Festival de Mérida: Gala de música y teatro, otro «petardazo» inaugural
El telón imaginario del Teatro Romano abrió la 55 edición del Festival con otra caótica gala inaugural que supera, pésimamente diseñada y montada, a la del año pasado. Otro que tal “totum revolutum” de actos paradójicos: de iniciar la primera parte de la sesión con un incómodo “recital” de perogrulladas teatrales a cargo del director, Francisco Súarez, presentando -patéticamente en medio del público- la programación del Festival y el premio Scaena, seguido de un largo concierto musical, de las orquestas extremeñas, en lo que se supone una actividad teatral. Tras un descanso de media hora por desmontaje llegó al escenario romano el espectáculo “El rapto de Proserpina” de Xarxa Teatre, mudando el anterior “late-show” de los catalanes por un festín de petardos en “crescendo” de los valencianos.
Tales desaciertos y confusiones hicieron que tan desmesurada ceremonia, de tres horas de duración y de contenido y estética faltos de imaginación, a los ojos del público aficionado al teatro grecolatino, pesara y abrumara (aunque, esta vez, el público era mayoritariamente musical y sólo llenó medio teatro). En fin, seguimos dando palos de ciego en estas galas inaugurales, que están cada vez más lejos de conseguir esa gran fiesta teatral de la grecolatinidad.
“El rapto de Proserpina”, de Xarxa Teatre, ideado y montado por Leandro Ll. Escamilla y Manuel V. Vilanova, “teóricamente” basado en la “Metamorfosis” y “Los fastos”, de Ovidio, resultó muy simple, embrollado y con muchos cabos artísticos sueltos que naufragan el intento de espectacularización del acto creativo en el amplio escenario romano. Se traslucía que las debilidades nacían del texto que apenas lograría desarrollar la conjeturable “recreación” del mito ni de llegar a su desenlace con la fuerza suficiente. No hay una identificación clara con la realidad de la metáfora que la compañía propone porque, tal vez, es básicamente erróneo el planteamiento de desmitologizar el mito clásico -que la mayoría del público desconoce- con el múltiple lenguaje escénico utilizado. La narración de los actores no se sostenía con equilibrio valuado -los personajes estaban confusamente configurados- en todos y cada uno de sus elementos artísticos. Y el espectador prácticamente se pierde en los destellos de las imágenes proyectadas sobre el monumento -que pueden gustar o no-, inconfundibles del artista plástico Joan Ripollés, y en la fantasía pirotécnica donde Xarxa Teatre es conocido especialista por sus espectáculos que, desde hace años, se han convertido en atractivos productos de consumo.
Pero lo pésimo sobrevenía de la deslucida interpretación del grupo de actores en esa dualidad entre los personajes, que aparecen como gente normal, unas veces narrando la historia con un vestuario contemporáneo y otras dejándose ver detrás de las máscaras, rompiendo la armonía en el conjunto de las composiciones estéticas de los cuadros. Las interpretaciones de los personajes turistas resultaron colegiales –y hasta un poco “cutres”- y las de las máscaras faltas de una adecuada coreografía, de juego vitalista y de humor, desaprovechado en el tránsito de los personajes.
La compañía castellonense, que ha dado algunos buenos espectáculos en espacios abiertos de la calle (como “Nit Mágica” o “El Foc de Mar”, de estética mironiana), capaces de transgredir los géneros festivos, parece ahogarse en el espacio cerrado del teatro romano, donde no ha cuajado toda esa bullanga de elementos mágicos y sorpresas del fuego y el petardo con música, obtenida de su propia imaginería.
José Manuel Villafaina
Publicada en el Periódico Extremadura (ESCENARIOS, 30-6-2009)