Experiencias clásicas
En los años que llevo ejerciendo como profesional en el área de la voz he tenido más de una situación de encuentros y desencuentros con enseñantes de canto clásico. Siempre he buscado establecer puentes, y he abierto puertas de entrada a mi casa. En todo caso, si luego, tuvieran algo que decir, cuanto menos, lo podrían decir con conocimiento de causa. Sabemos que aquello que es desconocido, y parece ser competencia, ya por el simple hecho de ser desconocido resulta altamente susceptible de ser atacado desde, vete tú a saber, que retorcimiento neurótico. La ignorancia atrincherada y reforzada por el recelo y la falta de humildad es nefasta. Pues, bien, hubo, quién tras presenciar clases de grupo e individuales dijo, “Veo que hay otras formas de trabajar la voz, y que para algunas personas puede ir mejor que las clases de canto”. Ni tan mal. Pero, sigamos, hubo también quién tuvo la mala fortuna de meter la pata hasta lo más hondo cuando de su boca cantarina salió un “Pero, es que tú manipulas la voz”. Ya lo vi. La susodicha no había entendido nada de todo lo que le conté, del material que le facilité. No había nada que hacer. Una sonrisa y un “ Ah!, sí? Pues yo no lo siento así” Y, claro, no volví. El poder cantar con intensidad en dos timbres diferentes en la zona central de la voz, por ejemplo, resultó para Siam Thomas una característica positiva remarcable y para los organizadores del proyecto “Dance Across Borders” la razón de una actuación y un curso que ofrecí en Amsterdam para la SNDO. Pero, sin embargo, para la enseñante de clásico, representaba un problema de catalogación ¿barítono dulce o contratenor? Paul Newham se reiría al ver cómo un trabajo realizado con el objetivo de desarrollar ambos registros y explorar, lo que en psicología humanista, se denomina ánima y animus, podía revelarse al reduccionismo catalogador clásico. La persona no cabe en una etiqueta. Comparto la idea de desarrollar una zona central de la voz que sirva de fuerte base para integrar los extremos o áreas menos visitadas de la voz y de la psique, pero no excluye de la expresión vocal a estas últimas. Cantar estas zonas no es manipulación de la voz. Pero, y además, desde el momento que se habla de técnica, en menor o mayor grado estamos manipulando, usando el cuerpo para realizar algo determinado por nuestra voluntad, intención o deseo. Decidí no volver a establecer puentes con ningún otro profesional a menos que hablaran el mismo lenguaje o que tuvieran la suficiente seguridad personal como para poder trabajar y entenderse desde la diferencia. Una de mis máximas “no es cuestión de restar sino de sumar” hay con personas, que mejor olvidarla. En España, al igual que en Occidente, durante siglos el estilo de canto clásico ha sido, para muchos el único referente de trabajo vocal y durante muchos años este enfoque vocal se ha metido a calzador en el teatro como método de entrenamiento. Lo que quizás no se recuerde es que lo que hoy se conoce como canto clásico, con sus categorías de voces, su estética y forma de emisión, tiene sus orígenes en la antigua Grecia, donde un solo actor, acompañado por una lira, representaba todos los personajes de los cuentos de mitos. A cada uno, daba una cualidad vocal distintiva mientras que la voz central se mantenía para el discurso del narrador. La introducción de la máscara en el teatro ayudó a la voz del actor a moverse libre y ampliamente a través de un abanico de matices acústicos de intensidades, registros y timbres. Con el tiempo, el uso de la máscara se abandonó y el actor utilizaba la movilidad de su expresión facial para reforzar y dar a apoyo a su mensaje vocal. La historia proporciona, siempre, una perspectiva y un contexto que permite comprender el presente. Esto me indica que quizá sea idóneo dedicar algunas columnas a la historia de la voz y a las otras muchas y exquisitas técnicas vocales que siempre han existido en otras culturas.