAstur en la Colegiata de San Juan Bautista, anexa al Palacio Revillagigedo de Gijón, donde pude ver por primera vez, con 18 años, a Cesc Gelabert, a La Ribot, a Esperanza Abad, etc. que me cambiaron 180 grados la idea que yo tenía del teatro. ¡Aquello fue un antes y un después!

Dice el refrán: “gallegos y asturianos, primos y hermanos”. “Si non e vero e ben trovato”, en la variación de aquel antiguo aforismo de Giordano Bruno. El caso es que, además de que el teatro es un hecho comunitario que se alimenta de las circunstancias socio-políticas del ecosistema cultural en el que se da, la vecindad forma una parte consubstancial de esas circunstancias que le afectan. No en vano, por ejemplo, el teatro gallego necesita, para alcanzar su plenitud, el conocimiento y la interacción con el teatro portugués y, en cierto modo, con el asturiano y viceversa. Sea como sea, Etelvino Vázquez también es una figura principal para el desarrollo y la historia de las artes escénicas de Galicia y un puente con las de Asturias. A los hechos me remito: participó en el espectáculo inaugural del Teatro Galán en Compostela, una de las cunas de la danza contemporánea gallega, el 17 y 18 de abril de 1993, titulado ‘Tres homes SOS’ (Tres hombres SOLOS), dirigido por Ana Vallés, junto a Cesc Gelabert y al músico y compositor Enrique Macías; además, entre otras cosas, fue uno de los directores de cabecera de Teatro de Ningures (1986) de Cangas do Morrazo, compañía con la que escenificó, si no me fallan las cuentas, quince espectáculos, desde finales de los años 80, que recorrieron no solo la geografía gallega, alcanzando una candidatura al Mejor Espectáculo Revelación de los Premios Max en 2004 por la adaptación teatral de la novela ‘Círculo’ de Suso de Toro y haciéndose con el Premio Max al Mejor Texto en Gallego de 2008 por ‘Emigrados’, una dramaturgia de Xosé Manuel Pazos Varela y Etelvino Vázquez, con dirección de este último, a partir de los textos de Anxos Sumai, Sonia Torre, Suso de Toro y el propio Xosé Manuel Pazos.

Y ahí continúa Etelvino, inquieto y vital, transformando, en esta semana, el lunes 13 de enero de 2025, la sede de su compañía, en Lugones (Asturies), en un Centro de Investigación y Creación de Teatro del Norte. Una vida consagrada al teatro, ese arte que, como la primavera, renueva la ilusión y la confianza en lo mejor del género humano.


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