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Europa Bull de Jordi Oriol & Posaré el meu cor en una safata de Carla Rovira

És clar que Europa bull! Claro que Europa hierve! Jordi Oriol e Indigest, en el TNC (Teatre Nacional de Catalunya), juegan con las palabras y las imágenes para mostrarnos, en Europa Bull, a la Comisión Europea como un circo. Las tensiones entre política, cultura y justicia. Por otra parte, Carla Rovira, joven artista residente del Teatre Lliure se atreve, en Posaré el meu cor en una safata (Pondré mi corazón en una bandeja), a tratar el tema de la muerte, saltándose los lugares comunes y dándole la vuelta o desnudando los protocolos y rituales asociados.

 

El puente de la Constitución española me escapé a la República catalana, para visitar a algunas de mis amistades y volver a conectar un poco con el teatro catalán.

Los teatros que a mí me gustan, por lo general, también tienen algo de república. En ellos no me siento un súbdito y el relato, si lo hubiese, lo construimos juntas, o como diría la Carla Rovira: juntes.

POSARÉ EL MEU COR EN UNA SAFATA de Carla Rovira (Sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure, 6 de diciembre de 2019) juega con el formato documental, junto a un elenco que más bien parece “una colla d’amics”, un grupo de colegas, y esto es muy buena señal. Marta Aran Flores, Laura Blanch Bigas, Ramon Bonvehí Rosich, Marc Domingo Carulla, Erol Ileri Llordella y Carla Rovira en una creación colectiva sobre las diversas caras de la muerte.

El corazón es el inicio y el final, lo primero que se forma. Este es el primer tema de la conversación que Carla mantiene con el público al comienzo del show, después de saludar y presentarse. Nos cuenta, citando a Montserrat Roig, que el corazón siempre está a la izquierda, la sangre sucia se sitúa en la parte derecha del músculo cardíaco y la sangre limpia en la parte izquierda del mismo. La sangre limpia nos hace crecer.

El escenario de la Sala Fabià Puigserver, frente a la grada del público, es un espacio casi arquitectónico, diseñado por Manoly Rubio García, aprovechando la ductilidad de la sala. Podría recordarnos al relieve de una urbe, su skyline de edificios, pero también los túneles, las grutas que se abren en la superficie hacia un submundo.

En lo alto, dos cubículos de cristal. El de la derecha parece la sala de espera de un hospital, un lugar aséptico (un no lugar), singularizado por algunos carteles en el tablero de anuncios, como el de “Llibertat Presos Polítics” y un árbol de Navidad artificial de color rosa. El de la izquierda, en una secuencia, es la atalaya desde la que Fausto observa el mundo, pidiéndole a Mefistófeles que arregle el caos ordenándolo. Y ahí es cuando Mefistófeles empieza a utilizar indiscriminadamente el plástico para todo y el mundo se convierte en una superficie plastificada, inundada de plásticos. Porque el plástico es imperecedero, no tiene final, como pretende el propio Fausto.

La muerte y el plástico es  otro tema que aparece explícitamente, cuando, en otra secuencia se nos habla de la muerte de los ecosistemas y de la futura muerte del planeta Tierra.

Quizás es por eso, así como por el propio abordaje de un asunto, el de la muerte, del cual nadie puede tener una experiencia directa, que el espacio escénico, a través del recurso del mapping, los efectos sonoros y lumínicos, adquiere un aspecto futurista, como un espacio de ciencia ficción.

El cubículo de cristal de la izquierda, que corona uno de los módulos escenográficos, en otra secuencia, es una sala con piano, en la que Marta y Marc conversan sobre la música que les gustaría que sonase en su entierro y nos cuentan los temas musicales que la mayoría de la gente suele escoger. Nada previsible.

El repaso a los protocolos funerarios actuales en los tanatorios y toda la numerología que los envuelve, desde el extrañamiento teatral practicado, resultan tan fantásticos como el propio espacio escénico. O la coña con la canción de Sergio Dalma: “Amor, la fiesta terminó” para el entierro del corazón que está en una bandeja plateada en el cubículo más elevado, el de la derecha.

Posaré el meu cor en una safata es también un popurrí o un mosaico de temas y modalidades espectaculares, desde el talk show al musical, pasando por los diálogos entre los arquetipos de Fausto y Mefistófeles, la interacción directa con el público, como en un show de televisión, incluso la instalación plástica.

El foco en las palabras asociadas a la muerte y la reflexión sobre las mismas es otro de los elementos atractivos, por ejemplo: “final”, en el monólogo sobre el final, ante una cámara, delante de la bandeja en la que agoniza un corazón.

“¿Cómo podemos hablar de la muerte si todo son eufemismos a su alrededor?”, esta es una cuestión que Posaré el meu cor en una safata resuelve de manera desenfadada y, en muchos casos, irónica y humorística.

También está relacionado con la esfera de las palabras el número musical sobre el latir del corazón. Un espectacular dispositivo escénico, de carácter abstracto, en el que late una luz encarnada, mientras sube y baja, lentamente, como si fuese un ascensor o un OVNI en ese skyline escenográfico. Una especie de rectángulo convexo que se mueve en la vertical. La letra de la canción, interpretada marcando el pulso rítmico que evidencia las sílabas, ironiza sobre una vida gastada tras las pantallas: “¿Para qué queremos una vida si la gastamos casi toda mirando una pantalla? Porque mirando a una pantalla no miramos a nuestro alrededor. […] Más lluvia, más cimiento, más likes, menos bosque… […] Así es tan fácil ser docilizados, porque mirando una pantalla no miramos a nuestro alrededor. […] Por todo esto la vida se nos acorta más.”

Como ya he señalado, la muerte y la aniquilación del planeta, el colapso de los ecosistemas (la selva amazónica, el Ártico, la desertización creciente…), son otra faceta asociada. Mientras, en el espacio escénico una miríada de lucecitas en línea chispean, como una abstracción de las corrientes que mantienen y dan señal de las constantes vitales de un organismo. Ecología y vida. La muerte como hecho vital y ecológico. Las curas paliativas.

Una de las sorpresas del espectáculo es la aparición, emergiendo del suelo, de un tercer cubículo de cristal, en el centro del escenario, con una especie de instalación: una estancia con las paredes resquebrajadas que imita la estancia del hospital del cubículo superior de la derecha. Pero este está ocupado por un contenedor de la basura, para reciclaje de plástico, del Ayuntamiento de Barcelona, en el que asoma el árbol de Navidad rosa, que estaba en la sala de espera del hospital del cubículo superior. Al lado del contenedor, esparcidos por el suelo de la estancia, algunos trozos de adoquines rotos. Y la pregunta al público de si consideramos un acto de violencia quemar contenedores. Algunas espectadoras/es responden, yo permanezco fascinado por esa acumulación de estímulos que el espectáculo genera y por las conexiones insólitas.

Otra sorpresa es el final que, desde un principio, se nos anunciaba como algo imprevisto y no necesariamente conclusivo o lógico.

En Posaré el meu cor en una safata está el discurso, con todos sus vaivenes y variaciones temáticas y está el metadiscurso. Exponer el principio y el final del espectáculo, hacerlos conscientes, es también un ejercicio, por analogía, que pretende hacer consciente o evidente, de manera semejante, el tema tabú de la muerte. Por lo general evitamos hablar o tratar sobre el final de lo que sea, de la vida, de una relación… Y aquí el ejercicio es, precisamente, el contrario. Pero no se trata de un ejercicio melodramático, ni terapéutico, ni luctuoso y triste, sino todo lo opuesto.

De hecho, la sorpresa final es ver a todo el elenco vestidos de gnomos, simulando a aquel personaje de los dibujos animados, David el Gnomo: “un luchador ecofriendly para salvar el mundo”, mientras cantan “Como una sonrisa eres tú” de Mocedades, cambiándole el estribillo por “mueres tú”: “Como una sonrisa, mueres tú, mueres tú…”

Ese toque kitsch, matizado por la ironía, está presente en muchas de las acciones. Quizás porque la muerte, de tanto que le escapamos, acaba por ser un acontecimiento que suele representarse también de una manera kitsch, entre el souvenir sentimental y lo pomposo.

Ese número musical final, disfrazadas/os/es de David el Gnomo, que tergiversa el estribillo de la canción de Mocedades; la versión de la canción de Sergio Dalma en el simulacro de un funeral; el futurismo escenográfico con todas las lucecitas parpadeando… conforman un universo kitsch muy divertido, por veces cercano al sketch de comedia, que refresca la idea que podamos tener sobre la muerte. El concurso, de formato televisivo, de la  “Deadcam”, en el que la cámara elige, al azar, a tres espectadoras/es, para ser entrevistadas/os/es sobre cómo desean despedirse y darles la oportunidad de ensayar su muerte. Yo fui uno de los agraciados y el trance fue divertido.

Debo decir que también hubo algún momento, por lo menos para mí, de una cierta angustia, sobre todo en los pasajes en los cuales la descripción de la muerte se tornaba más objetiva y fría, exponiendo, de manera casi ensayística algunos aspectos que podríamos definir como más científicos. Frente al humor dispensado en las especulaciones más existenciales, en el simulacro emocional de una despedida, que también juega con lo sentimental, o los delirios irónicos del Doctor Fausto y Mefistófeles.

Todo ello desde una estética personal alejada de cualquier pose. Tanto Carla como sus compañeras y compañeros en escena, nos ofrecían una imagen muy singular. Una imagen y unas actitudes distantes respecto a lo que podríamos definir como roles “hetero-normativos”. Tanto en el discurso, con guiños al hecho de no utilizar el género masculino para referirse a las personas, como en los comportamientos actorales o en lo que respecta a roles de poder, podríamos decir que se apreciaba una igualdad y una horizontalidad.

EUROPA BULL de Jordi Oriol (Sala Petita del TNC, 8 de diciembre de 2019) nos traslada a una sala de reuniones del Parlamento Europeo, concretamente a la sala, con la mesa circular, en la que se reúne la Comisión de Cultura, formada por representantes de cada país miembro, para pensar en celebrar una efeméride que ponga en valor la unión.

La Comisión se convierte en un circo delirante de banderitas y el espectáculo es una comedia que hace escarnio de aquellos políticos sin política.

Un coctel teatral a base de musicalidad en la acción verbal y en la no verbal, fregolismo, vertiginoso por momentos, chistes y juegos de palabras, en los que se mezcla lo ingenuo con lo ingenioso, sketches y situaciones disparatadas, encarnaciones paródicas de personajes históricos (Robespierre, Napoleón, Juana de Arco, Karl Marx…).

En el empleo de la música en directo, así como en la musicalización de la acción y en la factura del humor, este Europa Bull me recordó a algunos de los primeros espectáculos de Els Joglars.

También por las alusiones directas a detalles de la actualidad, tan propios del género cómico: el juicio del “Procés”, equiparado a un concurso televisivo tipo “talent show”; el bote de “Fairy” que esgrime el jinete, disfrazado de Napoleón, que monta al toro mecánico, cuando la sala de la Comisión Europea se convierte en una especie de parque o feria de atracciones, en referencia a “la trampa del Fairy”, en las declaraciones del ex delegado del Gobierno de España en Catalunya, durante el juicio del “Procés” (los policías resbalaban en la entrada de los colegios electorales, durante el referéndum del 1 de octubre, porque les habían echado detergente en las puertas) y otros guiños a la actualidad.

Un elenco excepcional y portentoso, formado por Sasha Agranov, Joan Carreras, Anna Hierro, Olga Onrubia, Carles Pedragosa y Karl Stets, que son capaces de transformarse en los representantes de diferentes tradiciones culturales, cambiar de idioma, cantar y bailar, imitando acentos y actitudes con mucha gracia.

Un viaje trepidante por diferentes lenguas y manifestaciones folklóricas, dentro de un movimiento y un uso de la palabra explícitamente rítmicos.

Referentes locales y sucesos recientes,  barajados con referentes y acontecimientos históricos e incluso míticos, en los que se puede (d)espejar el presente convulso, en el que reina el capitalismo por encima de todo. Por ejemplo, la Revolución Francesa, la conspiración romana de Casio y Bruto contra el César, o el propio mito de Europa, raptada y violada.

Una Europa de chiste hierve en esta obra de Jordi Oriol. Una unión, la europea, basada en las conveniencias económicas, que descuida lo fundamental: no puede existir una verdadera unión sin un respeto por la diversidad y la diferencia. Y no solo un respeto, sino también un afecto y una aproximación comprensiva.

Una aproximación más allá de eventos cosméticos y efemérides grandilocuentes que descuidan el detalle.

Europa Bull hace explosionar en escena la locura surrealista que nos sobrevuela. Un escarnio político que nos hace reír, pero del que salimos con la mosca detrás de la oreja.


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