Feliz realidad
El envoltorio de un caramelo brilla bajo una rejilla de alcantarillado. Algunos pasos después, cincelada por un remolino de viento, se desplaza una escultura accidental hecha de serpentinas de colores. Son tentáculos post-festivos que a su paso apresan trazas de cotidianidad vulgar: papeles chillones que anuncian ofertas de supermercado, restos de un sobre con el franqueo pagado, plásticos comunes y alguna colilla. Ayer la cabalgata de los Reyes Magos era un eco. Hoy, con la vuelta a la normalidad, la calle tiene algo de fantasmal.
Para los chiquillos, las cabalgatas de los Reyes Magos son un viaje alucinante. Es enternecedor ver cómo sueñan despiertos, mientras nosotros revivimos nuestra infancia a través de su mirada. Se trata de una manifestación que, más allá de estar o no vinculada a una creencia religiosa concreta, se ha ido contagiando poco a poco de las diferentes culturas y los referentes populares propios de cada lugar o tiempo concreto que las ha acogido periódicamente. En muchos casos, por otra parte, también estamos hablando de una experiencia de artes de calle en toda regla.
El pasado día cinco de enero llegamos a Barcelona a media tarde. La televisión local ya retransmitía el desfile a su paso por la plaza de Cataluña, y la verdad es que lo que se mostraba era muy, pero que muy, fotogénico. Una vez liberados de bolsas, paquetes y otros fardos envueltos en papeles encendidos como cuadros fauvistas, corrimos hacia la plaza de España, a pocos metros del final del recorrido. Allí nos esperaba una aglomeración de público muy importante, variopinto y excitado.
La cabalgata de Barcelona es mucho más que una simple procesión de señores ataviados con barbas postizas y vestidos pretendidamente orientales, acompañados de comparsas más o menos tronadas. Es un gran espectáculo musical itinerante, una superproducción que aúna técnicas, lenguajes y grandes aparatos escénicos, un desfile pautado, con capacidad y ganas de llegar a muchas y diferentes audiencias, participativo, que busca una relación abierta y directa con el público asistente.
Son muchas las compañías de teatro callejero que cada año participan en esta gran celebración de corte clásico y blanco –soy muy consciente que toca blanco, aunque una pizca de mala leche o guiño a los espectadores adultos no estaría mal. Algún azucarado pasaje, como el epílogo de las camas, pudo haber llegado a picar alguna muela… -. Este año, entre constructores, coreógrafos y artistas invitados – La Tal, Efímer, Sarruga, ‘Antigua i barbuda’, Brodas, Jordi Bulbena o el maestro perfumista Rosendo Mateu, entre otros tantos-, destacaba un gran Jaume Navarro -clown catalán miembro de la compañía La Industrial Teatrera- animando el recorrido desde la cima de una de las carrozas, un delirante homenaje al juguete tradicional. Aunque hay que decir que todos los artistas estaban estupendos, pisando con una energía tremenda, contagiosa a rabiar.
Otro de los grandes activos de esta magna procesión es la colaboración ciudadana. Entre voluntarios, alumnos de hasta veintiocho escuelas de artes escénicas de Barcelona, colectivos de cultura popular y tradicional, bailarines, zancudos o actrices y actores profesionales, son más de 1300 las personas que participan en ella. Sin duda un ejemplo de capacidad de convocatoria y arraigo, que año tras año suma adeptos. Y ciudadanos contentos. Muy importante. No olvidemos que los políticos se la juegan y mucho ante eventos de semejante calibre. Las cabalgatas de nuestras ciudades no sólo son un gran entretenimiento, son un espacio de publicidad muy significativo, un reclamo y un escaparate, como otras tantas celebraciones. Y tan importantes como para nuestros políticos y convecinos, las navidades lo son para muchos artistas callejeros. Se trata de un período de facturación esencial, al igual que para otros sectores. Sean pues bienvenidas; y muy felices, dicho sea de paso.
Que la realidad inquietante a la que regresamos después de tantos días de ensoñación nos sea a todos provechosa, y seamos capaces de levantar proyectos capaces de contestarla. Ya ven que por mi parte, al año nuevo, le pido poco.