Festivales Iberoamericanos de Teatro Contemporáneo en España
¿Qué pasa con los Festivales Iberoamericanos de Teatro Contemporáneo que fueron pioneros en España? Preguntamos algunos que fuimos causantes y testigos de aquel movimiento de diálogo entre los teatristas españoles y latinoamericanos, creado a través de estos eventos que resultaron florecientes hasta 1992. Pero que cuando el V Centenario pasó y con él las buenas intenciones, comenzaron a producirse serios retrocesos en logros alcanzados por muchos proyectos que se llevaron a cabo. Hoy, evidenciamos que aquellos que fueron preeminentes, entusiasmando por la especial atención al teatro latinoamericano y que tuvieron un gran auge –como el Festival Iberoamericano de Teatro de Cadiz (FIT) y el Festival Internacional de Teatro y Danza Contemporáneos de Badajoz– en sus últimas ediciones han resultando ser eventos nada transparentes y con ignorancia tanto en su organización como en el conocimiento del teatro que realmente existe en Iberoamérica.
Del Festival de Cádiz, el más notorio por los premios recibidos y hermanamientos con prestigiosos Festivales de América Latina, hemos sabido que “está en plena caída libre y abandonado a su suerte”, según dejaron claro públicamente los propios dramaturgos vinculados al evento (elDiario.es, 14-10-2021). Desde hace dos años que su histórico director José Bable -lo había sido desde el año 1994 sustituyendo a José Sanchis Sinisterra– se jubiló, el patronato del Festival había tenido problemas para designar un nuevo director. No sacó la renovación de su cargo a concurso público y en el último momento, de manera arbitraria, contrató a dos gestores conocidos en Madrid, Isla Aguilar y Miguel Oyarzun, que organizaron en 2020 una edición precipitada y chapucera -donde imperaban las medidas de la COVID/19- que tuvo críticas negativas por parte de los medios especializados y gran parte del público.
Incluso el anterior director Bable llegó a decir del Festival -en un medio- que estaba “altamente preocupado por cierta visión parcial de la escena, un sesgo que podía llegar a no reflejar la realidad teatral latinoamericana e incluso forzar el gusto europeo entrando así en un nuevo tipo de colonización cultural”. Con todo, en la edición de este año apenas se ha observado una mejor aptitud organizativa retomando la condición característica del Festival iberoamericano, tras algunas reuniones que dieron lugar a pronunciamientos (procurando suavizar cierto “agravio” al teatro gaditano) o al análisis del momento por el que pasaba el evento. La 36 edición ha querido renacer con cierto aire “euroiberoamericano” y cargante enfoque de temática feminista, propuesta que se ha cruzado con otras como las migraciones o la lucha de clases (algo nada nuevo en la historia del Festival que parece que desconocen los organizadores), con resultados de disparidad en la calidad de espectáculos y asistencia de público (en la pequeña sala teatral La Tía Norica hubo llenos y en el Teatro Falla medias entradas).
El cuestionable Festival de Badajoz, que en los últimos años se ha realizado entre la calidad de algunos espectáculos y los desbarajustes organizativos, sin vitales eventos paralelos, se ha convertido en una simple e inadvertida muestra teatral. Dirigido artísticamente por Eugenio Amaya (talentoso director teatral), en la edición de este año extrañamente desaparecieron las representaciones de teatro internacional –donde participaban las compañías latinoamericanas- dando una mayor cabida a producciones locales (como novedad excepcional según declaraciones públicas), promovidas por oscuros compromisos institucionales. Una torpeza que conlleva a perder la identidad del Festival. Pero un equívoco también porque ya existe una Muestra/Feria del teatro extremeño en Cáceres, donde lógicamente deberían estar esas obras extremeñas (en lugar de otras de fuera que arrebujadamente participan).
Acaso, por todo ello, el evento de este año tampoco ha interesado a los creadores extremeños que apenas asistieron (y existen más de 50 compañías profesionales y otras tantas vocacionales en la región). En cuanto al público, la edición contó con un total cercano a los 5.000 espectadores, todo un fracaso considerando que 15 funciones se realizaron en el Teatro López de Ayala, que cuenta con un aforo de 800 asientos. O sea, que matemáticamente hubo menos de la mitad de los espectadores que podían haber asistido (sin descontar de los 5.000 asistentes las más de 1.000 invitaciones discutiblemente gratuitas facilitadas a estudiantes, tal vez para encubrir asientos vacíos). Penosamente, este “Festival” -que es el más antiguo del teatro español con sus 44 ediciones y muchos años de gloria- parece haber sido superado hasta en la región, por el modesto Festival Nacional de Teatro “Vegas Bajas” de Puebla de la Calzada, un evento bien organizado en una pequeña población extremeña de 6.000 habitantes (que el pasado año fue premiado por su considerable trayectoria de 40 ediciones, en la Feria Teatral de Castilla-León/Ciudad Rodrigo).
Conozco bien la historia de estos dos Festivales y la de unos cuantos de América Latina, pues estuve involucrado en actividades de su organización desde los inicios, que casi siempre fueron prioridad y labor del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT), entidad creada en 1975 en Caracas por el actor/director de origen manchego con aires de “Quijote soñador”, Luis Molina López,cuando las relaciones de los teatros de España y América Latina eran casi nulas. El CELCIT surgió de la Federación de Festivales de Teatro de América que nació en Puerto Rico en 1974, después del comienzo en 1973 de los dos primeros Festivales Latinoamericanos, el colombiano de Manizales (dirigido por Carlos Ariel) y el puertorriqueño de San Juan (dirigido por Luis Molina). La Federación logró entonces afiliar y dimensionar la acción de aquellos dos eventos incomunicados y promover la iniciativa de introducir otros nuevos, como el afamado de Caracas (dirigido por Carlos Jiménez).
En España, la lucha por esa utopía de acercamiento e integración con el teatro de ambos lados del Atlántico se dio en Extremadura en 1978, con las I Jornadas de Teatro y Cine Hispanoamericano, organizadas por el Centro Dramático de Badajoz (bajo mi dirección en aquellos años), que contó con la colaboración de la CELCIT de Luis Molina desde Caracas (donde había establecido su sede principal). A partir de este hito pionero en Extremadura, otros teatristas como José Monleón (director de la revista “Primer Acto”) se interesaron por la promoción y difusión del teatro de América Latina, creando en 1979 el Centro Español para las Relaciones Teatrales con América Latina (CERTAL) con la idea de seguir posibilitando la nueva dialéctica teatral iberoamericana. Un proyecto que se concretó con la organización en 1980 del I Encuentro de Teatro España-América Latina, donde también participó Extremadura (en Trujillo se firmaron las conclusiones del Encuentro). La asistencia de los congresistas americanos -de conocidos dramaturgos, directores, actores, investigadores, organizadores de festivales y muestras, etc.- la facilitó Molina desde su organización del CELCIT, con sedes en casi todos los países americanos, a partir de 1976.
Fue así como se articularon las relaciones entre festivales del Caribe, Centroamérica, América del Sur y España, de tal manera que los artistas pudiesen desarrollar una actividad itinerante de unos a otros lugares y, de ese modo, incrementar el intercambio y el conocimiento de lo que se venía haciendo de manera aislada en cada país. Pero, el CERTAL de Monleón -mal organizado en los lugares que quiso abarcar- solamente duró hasta 1983. Fue entonces cuando Molina, al siguiente año, diseñó el proyecto del Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, que en las primeras ediciones, a partir de 1986, sería dirigido espléndidamente por el cacereño Juan Margallo y coordinado por el gaditano Pepe Bable. El CELCIT colaboró haciéndose cargo de todos sus eventos especiales y organizando la extensión del Festival -con numerosas actividades- por otros lugares españoles, que culminaron con gran éxito en 1992.
En octubre, que son las fechas que suelen celebrarse los mencionados eventos en España estuve en Almagro, esa distinguida “ciudad del teatro” (como muchos la llaman), donde Luis Molina celebra otro de los Festivales Iberoamericanos de Teatro Contemporáneo importante que él creó. En esos días se llevaba a cabo su 21 edición, que aconteció satisfactoriamente con ánimos renovados por la presencialidad y la gran afluencia de espectadores. Fueron dieciséis espectáculos seleccionados de teatro, danza, poesía, procedentes de seis comunidades autónomas y de otras latitudes -Costa Rica, Venezuela y Argentina-, los que participaron en el evento con acreditado nivel de calidad artística (apreciación constatada también en todos los medios de comunicación que lo habían seguido). Molina dirige este Festival junto a su mujer ElenaShaposnik (eficaz coordinadora), después de haber dejado la sede de Caracas en 1994. Año que regresó a su tierra de Castilla La Mancha para organizar en Almagro el IV Encuentro Teatral España-América Latina, otro evento más de interesantes diálogos –al que estuve invitado- que sintetizaron la enorme cantidad de contactos, trabajos concretos y realizaciones que, formal e informalmente, habían logrado hacerse presentes en el panorama del teatro iberoamericano.
Molina, está considerado como uno de los organizadores teatrales más comprometidos, consecuentes y luchador entusiasta del teatro iberoamericano, a pesar de estar de vuelta de todas esas posibles vueltas en derrumbes y resurrecciones que -con 82 años- le otorgan una vida de sabiduría del hecho teatral en el mundo. Es, quizás, el que más Festivales ha organizado en el mundo. No hay que olvidar, además, que tiene los mejores reconocimientos tanto en América Latina como en España. Aquí, por su trayectoria en el CELCIT –como fundador y director general-, entre otras distinciones recibió la Cruz de Isabel la Católica otorgada por el Rey de España, el Premio Atahualpa del Chioppo del Festival Iberoamericano de Cádiz o el premio Max de las Artes Escénicas-2010. En su comunidad de Castilla La Mancha en 1919 le concedieron el premio especial Teatro de Rojas de Toledo y este año, hace pocos días, le hicieron un emotivo homenaje en el Festival Internacional de las Artes Escénicas de Calzada de Calatrava –evento que también impulsó Molina-, donde asistieron entre otros teatristas y autoridades culturales, los exdirectores del Festival de Cádiz, Juan Margallo y Pepe Bable.
En la Plaza Mayor de Almagro y, después, en la sede del CELCIT donde tiene montado su singular Teatro Laboratorio “LA VELETA” (en un hermoso parque/museo cultural, del que ya escribí un reportaje hace tres años: “Veinte años de teatro en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no puedo olvidarme”), compartí con Molina –tras finalizar el Festival- una grata tertulia hablando del pasado y presente de los Festivales Iberoamericanos en España. Recordamos algunos eventos en los que ambos habíamos trabajado juntos, pero Molina, que me respondió a una serie de preguntas, en la más cardinal, sigue opinando con firmeza sobre la necesidad de estos Festivales, ya que “España, Portugal y América Latina forman una comunidad que tiene mucho que decir en el concierto universal y a veces nos olvidamos de ello”, dijo. Lamentó que desde la etapa posquintocentenaria algunos de los trabajos de los teatristas de ambos lados del océano desaparecieran o tuvieron que reducirse debido a la fuerte caída de sus presupuestos “después de la sensibilidad que hasta ese momento habían demostrado las autoridades de la política cultural, sabiendo contribuir y darles satisfacción”.
Pese a todo, dice que los Festivales “tanto el de Cádiz, en esa larga etapa de Pepe Bable, como éste que organizo en Almagro, que en algunos momentos estuvo en peligro de no poder realizarse, hemos resistido con dignidad cumpliendo ese rol fundamental de enriquecimiento cultural de integración iberoamericana”. Para él, los Festivales fueron especialmente significativos, y “ese orgullo de mantenerlos vivo, de seguir cumpliendo con los objetivos marcados ha contribuido a que hoy se vean en España excelentes obras de teatro latinoamericano, incluso de los artistas creadores que se quedaron en la Península”, me confirmó. Ciertamente, en estos últimos años sé que han pasado por Madrid y Barcelona interesantes compañías latinoamericanas y que han surgido otros eventos, como el Festival Iberoamericano de Teatro de La Rioja (FITLO), realizado en Logroño (quinta edición), centrado en propuestas emergentes de características contemporáneas. También, la Muestra Escénica Iberoamericana (MEI) de Canarias, que es una iniciativa del Cabildo de Tenerife, descentralizada por varios municipios de la isla. Sobre ellos dice Molina: “Sí, se programan buenos espectáculos, pero son Muestras no Festivales. Y hay que distinguir una cosa de otra”.
Sobre este tema esclareció que el éxito de los Festivales siempre ha sido su voluntad de revelar demandas que no son atendidas en temporadas usuales –opinión que he compartido siempre-. Y dijo: “Hace tiempo que dos visibles manifestaciones recorren España a lo largo de cualquier temporada: los Festivales Internacionales necesarios y los absolutamente gratuitos. Estos últimos, un sinfín de Muestras, Ferias, Ciclos, “Festivales” de estación, a veces caóticos en manos de dispuesta servidumbre de programadores oficiales o privados, hacen que se pronuncien más por cierto escaparatismo cultural, que por ofrecer producciones distintas -auténticas alternativas a la creación arriesgada, libre y contemporánea- que respondan a la realidad política, social y cultural de cada lugar”. Esas producciones distintas -orienta Molina- en los verdaderos Festivales “deben tener el propósito de levantar el interés para que los creadores y el público puedan discutirlas en actividades paralelas”. Sin embargo, las Muestras, “donde los espectáculos suelen ser “bolos”, es otra cosa distinta de los Festivales. Muchas de ellas tienen poco sentido si se hacen en teatros que funcionan todo el año”.
Sobre el Festival Iberoamericano de Almagro que dirige, modesto en comparación con el que se celebra en esta población de Teatro Clásico (el más relevante del mundo en su género dedicado al Barroco y al Siglo de Oro, organizado directamente por el Ministerio de Cultura con un cuantioso presupuesto), dice que “sigue manteniendo la coherencia de los eventos que permiten analizar la realidad del momento que vive el teatro en cada lugar, su evolución y ruptura de modelos teatrales concretos, y gozando de buena salud estética en cuanto a representaciones, y de aquel carácter experiencial de los Festivales americanos pioneros, de las I Jornadas extremeñas y del FIT, hitos que en su contenido siempre propiciaron el pensamiento crítico a través de encuentros, talleres y laboratorios”.