Ficción e identificación en el fútbol y el teatro
Lo siento, me gustan los espectáculos y el fútbol también es un espectáculo. Así que aquí va otra de fútbol, como en el artículo titulado “Goool… El espectáculo del fútbol” (Artezblai, 01/09/2024). En aquel establecía algunos paralelismos entre el juego del teatro y el del balón y ponía el acento en la importancia radical de la identificación para llegar a la catarsis. En éste me quiero detener un poco más en ese aspecto. La identificación tiene que ver con la empatía, con la capacidad de ponerse en el lugar del otro. En el teatro dramático de los realismos, igual que en la mayoría de la novela o el cine, como artes que funcionan explorando todas las posibilidades de la narratología, la historia y los personajes implican esa identificación, generalmente con el protagonista de la historia. En esos personajes, a través de sus relaciones y conflictos, así como del contexto situacional, encontramos actitudes y pulsiones en las que nos podemos sentir reflejados. Ese espejo, ese reflejo, esa proyección, son la vía de la identificación que nos hará vivir, de una manera sublimada, las vicisitudes del personaje, casi como si las estuviésemos experimentando en nuestra propia piel.
Sin embargo, la identificación con un equipo de fútbol parece basarse, o así creo haberlo experimentado yo en mi primer partido de fútbol (Celta / Valencia, en Balaídos, el 23 de agosto de 2024), en unas proyecciones más básicas y simples: que ganen los nuestros, el afán por triunfar y también el sentirnos parte de algo, del equipo, de un nosotros. Esa reafirmación del nosotros, evidentemente, necesita de un vosotros. Y ahí acontece un poco como con la segunda persona del drama, que garantiza el conflicto que, a su vez, es el motor de la acción. Solo que aquí, sobre el césped y en la grada, la segunda persona es plural, igual que lo es la primera. Y en ello se basa también parte del efecto emocional del espectáculo: la multiplicación de las emociones intensificadas por lo multitudinario de la experiencia compartida. El contagio del que hablaba, con la metáfora de la peste, Antonin Artaud.
Me atrevería incluso a decir que se produce una comunión entre los seguidores de un equipo en contraste con los del otro. Y el juego, en el campo, es gozoso, claro que sí, pero también es un sacrificio, porque los jugadores lo dan todo.
En el primer artículo en el que intenté analizar el fútbol como si fuese un espectáculo de artes escénicas, el colega Nando Llera envío un comentario en el que señalaba varios aspectos en los que merece la pena detenerse. Por un lado, apuntaba que la experiencia catártica del fútbol sí que tiene la capacidad de cambiar el interior de las espectadoras y espectadores, frente a mis observaciones en las que señalaba que además del balón, el fútbol mueve emociones, pero no pensamientos ni ideas. Yo sigo preguntándome qué es lo que ha podido cambiar en mí después de asistir al partido.
Por otro lado, Nando también se refería a la sensación de pertenencia como una ficción, igual que en el teatro, decía, y concluía citando un meme que había visto: “decir que ganamos después de ver un partido de fútbol es como ver porno y decir que follamos”.
Bromas aparte, no podemos despreciar las ficciones porque, quizás, es lo único que tenemos y porque somos seres productores de ficciones: ¿qué es si no la identidad, tanto individual como colectiva, más que una ficción? ¿Qué es el ser si no una ficción? Y cuidadito, porque cuestionarla puede llevarnos a la tragedia y si no que se lo pregunten al príncipe Hamlet cuando comenzó con las dudas aquellas de “ser o no ser”.
Que viviendo en Vigo me identifique con el Real Club Celta de Vigo y que durante el partido sienta que gano o que pierdo algo con cada jugada, amplificadas esas emociones, al unísono, por la multitud que abarrota el estadio, es una ilusión, una fantasía, una ficción. Pero es que yo mismo también soy una ilusión, una fantasía, una ficción, alimentadas con el tiempo y por las circunstancias. ¿Pero que quedaría si quitásemos eso, la identidad, la ficción? ¿Acaso hay algo detrás de las máscaras?
De alguna manera, otro colega futbolero, Pablo Carrera, en su artículo “O vello teatro dos soños” (el viejo teatro de los sueños) (www.erreguete.gal 01/09/2024) ratifica esa dimensión tan necesaria que el fútbol y el teatro promueven: la unión, la ilusión, los sueños. Sin obviar los aspectos más controvertidos y negativos del denominado deporte rey, Pablo Carrera escribe sobre la importancia de la identificación y de la conexión entre la gente y el equipo. Su artículo ha tranquilizado algunas de mis inquietudes al respecto cuando reconoce: “Nunca tratará el fútbol los grandes temas de la humanidad. No es algo existencial, trascendente, profundo. No es ‘Hamlet’, va de marcar goles. Pero es bonito ver a la gente compartir un poco de tiempo, hablar con desconocidos en el bar y fantasear sobre qué cosas harían de nosotros el mejor equipo del universo.” Y acaba con una afirmación preciosa, a mi juicio, “el fútbol es de la gente” y el teatro también, “siempre será del pueblo”. Pues quizás esta es la clave.
P.S. – Artículo relacionado:
“Goool… El espectáculo del fútbol”. Publicado el 1 de septiembre de 2024.